miércoles, abril 24 2024

El Desprolijo, by Verónica Boletta

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El inspector López resopló con fastidio. «¡Vaya calor!» Llegaba tarde, una vez más. Tarde a la escena del crimen. Tarde, luego de que el asesino se hubiese salido con la suya.

Intentó acomodarse el cabello y mejorar su aspecto. Esta cuestión resultaba casi imposible considerando su admiración, rayana con el fanatismo, por el célebre personaje Colombo. El impermeable, arrugado como el de aquél, resultaba ridículo en esa zona árida, con escasas lluvias. Además, la temperatura elevada provocaba un efecto sauna reflejado en su camisa, siempre sudada. Como sea, orgulloso con su look casual, como él lo llamaba, se dirigió a grandes zancadas hacia el interior de la lujosa vivienda.

Primero hubo de sortear el enjambre de curiosos. «¡Caray! ¿Cómo es que llegan antes que yo?» —se preguntaba, sin asumir su demora tras llevar a los niños a la escuela, quedar atrapado en medio de un embotellamiento en hora pico y no escuchar la radio policial con la diligencia que su puesto requería.

En cuanto traspasó ese primer cordón propinando pedidos amables y también empujones modificó su expresión y pensó en su mejor perfil. No lo tenía, en realidad. La barba rala y desprolija, la gabardina pasada de moda e innecesaria, los zapatos gastados y todos los restantes detalles de su figura, lo acercaban a un ejemplo de la indigencia y no a la inteligencia brillante que creía poseer. Ocurre que, en el segundo cordón, separados de la escena por el acordonamiento de sus colegas, se encontraban los periodistas. La vio. La pelirroja del canal local era su debilidad. En cuanto la cronista se abalanzó sobre él interrumpiendo su paso acomodó su expresión para parecerse a Humphrey Bogart.

¾¿Hay algún sospechoso, inspector López? ¾dijo, mientras aproximaba el micrófono al rostro de su interlocutor.

¾Es aventurado decirlo. Aguardaré el informe de los peritos antes de hacer declaraciones ¾intentó ser amable al tiempo que mantenía el ademán recio.

¾¿Finalmente darán una conferencia de prensa? La ola de asesinatos no se detiene…

¾Mire, señorita…

¾Ferreyra

¾Señorita Ferreyra, daremos las precisiones del caso a la brevedad a instancias de la cúpula. Aprovecho este prestigioso medio para llevar tranquilidad a la población. ¾Dicho esto, con voz firme, continuó su marcha hacia el interior de la casa.

Una vez traspuesto el cordón policial saludando con movimientos de manos a sus colegas atravesó el jardín y fue en busca del perito forense. Éste se encontraba reclinado sobre el cuerpo, sobre lo que había quedado de él, para ser más precisos.

¾Esto es una carnicería ¾exclamó aprensivo.

No era para menos. El cuerpo se encontraba parcialmente mutilado. Un brazo y una pierna, la opuesta, se encontraban a unos tres metros del tronco que yacía en un charco de sangre en el centro del salón. Una explosión de sangre cubría las paredes. «Parece una pintura moderna por la que estos ricachones pagan fortunas».

¾¿Algún indicio? ¾preguntó al experto mientras contenía las arcadas.

¾El calor acelera la descomposición. Podré estimar la data de muerte en el laboratorio. Por la cantidad de sangre derramada puedo afirmar que hubo intento de defensa. La mutilación ocurrió mientras aún estaba con vida y consciente. La escena está contaminada como las anteriores.

¾¡Estos alcornoques! Llevo meses, ¡años! Indicándoles cómo proceder en una escena semejante. Pero no, los señoritos olvidan usar guantes, y pisar con cuidado, y tomar fotografías antes que se desate el torbellino .¡Cojones, hombre! No. No se trata de los colegas. La escena está contaminada ex profeso es la firma del asesino. Sabe que gana tiempo mientras aislamos los diferentes indicios. Nos demora adrede.

¾Esta es la cuarta víctima. Califica como asesino serial.

¾Tenemos que buscarle un nombre.

¾Está claro. Lo llamaremos El Desprolijo.

¾Eso enojará al cabrón.

¾Pues, ¡que se joda! Hay que hacerlo salir del agujero.

Se detuvo. Miró en todas direcciones. Recordó que los asesinos en serie siguen los pasos de la policía. A través del ventanal, apostado a prudente distancia, el teleobjetivo de un cronista no le perdía pisada. Se lanzó al exterior sin pensar, torpemente, al grito de «¡Detengan a ese hombre!». Demasiado tarde, el presunto fotógrafo se había escabullido como un fantasma.

 

 

 

 

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