
8 de marzo. Día de la mujer. Saludamos sus reivindicaciones. El equipo de escritoras/es de Fleming
No me canso de ver a mis hijos. Descubrir en uno, esa mirada color miel, la sonrisa que alumbra mis días en esa, mi princesa y además ese perfil tan idéntico al de su progenitor, que a veces me resulta increíble, como me pasa con el mayor. Pensando bien en este hombre, el padre de mi primer hijo, creo que el honor del silencio, le queda bien, porque aunque no fue de los que sumó mucho para la manutención de mi muchacho y lo que significó un padre para su vida, tampoco fue de los que restó continuamente con sus acciones. Simplemente pasó sin pena ni gloria.
Sin embargo, en el caso de mis dos últimos hijos, realmente cada vez que pienso en mi ex o le recuerdo, que lo hago poco, la pregunta obligada que viene a mi mente es: — ¿En qué estaba pensando yo?
Mientras veo al más pequeño irse al cole y cierro mi portátil luego de hablar con la otra por Skype, ya que es lo que me queda en esta distancia obligada; me miro al espejo y recuerdo días aquellos, en los que realmente creía que no valía nada. Si no, no tendría ninguna explicación el haber permitido que alguien así, entrara a mi vida.
Vladimir, así se llamaba él (habló en pasado aunque todavía vive). Y lo asumo muerto, porque aunque respira, realmente nunca ha formado parte de nuestras vidas. Por lo demás, cultísimo, de los que pueden memorizar los prólogos y hasta libros enteros, para después vomitarlos en más de tres idiomas. Admirado por muchos, incluyéndome a mí, en los días de mi ceguera. Inflado del ego que da el conocimiento, pero huérfano de cualquier sentimiento que le vuelva sensible y humano.
Nunca supe a ciencia cierta porque vivía solo en ese entonces, se presumía la historia de un divorcio que al final comprobé que no era cierto. Era un hombre mayor, de los que consideraba ya estaban en una etapa de paz y tranquilidad. Quizás el buscar y encontrar esa figura de padre que no tuve, por fallecer tan temprano el mío, fue lo que me llevó a caer en una relación así; ya que ni sus veintidós años más que los míos, sirvieron para encender alguna luz de alerta. Como dije, estaba ciega y sin considerarme alguien de mucho valor.
Yo, con un pequeño de casi tres años, sola y con las ganas de esforzarme al máximo para sacarle adelante. Terminando una carrera acorde con el trabajo que estaba haciendo para aquellos días.
Él, profesor de matemáticas (matemático puro de profesión), de esas que nos amargan la vida a quienes nunca entendimos para que existían los límites, las integrales y las derivadas en el quehacer cotidiano de la vida.
Así empezó todo, una vida muy cansada, con un trabajo muy demandante, pero con la esperanza firme de ser alguien mejor. Se me hacía tan difícil esas matemáticas, que terminé yendo con la mayoría de la clase a tutorías particulares con el fulano profesor. Entre clase y clase, se fue dando la relación. Todos hablaban de que él era un tipo chévere, al que se le podían dar regalos como botellas de licor, pero yo nunca lo entendí. No conocía de esas costumbres. En mi casa materna ante la ausencia de padre, hermanos varones o abuelos, nunca supe lo que fue un hombre borracho.
Me sorprendía la capacidad intelectual de ese hombre, sabía de todo y podía pasar largas horas leyendo. Él era de los que decía que: —Quien tiene el conocimiento, tiene el poder. Siempre me han llamado la atención las personas que saben algo y sobre todo los que quieren compartir ese algo.
Una cosa llevó a la otra y al cabo de unos meses, Vladimir se las ingenió para irse a vivir conmigo. Sí, a mi casa, la que había pagado yo. Allí le atendí como todo un príncipe; de lo mejor que yo era y tenía le entregué. Mi familia, mi mamá y mis hermanas le acogieron con cariño. Pero los problemas no tardaron en llegar. Al fin iba yo a saber quién era ese gran intelectual.
La prioridad para este hombre era una buena lectura, la prensa, los números, un puro para fumar y una botella de ron del seco cada viernes. Con el paso de los meses fui entendiendo para mi dolor, que siempre estaba borracho, lo que ocurría es que yo no me había dado cuenta. Había consumido marihuana por muchos años en su vida, según lo que pude conocer luego, y la había dejado; sin embargo al entrar en contacto con el alcohol, sufría de grandes trastornos.
Sus desplantes y desprecios empezaron a aparecer y yo quede embarazada de mi segunda hija. Entonces apareció la realidad no develada hasta ese momento, tenía un matrimonio sin terminar, y sin ningún tipo de sutileza me lo restregó en cara. Los días se hicieron terribles y muy malos.
