Ella era etérea. Brillaba aún en la tormenta y me conocía tanto que a veces, me daba cierto temor reconocer que así era.
Adivinaba mis más ocultos deseos y callaba mis gestos más violentos apenas con una dulce mirada de sus ojos grises y esa sonrisa tierna que derretia el iceberg más inmenso. Transformaba la noche en día y los días a su lado,en ocasiones, se hacían eternos.Hoy, luego de tres años de ausencia, estoy seguro de haberla hecho feliz hasta donde pudieron llegar mis sueños y los suyos.
Por eso, cuando anoche me susurró un " te extraño tanto..." le creí. Y dejé que me abrazara con fuerza. Como tantas veces antes de su muerte.