jueves, abril 25 2024

Presentamos un extracto de Tiempo de Amar

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Presentamos como comienza Tiempo de Amar de Awilda Castilla recién editado por fleming editorial Link a Amazon

Mis recuerdos de hoy se ubican en el año 2015, cuando aún la mañana no llegaba. Era un Febrero quizás,  ya ni me importa que mes era, solo sé que como siempre mi mente se fue a volar hacia otro lado, y aún allí me  preguntaba ¿por qué? Pero como tanta veces, eludía la pregunta, no animándome ni siquiera a plantearme algún tipo de respuesta.

Faltaban unas dos horas para el amanecer y yo permanecía despierta en mi cama,  inmóvil, con los ojos cerrados como quien dormía,  y el corazón despierto como quien sabía que había algo más que esa noche, que esa cama, que esa vida. Sin moverme, para no dar señales  de insomnio o de algún desgano, que ni yo misma me daba el lujo de sentir y mucho menos de aceptar ante los demás que los padecía, seguía allí deseando que cuanto antes llegase la aurora y empezara el día y así no hundirme tanto en mis pensamientos.

Sin embargo, tuve que dar un leve giro hacia la izquierda porque estaba ya cansada de huir al único rincón vacío de mi cama, el de la derecha, y por supuesto, inevitablemente  encontré o quizás deba decir, me encontró lo que realmente yo no buscaba.  Una mano se dejó sentir atravesando las sábanas y cobijas que nos mantenían en calor en medio del frío insoportable que producía el sistema de aire acondicionado que teníamos para poder soportar las altas temperaturas que normalmente se dan en esta zona de mi país. Su mano recorrió rápidamente el camino entre las cobijas, obvió por completo mi pijama de algodón debidamente abotonada, hasta llegar a mi pezón derecho y posarse allí,  sin  ningún reparo, sin detenerse a pensar si había algún sentimiento y en el fondo algunas ganas.  Nada. Calladamente ya sabía lo que me esperaba,  era la rutina  de siempre, esa de las que nos hayamos atados los que debemos cumplir con el llamado «deber conyugal».

En ese momento, tontamente yo imaginaba que ese era el tiempo que el mundo había establecido como «para amar», comprobando en un futuro no muy lejano que el mundo estaba simplemente equivocado. Todo esto respaldado a modo de recordatorio por un  anillo en mi mano derecha que llevaba grabado el nombre de Beltrán y la fecha de aquella unión que aún hoy me pregunto: — ¿qué fue lo que realmente la originó? ­­

 

La faena, más bien dicho, su actividad sexual como siempre comenzó y no acabó hasta que estuvo totalmente satisfecho, así como un caminante que solamente tienen necesidad de tomar agua,  calmar su sed y luego  simplemente sigue su camino;  sin mirar atrás o a los lados, sino que sigue enfocado en el lugar a donde quiere llegar, así era lo que yo conocía hasta ese momento como “Tiempo para Amar” y la palabra amor hacía rato que se  desdibujaba en mis pensamientos.

Todo esto a mí me parecía normal, eran casi 13 años de matrimonio, y yo lo había aceptado, sin quejarme nunca. Como era de suponer, él volvió a dormir y aún los rayos del sol no se manifestaban, yo seguía despierta, esta vez con los ojos más cerrados que antes.  Aunque se creía un semental,  terminaba mucho antes de lo que algunos  tardan siquiera en empezar, y eso no significaba ningún problema para mí; ya que desde que comenzaba esta rutina, mentalmente yo rogaba porque todo acabase pronto. En esa madrugada, yo no pensaba que existiesen otras formas de sentir, al menos no para mí; creía vivir simplemente en lo correcto y por tanto eso me hacía feliz; sin pensar siquiera que de forma inimaginable me tocaría comprobar que no era así.

Al fin, a las 5:10 am los colores ya cambiando en el cielo abrieron paso a la claridad que me salvaba de continuar en el cumplimiento de aquel deber, hasta que quizás en cuarenta y ocho horas siguientes o un poco más, volviera a repetirse la acción,  como siempre con el mismo actor, con la misma rutina y la misma ausencia de sentido y sentimiento, pero éramos perfectamente normales.

¿Yo? Convencida totalmente que representaba mi papel a cabalidad y eso me hacía sentir «feliz». Empezaba mi rutina diaria.  Oración de agradecimiento por este día genial al cual había tenido la oportunidad de llegar… aunque más de una vez aún en medio de esa misma oración, podía irme con mi mente a otro lado y preguntarme o preguntarle a mi Dios,  si lo ocurrido hacia unas escasas horas era suficiente motivo para agradecer.  Por supuesto, prefería no quedarme pensando en esas cosas,  que en el fondo podían resultar un tanto peligrosas,  para quien como yo, tenía su vida y sus emociones totalmente en su lugar.

