Subir al inicio

¿París, Londres o Nueva York? By Conchi Ruiz

89aaa9d238c2682f71ab58abbba96aed   Quién iba a preocuparse en París, Londres o Nueva York por la tragedia que vivía aquel pequeño país  en los confines de China y Japón. Nadie, absolutamente nadie, solo aquellos que estaban inmersos en un sopor de espera, de la llegada de lo inevitable, del horror. No había expectación ni interés, únicamente un silencioso compás de espera de resignación y fatalismo mal llevado porque de otro modo sus vidas no tendrían valor para vivir, aunque a veces, la muerte es un consuelo y liberación. Pierre caminaba cada día por un huerto donde la altura de los árboles no dejaban ver apenas, más allá de un pequeño espacio que el viento abría entre las hojas. Los amaneceres grises y desapacibles de un otoño incierto, eran la compañía de su caminar por abruptos senderos. Había decidido cambiar el rumbo y dirigirse al lado contrario del acostumbrado, el lado norte. La niebla se hacía cada vez más intensa y era difícil distinguir más allá de unos pocos metros. A lo lejos se perfilaba algo así como una casa en medio de la extensión del terreno y casi pegada al camino, un camino estrecho, rocoso y resbaladizo por la humedad y las lluvias intermitentes. Una figura humana se empezaba a dibujar pero no llegaba a distinguir. Sus pasos los dejó lentos hasta ver a una mujer que agachada, recogía algo de un pequeño huerto. —Buenas  tardes, ¿me podría indicar hacia dónde llegaré por este sendero? Hizo un movimiento con la cabeza negando el idioma y musitó algo en japonés. Debió suponerlo. Acostumbrada al silencio, le salían piedras de la boca cuando hablaba y por ello quizá hablaba poco, o hablaba con frases toscas de cantero. Siguiendo la dirección de su dedo, Pierre continuó su camino sin encontrar bifurcaciones. Algo había en el ambiente que lo alertaba y lo inquietaba, se sentía vigilado, como si los árboles tuviesen ojos, ojos malignos. Apresuró el paso hasta llegar a una planicie de piedras y pequeñas montañas de hojas secas que el viento en sus distintos sentidos acumulaba. Le resultó un paisaje dantesco y sin ni un ápice que se pareciera a una naturaleza viva. Avivó el paso. A lo lejos y subiendo una colina, varios hombres uniformados y armados ascendían por lo que, supuestamente, separaba los terrenos. Delante de ellos un hombre con las manos atadas a la espalda. Se refugió tras las ramas secas apiladas y contuvo la respiración. Sudaba a pesar del aire frío. Tres detonaciones y después, el silencio. Sacó la cámara de su pequeña mochila y la colgó en su cuello. Pasaron los minutos, desesperadamente lentos, murmullo de voces a lo lejos que la incipiente lluvia las hacía lejanas. Lentamente caminó hacia atrás para desandar el camino que se le hacía eterno. Pasó por la casa de la vieja con piedras en la boca. Ni una luz, solo el silencio. Entre los árboles se sintió seguro, pero el sonido de los tres disparos  sonaban  aumentados en sus oídos. Pierre ya había enviado a su diario varios artículos y ahora no sabía cómo empezar, ser corresponsal de guerra es como caminar por una cuerda floja sobre la bravura de un gran río o colgado de lo más alto de una montaña escarpada solo con la ayuda de las manos y los pies. Cerró el cuaderno y sin saber muy bien qué esperaba descubrir inspeccionando sus pertenencias, volvió a empaquetarlo todo. Al día siguiente volvería a París, cuando publicaran su experiencia no ocuparía la primera página, no era tan importante un cadáver más en Japón o China, así son las guerras, también tienen sus categorías y sobre todo si quien recibió aquellas tres balas era un simple campesino de aquella pequeña aldea. ¿El motivo de su muerte y la de muchos por el camino? Nadie lo sabe y tampoco interesa. Citas. “ Quién iba a preocuparse en París, Londres o Nueva York, por la tragedia que vivía aquel pequeño país de Asia en los confines de China y Japón” Obra: “ Las orquídeas rojas de de Sanghai”  Pag. 13 Autora: Juliette Morillot “Acostumbrada al silencio, le salían piedras de la boca cuando hablaba y por ello quizá hablaba poco, o hablaba con frases toscas de cantero” Obra: “La sangre ajena” Pag. 60 Autor: Manuel de Lope “Cerró el cuaderno y sin saber muy bien qué esperaba descubrir inspeccionando sus pertenencias, volvió a empaquetarlo todo” Obra: “Un lugar en tinieblas” Pag. 147 Autor: Bárbara Esstman.

Categorias

1 Comments

  • Me encantó Conchi.

Deja un comentario

Facebook
Twitter
LinkedIn
A %d blogueros les gusta esto: