sábado, abril 20 2024

Fotomatón: Mashoufan by Diana González

 

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#fotomatónescribes?

Bajó en el andén tres, la voz metálica de los altoparlantes anunciaban el arribo procedente de Madrid. Tiró decidida de su pequeña maleta y avanzó hacia la salida de la Estació Nord. La ciudad la recibía vestida de sol, miró en redondo  tomó su móvil, extendió el brazo en alto,  por encima de su cabeza, sonrió y finalmente escuchó el click, miró el resultado y quedó satisfecha. Buscó en las notas dentro del móvil la dirección del hotel, que no era un cinco estrellas pero tenía las necesarias para pagar a un ayudante de cocina lo suficiente como para mantenerse y alguna vez pagarle el pasaje a Martín a la ciudad de Las Fallas.

Se presentó en recepción, la amable conserje le indicó que debía salir del edificio hacia la izquierda y llamar al portero del número veintiocho, por allí entraba el personal.

Siguió las indicaciones con las imprecisiones de los novatos y recién llegados.

Completó los papeles, le tomaron fotocopias de sus documentos y tras unos trámites breves y eficientes que apenas le llevaron unos cuarenta y cinco minutos pudo dirigirse al piso a pocas cuadras en el que le esperaba una habitación con wifi para ella sola.

 

El piso estaba en el sexto  de un edificio desangelado, llamó al portero 6 H izquierda. La voz sonó poco clara entre un sonido de descarga eléctrica.

— Hola

— Buen día, mi nombre es Maripi, hemos hablado por teléfono. Soy la nueva, comienzo esta semana también a trabajar en el Nuevo Center.

— ¡Ah! Si. Te abro.

Se escuchó el chasquido de la conversación cortada.

Si bien no zumbó la cerradura, Maripi empujó la puerta que seguía firme y estática,  Insistió tres veces. Llamó nuevamente al portero.

— Hola

— Mira, perdona, pero es que la puerta no abre.

— Tienes que empujar fuerte. A ver ahora.

— No, no zumba, es como si no funcionara el portero.

— Aguarda un momento que bajo a abrirte.

— Bien, gracias.

Miró a su alrededor como buscando, vio en la vereda del sol un edificio con una entrada importante, limpia, decorada con plantas, sin dudarlo cruzó, se ubicó como para que se vieran los vidrios lustrosos, las plantas, el cálido reflejo del sol, repitió el gesto de elevar el brazo con su móvil, y sonrió.

Después de los quince minutos de espera y apoyando sus manos contra los vidrios de la entrada, para poder ver hacia el interior,  al que sería su domicilio vio como  la puerta del ascensor se abría.

Bajó una persona, un muchacho quizá,  de tez muy blanca, casi lampiño, vestido con ropas oscuras.

Si le hubieran pedido que lo describiera, pensó que hubiera estado indecisa en decidir si  era joven o viejo, su aspecto era raro,  oscuro, sospechoso.

Un hombre que abandonó  indiferente el edificio del que, primero, sin entusiasmo abrió la puerta.

Finalmente accedió al escueto pasillo que hacía las veces de recibidor, subió al ascensor y marcó el sexto piso. El sexto H izquierda tenía la puerta entornada.  Avanzó prudente cuando, provenientes de la puerta G,  ladridos, raspados y olfateos de un perro la sobresaltaron. Tocó con los nudillos

— Pasa, adelante. Le dijo una voz gruesa de mujer.

— Buenos días, soy Maripi. Dijo entrando y cerrando la puerta tras de sí.

—¿Te ha abierto   Mashoufan? La voz provenía de la habitación contigua.

—  ¿Quién? No, bueno no sé. Aproveché a entrar cuando abrió uno que se fue,  uno muy pálido.  Pero no me dijo nada.  Contestó casi sin moverse, parada en el recibidor, sin decidirse a dar un paso más hacia el interior de la que sería su casa.

Su interlocutora apareció recortada en el quicio de la puerta de la cocina,  se enteraría.  Era una mujer muy delgada de unos treinta a treinta y cinco años calculó a vuelo de pájaro. Vestía unas babuchas y una remera de tirantes, calzaba unas sandalias de piel, su cabello corto daba marco a su cara huesuda. Su voz era seca y afónica. Con una media sonrisa colgada de sus comisuras igual que su cigarro comentó

 

— Ese era Mashoufan, no habla mucho. Viene algunas veces por aquí, ya lo conocerás.  Ahora sígueme que te muestro tu cuarto.

 

Resultó ser una habitación de unos dos metros y medio por tres, en ella había una cama, un escritorio, un placard de dos puertas, una silla y una ventana que daba a un hueco del edificio.

— Bueno, te dejo para que te acomodes dijo Yanka, que así se llamaba su compañera.

Puso su maleta sobre la cama, acomodó las pocas prendas dentro del armario. puso un pañuelo sobre la lámpara que estaba pegada al respaldo de la cama, se recostó sobre la almohada, alzó su brazo y cliqueo. El resultado mostraba una mujer próxima a los cuarenta, con una amplia sonrisa que se recostaba reconfortada entre cálidos reflejos anaranjados.  La subió y escribió su comentario “mi nueva casa”.