Aunque lo único que quería hacer era quedarme en un rincón y llorar, sacaba fuerzas de donde no las había para sonreír ante mi pequeño y acariciar mi nuevo embarazo con ternura, anhelando a pesar de todo ver a mi hijita.
Vladimir no cambió para nada. Como todo buen vicioso, ofendía, maltrataba y hacía que la vergüenza me visitara de manera recurrente, luego se disculpaba hasta que volvía a beber y todo volvía a empezar. Para mí era un infierno, yo nunca bebí, ni fumé, ni era dada a ningún vicio, que me tocara ese escenario fue una de las peores cosas que llegué a experimentar y lo peor era, que realmente yo no entendía nada. No podía concebir cómo a alguien a quien le gustara tanto la literatura y tuviera tanta formación académica, podía comportarse así. Allí comprendí, que el ser humano va más allá de su conocimiento, y por un tiempo me aleje de mis letras, lastimándome yo misma.
Mi pequeña nació y pudimos mudarnos gracias a mi trabajo a un lugar más cómodo. Por un momento llegué a pensar que algo podría cambiar y que él se haría un tanto más sensible con la llegada de nuestra hijita, cosa que no ocurrió. Yo me fui distanciando cada vez más de él y buscaba cualquier excusa para estar fuera de casa con los niños.
El empezó a echarme en cara que necesitaba que le atendiera más, reclamaba mucho la parte sexual, pero yo no estaba dispuesta a ceder ante alguien que continuamente me lastimaba con sus acciones. Descuidó el negocio que habíamos montado juntos. Una especie de Cyber, donde las personas podían ir a navegar en internet y también a recibir asesorías para trabajos de grado por parte de él; ya que sin participarme nada, cuando menos lo espere decidió dejar la docencia y sus clases, porque no se sentía la suficientemente apreciado. En aquellos días opté por ser comprensiva, hoy entiendo que nadie quería a alguien como él, dando clases.
Fue así como en poco tiempo tuve que hacerme cargo de todos los gastos, incluyendo de los que él necesitaba para fumar y beber, y llegó el tiempo de pasar verdaderos aprietos económicos.
Un día feriado, de esos en los que no asistía al trabajo y mi madre se había llevado a los chicos a la piscina del conjunto donde vivía, Vladimir se me acercó alegando que tenía derechos que yo no cumplía. Y en un evento desagradable, me sometió y de aquel acto con total despropósito y sin un ápice de amor, me dejó embarazada de mi último hijo.
Si los tiempos anteriores habían sido malos, los que siguieron a este embarazo fueron peores. Su grado de alcoholismo se desató al punto de que una y otra vez pasábamos malos ratos en casa por lo que él hacía. Mi último hijo nació y tomé la decisión de que me esterilizaran, ni remotamente quería tener otro hijo con alguien así, además no veía una salida clara para todo aquello.
Cuando el último de mis hijos tuvo algo más de un año, pasó algo que terminó de hacerme entender ¿quién era la persona con la que compartía yo la casa que tanto me costaba mantener?
Por esos días, tuvo mi ex el descaro de meter a una de sus alumnas a casa y acostarse con ella. No lo supe hasta un tiempo después, cuando en el teléfono que yo misma le había comprado, quedaron registradas las conversaciones más burdas y obscenas que podía imaginarme.
No soy de las que registro ninguna de las pertenecías de mi pareja, pero ya en repetidas oportunidades mi madre me decía: —Revísale el teléfono. Lo que me hizo entender después, que todo el mundo sabía de sus andadas, menos yo.
Como es de esperar la relación terminó. Al momento de enfrentar su falta, la única defensa que tuvo fue golpearme, así que ese fue el detonante. La pesadilla había terminado. Vladimir cargo con todos los libros que había en mi casa, hasta los que yo había pagado con mi dinero (es decir, todos) y no me importó, sólo quería que se fuera; además de hacerme vender la propiedad que tenía para darle la mitad. Aunque también la había conseguido con mi solo esfuerzo, preferí ceder a su presión con tal de que saliera de nuestras vidas, y así ocurrió.
Hoy, han pasado los años, mis tres hijos hermosos, grandes e independientes. Sin rencor, pero sin amor por aquel que no quiso disfrutar de él mejor de los papeles que podemos tener en la vida, el de ser padres.
Miro hacia atrás, y están esos recuerdos para olvidar, y compruebo que ya mucho lo olvidé. No insisto en recordar algo que no ayuda a seguir, y mientras doy vuelta al anillo de matrimonio en mi dedo anular, creo que todo eso que me ocurrió sirve para que ante cualquier indicio de volver a repetirse la historia, pueda yo pararla inmediatamente.
Atrás, bien atrás, quedó Vladimir y su múltiple sapiencia, acompañado de las más frías de las emociones, como es la indiferencia. A él le agradezco el empezar a construir mi defensa, esa que expresa:
—¡Ya basta!, cuando alguien me abusa.