jueves, abril 25 2024

Emigrar y sus metáforas by Diana González

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Papá tenía intactos ciertos movimientos y costumbres de niño que lo hacían magnífico. Por ejemplo, cuando comía naranjas y se chorreaba todo, cuando decía su número de documento o cuando recitaba algo de memoria, ya fuera un verso de Espronceda o la dirección desde donde llegaban las cartas. Se ponía rígido como en acto reverencial y repetía Bembibre del Bierzo, Robledo de las Traviesas, Provincia de León.

Desde allí llegaban las cartas para mis abuelos.

Mi abuelo había sido punta de lanza y luego mi abuela había cruzado el Atlántico sola en un barco, a sus dieciséis años. Fueron de los tantos que hicieron la patria grande, a fuerza, trabajo, honestidad e hijos, muchos hijos.

 

Mi abuelo David dejó, entre otras muchas, una tradición que sus hijos siguieron siempre.  Él quería comenzar el año con sus nueve hijos alrededor de la mesa. Y así hicieron y luego lo hicimos, durante muchos, muchísimos años estuvimos alrededor de la mesa presidiendo mi abuela y aún varios años  después que ella ya no estuviera. Mis hijos, los tres mayores supieron de esas reuniones donde nos veíamos con la cuantiosa familia.

Luego el tiempo y la vida ejercen sus presiones y ponen sus recodos. Entre las distintas suertes de todos nosotros, la nuestra fue cambiar de país.

Estrenar país tiene eso de todo nuevo, diferentes desde el olor a los colores. Llegas vacío y lleno. Un buen día estás en una casa nueva, sin recuerdos de reuniones familiares, ni fotos, ni muertes, te encuentras vacío de lastres. Y uno va  construyendo la nueva realidad, a medida que se aprende los nombres locales de las cosas comunes, se aprende  a cocinar otras salsas, se ve y se vive bajo otro cielo, otra luna, otras sensaciones. Sin darte cuenta a través de los años te arrellanas a las nuevas consignas y  vas llenando todo  eso de algo que has traido a raudales y se llama esperanza.

Algo distinto debe pasar en uno ante cierto tipo de cambios, algo imperceptible pero eficaz. Por ejemplo, aquel señor de la carnicería cuando me veía indecisa, y sapiente me preguntó si quería algo en especial

—   Si, costillas. dije dubitando.

— Con su cara iluminada por una sincera sonrisa me dijo: Me sé, yo que no las va a querer usted así, de a una.

Me ha adivinado, le sonrío, me hace sentir comprendida, en casa

— Ay, gracias. Si, mire, deme seis pero luego…

—  Luego se las corto finitas, en tiritas.

—   ¡Eso mismo!   —  le digo con más ánimo y alegría que Arquímedes gritando eureka.

 

Luego un día, el Camino de Santiago, esa emblemática peregrinación que tan bien representa nuestro paso por la vida, nuestro volver a encontrarnos caminando bajo el cielo con la única herramienta de la que dispondremos siempre, nosotros mismos.

Y nos vamos a Madrid y desde allí a Ponferrada y el bus pasa por Bembibre y veo las casas próximas a la parada del bus y mi hombre que me pregunta porqué lloro y no puedo parar de hacerlo. Tal vez, por estar frente a la puerta de hierro de una casa con jardín,  y un sendero desde la cancela y la entrada amplia sobre el costado derecho, con una parra que trepaba por una pérgola, preñada de racimos, la pequeña acequia… Y entonces él también la mira y se dá cuenta, era la casa de mis abuelos. La casa que hay en Comandante Nicanor Otamendi, un pueblito papero de la Provincia de Buenos Aires, la casa donde nos reuníamos todos, cada primer día del año. Porque uno se va de los lugares, pero se lleva quien es consigo.

Se es quien se es, y debemos ser fieles a ello. La mejor manera de no traicionar es no traicionarse en nada. Entonces me reencuentro conmigo y me doy cuenta que fuí inmensamente feliz en otro país, cuando se juntaba toda la familia, los tíos, los primos, la abuela, los viejos, luego mi amor y mis hijos, pero en una casa del Bierzo, en la que estaban mi tía Pepa y sus gallinas,  la abuela y el tanque donde se juntaba el agua de lluvia, los limoneros y los cerezos del patio, el tío Pancho y su quinta, de donde nos saco a la fuerza a todos los sobrinos que íbamos a jugar con el molino, y donde la tía Flora hacía rosquillas.

Ahora ya hace muchos años que se ha vendido aquella casa, que mis viejos no están y nosotros ya no vivimos en aquel sur. Pero voy a comenzar el año con todos mis hijos alrededor de la mesa. Y voy a brindar para adentro por mis abuelos emigrantes e inmigrantes, por aquel hombre maravilloso y al que sigo amando profundamente, que en mi recuerdo vuelve a tomar aquella pose ceremonial y repite: Bembibre del Bierzo, Robledo de las Traviesas, Provincia de León. Y por toda la masa de gente que somos como las mareas que vamos poblando los  lugares distintos de aquel donde hemos nacido y llegamos a lejanas costas solo con nuestra buena voluntad, como aquellas olas mansas que alhajan la arena con sus espumas.

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