Salí de mi habitación y di unos 10 pasos por un ancho pasillo,  hasta llegar a una habitación que tenía colgado en su picaporte un identificador en forma de portería de fútbol que decía “Andrés”. Abrí con sumo cuidado la habitación que se encontraba más en penumbra que la que acababa de abandonar y con pasos cuidadosos me acerqué y lo vi… para mi ese realmente era el mejor tiempo del día. Acaricié sus cabellos negros y ondulados, así como su tierna cabeza sobre una almohada cubierta con una funda cuyo motivo era el mismo que colgaba en la puerta. Entrar a esa habitación era como pisar un campo de fútbol y empezar a identificar a grandes jugadores con L. Messi, C. Ronaldo,  y un sin fin de rostros que me eran familiares mientras estaba allí, pero que luego se me confundían cuando las camisetas eran todas iguales y me tocaba observarlos en la gran pantalla de la televisión en nuestro  salón de entretenimiento, ubicado al final de  ese mismo pasillo en la parte superior de nuestra casa. Con suavidad me acerqué, me incliné sobre su frente, besándolo  y con  voz suave le dije:

̶̶ Arriba mi número 10, el juego está próximo a comenzar.  Sentí su pequeña mano moverse acariciando mi rostro y la dulce voz de un gran chico de  12 años que me decía:

̶ Con  una novia del equipo tan linda, ningún jugador puede quedarse dormido.  ¿10 minutos más?

Volví a besarle y le dije: ̶ estás a buen tiempo.  Y continué con un: Sólo 10 minutos y luego «tiempo fuera» los buenos jugadores siempre están listos para la cancha.

Realizada  esa diaria visita matutina, mi día tenía sentido, los colores comenzaban a brillar, las razones continuaban apareciendo; confirmaba que mi felicidad era real… al menos eso pensaba yo.

A mis casi 33 años, no podía concebir mi vida sin la presencia de aquel «enano» (como le decía su papá) el cual, parecía que día a día se impulsaba sobre sus puntillas para hacerse más alto que yo, y lo cierto era que con rapidez su carita se iba acercando más a la mía,  aun sin necesidad de tener que empinarse. Pero igual,  yo seguía viéndolo tan pequeño como aquel día cuando lo abracé por primera vez.

El nació un mes de Octubre, exactamente un 10, por eso y por su afición por el fútbol, era mi «chico diez».  Me embaracé a los 21 años, justo 8 meses luego de mi matrimonio con  Beltrán, estaba en mi tercer año en la universidad desarrollando la carrera de educación de niños especiales.  El primer año mientras estaba en el básico que enmarcaba toda la parte teórica de la carrera, me fui dando cuenta de la importancia y el valor que los niños llamados especiales podían tener en el ámbito familiar y social.  Irónicamente en mi país,  Venezuela eran objeto de un sinfín de campaña políticas,  pero en realidad nunca hubieron planes que se concretaran para el desarrollo y atención de éstos.

Conocí a mi esposo un poco antes de cumplir 19 años,  él tenía 24 y ya estaba graduado en comercio exterior, carrera que había cursado fuera,  ya que su padre,  mi suegro, de origen Argentino lo había enviado al norte a hacer los estudios universitarios.  El muchacho que había salido aplicado para los estudios y sagaz para los negocios a los 22 años estaba de vuelta,  graduado y queriendo comerse al mundo a través de sus estrategias de negociación y de la mano de su padre lo había conseguido.

A pesar de haber nacido en Argentina, Beltrán vivía en Valencia, la capital del Estado Carabobo. Escuchar el apellido Méndez en esa ciudad o en todo el Estado, se asociaba fácilmente con empresas y dinero, el prestigio de su organización era conocido y la excelente posición económica les precedía.  Pero cuando yo lo conocí,  aquí en Lechería, Estado Anzoátegui,  donde nos casamos y establecimos nuestra residencia familiar, aquí, ni  él, su apellido y su dinero, me sonaron a mí, para  nada.

Al final del primer año de mis estudios universitarios las secciones que iban más adelantadas que la mía organizaron un evento para recolectar fondos en beneficio de la creación de una  fundación que estaría orientada a la atención de niños con condiciones especiales. Al final de ese año y con la presencia de muchos artistas de la zona y nacionales se logró organizar un gran evento en uno de los Hoteles más importante de nuestra ciudad. Tanto los empresarios regionales y  nacionales, se dieron cita a fin de anunciar su solidaridad ante esta causa tan noble. Claro, nosotros como estudiantes lo hacíamos por lo sensibilizados que estábamos ya con los infantes que presentaban estos síndromes o condiciones especiales de desarrollo tanto a nivel físico como cognitivo. El resto de los participantes lo hacían por otros diversos intereses.

Lo cierto es, que allí estaba Beltrán Méndez, apuesto y galante. Realmente yo lo conocí y no me impactó. Me di cuenta que era un joven agradable con una sonrisa perfecta, pero no despertó en mí ninguna atracción particular. Si mal no recuerdo, él estaba ese día con una mujer deslumbrante, algo mayor que él, pero que en resumidas cuentas hacían una bonita pareja.  Por mi amiga Manuela, que inicialmente le había echado el ojo a Beltrán, me enteré que si tenían una relación hacía más de un año para ese entonces. Pasados algunos meses, él empezó a cortejarme y negó toda relación con Sara, así se llamaba, o mejor dicho se llama, la que había sido su amiga de fiestas y posteriormente a la vuelta de su estadía por el norte, habían reanudado su amistad y algo más.

Como era evidente, en la medida que él se empeñaba en verme, quedó todo al descubierto debido a que ella misma un día me llamó por teléfono en tono de reclamo y yo solo le dije que no estaba interesada en Beltrán. Esa actitud al parecer fue lo que detonó en él un interés cada vez más creciente en mí. Terminó por completo su relación con Sara, aun cuando ella y su familia formaban parte de un gran consorcio de la familia del que más tarde sería mi esposo. Al cabo de seis meses más, nos casamos.

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