Aunque los capítulos llegan con cuenta gotas, esta historia de Verónica Boletta nos invita a seguirla y ser pacientes —j re crivello
Descenso
Los ángeles caídos conocen la tortura del regreso intempestivo. A cada descenso corresponde un infierno para el demonio recién nacido. El paraíso está sobrevalorado, bien lo saben quienes lo contemplan desde fuera.
Un sordo deseo de venganza se apodera de los expulsados. A ese sentimiento apelará Navegante Uno para conformar el ejército que encabece la revolución.
Unos y otros visten ropa de color anodino —color mierda, le llaman los ancianos— fácilmente mimetizable con el ambiente: amarronado maloliente de los pisos bajos, elegante beige multiplicado en el acero de los pisos altos. La uniformidad pesa como un mundo. Sólo la soportan quienes habitan en la cúspide. Allí gravita la soledad, hecha de miedo a perder posesiones y la escasez de interlocutores.
En ese horizonte abigarrado e intenso, Coronel Diez sufre la degradación. Esperaba ser designado General. Un contrincante de escalafón le ha tendido una trampa. Desenterró un secreto que creía bien guardado. El silencio lo condenó. Si las cárceles son para los desposeídos, el exilio es el castigo que sufren las castas acomodadas. Degradado pero no vencido urde en los pisos inferiores un castigo ejemplificador: poner al mundo conocido del revés.
Ida
Llamarse como mujer pájaro viaje no define. Abierta a los caminos, Ida investiga en los ascensores cuán bajo se puede caer y el techo que deberá perforar. Tiene los brazos largos, acentuado su aspecto larguirucho de ojos pequeños, carita de rata. Es llamativa de una forma extrañamente bella. Irradia luz en ese lugar sin colores. Baila con las sombras. Hace fuertes sus músculos. Esmirriada, pasa inadvertida bajo su mameluco de abeja obrera.
El error —bien lo sabe— es despreciar a los débiles. Cuenta con ello. Su entrenamiento ha finalizado. La última prueba exige infiltrarse.
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