 

Desde aquel día lleno de promesas, habían transcurrido seis meses. Del puesto de ayudante de cocina, al que no dejaba de pretender,  había pasado a cubrir el de freganchina. Su jefa,  una cincuentona avinagrada había sido clara.

— Al que no le guste, pues, ahí tiene la puerta a su disposición.

Tragó saliva y masticó su propio silencio. No tenía a donde regresar. Lo único que le quedaba era Martín. A ver si en algún momento pudiera empezar a ahorrar algo, se dijo para sí.

Con la miseria que le pagaban se le iba todo entre el piso y la comida.

 

***

 

La mujer, joven aún y de rasgos nobles  acarició la frente del muchacho que dormía en el sofá. El adolescente, flacucho de mirada vivaz entre abrió los ojos.

— Mmmm, ¿Qué pasa?¿Te pasa algo Laia?

— Llamó tu madre.

— Ni me la nombres. Dijo por toda respuesta, se dió vuelta y cerró los ojos.

 

***

 

Yanka miró a Maripi con esa media sonrisa tan propia. Como dándole un consejo agregó

— Así que ya sabes. Si algún día le necesitas, pues él vine por aquí.

Para Maripi no fueron ni buenas ni malas noticias. Solo que ahora sabía que su recuperación le iba a costar más de lo que pensaba. Era noche tarde ya, después de un día de trabajo agotador. Tomó el teléfono he hizo la llamada

 

— Hola.

— Hola Maripi.

— ¿Volvió?

— Sí, pero está durmiendo. Mañana tiene un exámen.

— Ah, bueno, llamo otro día.

 

Se bajó una foto de un fast food, se veía una hamburguesa gorda, un pan opulento con apetitosas rodajas de tomate, cebolla asomadas,  por detrás un vaso de burbujeante refresco. La publicó con el comentario.

“Después de tanta comida con nombre francés, ¡¡¡Bienvenida sea un poco de comida chatarra!!!

 

Dejó el móvil sobre el escritorio, su cara se contrajo en un gesto desolado, se abrazó a la almohada y ahogó el sollozo.

 

Pasaron tres meses más. Maripi fregaba todo el tiempo, para poder sacar algo más había aceptado horas extras. Comenzó a cubrir los francos de todos sus compañeros. La jefa la miraba de soslayo, ninguna de las dos se caía bien. Se toleraban apenas.

Había bajado algunos kilos y su piel tenía un tono acerado nada sentador. Pero había logrado guardar el dinero de las horas extras.

Ya no salía en sus fotos, ahora adjuntaba a alguna que otra imagen de algún paseo de la ciudad o de la albúfera y la completaba con frases cursis o de libros de autoayuda que no leía.

La voz de Yanka sonaba a sentencia.

— Es muy difícil aguantar el ritmo durante mucho tiempo. Además cuando llegan las Fallas no damos a basto. El año pasado estuve despierta cuarenta y dos horas seguidas y sin parar ¿Cómo te piensas que pude?

— Lo intentaré. Por lo menos lo intentaré. Respondió Maripi de espaldas a Yanka, cuya figura se recorta en vano de la puerta de su habitación como una sombra, mientras ella, obstinada, sigue insistiendo en ver por la ventana  algo más que las paredes hollinosas del hueco del edificio.

 

Antes de caer rendida publicó una foto de una ventana por la que se veía el mar con el comentario. “Debemos fluir con el todo.”

 

***

 

— Hoy va a llamar de nuevo.

El muchacho se giró brusco e interrogando.

— ¿Te has olvidado de lo que hizo? Porque yo no.

— Pero…

— ¡Te pegó Laia! No contenta con robarnos, te pegó. ¿Cómo podes?

— Porque es mi hija. Agregó la mujer en un susurro.

 

***

 

Estaban en el descanso del medio turno, Maripi, como al descuido, había tomado uno de los sombreros del Chef. Lo propuso  con voz alegre.

— ¡Vamos a tomarnos una foto! Vamos, hoy que estamos todos.

El grupo aceptó, Estaban allí todos menos el jefe. Maripi haciendo un mohín se colocó el gorro de chef y alzó el brazo mientras todos coreaban:

— ¡Salchichitaaaaaaaaaaaaa!

 

Pasaron los meses, llevaba cumplido el año y medio. Nueve meses de horas extras, dieciocho meses de llamadas sin respuesta ni atención.  Algunas noches con algún exceso alcohólico. Nada de tiempo para dedicarse, algunas prendas compradas por internet. Dinero ahorrado a costa de silencio y selfies. Demasiado, ya es demasiado pensó para sí. Se incorporó a los tumbos, una luz difusa entraba por la ventana de su cuarto. La cabeza le daba vueltas.

— Yanka. Llamó casi en un susurro.

Su compañera de piso dormía en el cuarto de  al lado.

Llamó a su puerta con los nudillos. Se escuchó una cama crujir y alguien que se incorporaba.

— ¿Qué pasa? ¿Te pasa algo Maripi?

— Yanka susurró con la voz entrecortada.

Abrió la puerta, la hizo entrar, ambas se sentaron en la cama en el medio de la habitación muy parecida a la de ella. Hablaba en voz baja. Yanka la abrazó como para protegerla.

Lo dijo en un suspiro.

— Llama a Mashoufan, tengo dinero, dile que venga.

 

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