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El Rito Diana González

fc3ab0cab23d4b76d71133b42de8d0f0 El oficial a cargo de la demolición abrió aquel armario y se sorprendió ante su hallazgo. “No sé qué día es hoy, ni cuánto tiempo llevo huyendo, escribo esto para quien lo encuentre, no sé lo que puede pasar, mi ropa está desgarrada, mojada y sucia, estoy en un cobertizo abandonado. Fuimos al monte, Maria Angélica se comportaba de manera extraña, misteriosa y de alguna manera provocativa, el primo Alfredo a mi lado, evitaba mirarla, pero ella sabía más de hongos que nosotros y seguir sus indicaciones. En un sendero de robles, encinas y alcornoques encontramos el suelo sembrado de unos parasoles grandes y blancos, comenzamos a llenar las cestas cuando vi que Maria Angélica probaba uno de aquellos gigantescos parasoles y los degustaba como reconociendo su sabor, preguntó en voz alta si queríamos.” Un vestido color crema con puntilla manchado y hecho jirones, un viejo par de botinetas de cuero de mujer. Y un antiguo diario de tapas de cuero rojo escrito hasta la mitad. “En lugar de amanecer parecía que oscurecía, escuchamos un estruendo seguido de voces en espeluznante advocación, me abracé a Alfredo, el cogió mi mano y comenzamos a huir en dirección contraria al origen de aquellas voces guturales y aquel  retumbar de tambores, oíamos crujir la maleza bajo nuestro pies y detrás nuestro. De pronto me pareció escuchar una carcajada macabra, ya no sabía quién era que tiraba de mí, la mano de Alfredo se transformó en una especie de garra, al punto de lastimarme, en mitad del día el cielo se tiñó de un oscuro rojo fuego, escuché gritos de auxilio, seguimos corriendo, me tropecé y caí rodando por un desnivel, escuche una voz que no se precisar si estaba fuera o dentro de mí, gritando — ¡Sigue, no te detengas! ¡Él no es él!” Octubre 29. Mañana iremos con el primo Alfredo y María Angélica a coger setas. Marian dice que por aquí hay parasoles y su madre le enseñó a juntarlas. Me pondré mis botas de campo de las que tanto se burla. Él ha salido un par de veces en mi defensa. Ella nada más ha puesto su cara de impaciencia. “Entre las hendijas de los tablones del cobertizo podía ver para afuera. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí escondida pero pude notar que estaba amaneciendo. Estaba entumecida y aturdida por la noche de duermevela. Volví a mirar hacia la espesura sin ver nada. Tratando de moverme lo menos posible para no hacer ningún ruido que diera pistas de mi escondite. En la claridad pude distinguir un viejo armario, andando de puntillas llegué a esconderme en su interior, toqué la bolsa que colgaba de mi  cintura, allí estaba mi diario.” Octubre 30: Durante la noche ha habido mucha niebla, dice el primo Alfredo que está dudando en ir con nosotras. Me siento contrariada, me agrada estar con él y creo que a él le ocurre lo mismo. También me doy cuenta que eso impacienta a Maria Angélica. Ante el hallazgo de huesos humanos alrededor del cobertizo hubieron de informar a la policía, la demolición se demoraría, los equipos de investigación forense se presentaron en el lugar. Lo que les resultó más extraño fue lo hallado en el armario,  tanto que el vestido desgarrado estuviera perfectamente doblado, como los botines puestos ordenadamente uno al lado del otro, sobre el vestido el diario de tapas de cuero rojo. “No estoy muy segura si han pasado una o dos noches, el armario si bien es viejo es robusto, creo que ahora es noche. Puedo distinguir las horas del día porque los aullidos solo aparecen por la noche, las voces me avisan que vienen a por mí, desnuda.”   Los estudios determinaron que aquellas prendas eran las comunes en principios del mil ochocientos, lo extraño que parecían haber sido usadas hasta unas pocas horas antes de su hallazgo.  

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