viernes, abril 19 2024

Delia Fischer by Conchi Ruiz

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A esas horas de la mañana la estación del ferrocarril con destino a Londres, era un hervidero de gente en distintas direcciones lo que hacía del todo imposible caminar con soltura o por lo menos sin empujones y pisotones y que jamás contenían una disculpa. Por fin logró llegar,  subir y la suerte de encontrar un asiento vacío, bastante mugriento y bajo sospecha de que su vida de asiento sería corta. En el compartimento pudo ver maletas de cartón, bultos recogidos con un nudo apretado, cajas conteniendo dios sabe qué y la ropa de abrigo para paliar el frío de un mediados de octubre y esa húmeda niebla que cala hasta los lugares más escondidos del cuerpo. Delia siempre había sido una mujer impulsiva y había tomado muchas decisiones sin preocuparse por el futuro, pero a sus 62 años y al mirar hacia atrás, únicamente lamentaba las ocasiones perdidas. La Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin hacía apenas un año, no tenía mucha familia, pero si amigos desaparecidos que huyeron cuando, como ella, pudieron hacerlo. Una vez en Londres, decidió marchar lejos de aquel ambiente enloquecido y afincarse en un pueblecito sin pretensiones de grandeza, Dibton y allí se dedicó a bordar cojines para una tienda que en aquellos tiempos los que habían emigrado como ella de sus países de origen, arreglaban sus casas para asentarse y legalizar sus vidas, la suya ya la había legalizado como inglesa lo que le costó quedarse sin ahorros y algunos bienes que pudo salvar. No eran bien vistos los emigrantes en Londres y menos los que procedían del Este.

En las curvas el ferrocarril parecía que volcaría en el momento más inesperado, pero gallardamente recuperaba el equilibrio, el paisaje no era digno de ver porque la niebla cubría casas y campos y los sucios cristales solo servían para dar una claridad mortecina. A las 10 de la mañana se podría decir que era un anochecer. Intentó conocer el lenguaje de los que estaban más cerca de ella, pero seguramente Babel debió ser algo parecido, al ferrocarril de las mil lenguas.

 

Ya en Londres y con las pocas fuerzas que le quedaban, se dirigió a un empleado de la estación para que la orientara a un lugar donde alquilaran habitaciones, pero no fue tan fácil. Una mano extendida y una propina fue la solución del problema. Oía tras de sí aquellas voces de inmigrantes que venían a buscar trabajo y que la mayoría se volvía sin él, Inglaterra no habría los brazos fácilmente pero usaría el recurso de los cojines. Con su metro ochenta y su extrema delgadez, se quedó parada esperando que el espacio para caminar por aquel turbio andén, le facilitara moverse con más fluidez. Delante de ella un hombre de su misma altura y aunque su corazón maduro tal y como pensaba ella, no estaba para sobresaltos sentimentales, si se aceleró y se oyó decir:

— ¿Oscar Bernard? — El hombre alto se giró en redondo y la miró con sorpresa.

— ¿Delia Fischer?

— Sí, me alegra que me recuerde, ¡estoy perdida!

— Creo que todos lo estamos un poco, o mucho, emigramos mi esposa y mis hijas, mi hijo se quiso quedar, como ve la familia se deshizo.

— ¿Y su música?

— Toco el órgano los domingos en la Parroquia de Dibton.

— Hace mucho tiempo que no voy a las iglesias, de haberlo sabido hubiese ido aunque solo fuese para escucharlo.

— ¿Tiene a dónde ir? — Delia contestó que no, que estaba buscando un lugar donde alojarse.

— No… no se preocupe, llamaré a mi esposa y se viene a casa hasta que consiga un lugar— Delia algo azorada se negaba, pero en el fondo daba gracias por su buena fortuna, accedió.

 

Delia una vez instalada en una pequeña casita a las afueras de Londres y contando con la amistad de los Bernard, después de años y años como actriz de teatros húmedos y mohosos, dos matrimonios fracasados y el horror de la cruel guerra de la que pudo huir con otros muchos compatriotas milagrosamente, había encontrado un lugar de tranquilidad y donde los años pasaban entre bordados de cojines y un perrito que adoptó de una perrera como fiel compañero. Ya no era una emigrante, ahora era inmigrante con un lugar en la vida

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