jueves, abril 25 2024

JUEGOS DE AZAR by Conchi Ruiz Mínguez

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Este texto de Conchi Ruiz forma parte del Taller de Escritura j re crivello sobre True Crime. Hemos sustituido la raya de los dialogos por puntos negros Estimado lector, pero Ud no desespere…

La nota escrita destartalada, sin comas ni puntos para descanso de las letras y la asimilación de su lectura decía “estés donde estés daré contigo”

La mano de Lina tembló y soltó el móvil como si tuviera fuego y quemara sus dedos, los ojos fijos en aquel, para ella, infernal objeto que reflejaba el escrito. Cerró los ojos y se dejó caer en la cama, con la respiración entrecortada para aguantar el grito que quería salir de su garganta, de entre sus labios apretados y como un lamento, un murmullo apenas audible, una palabra ¡No!

…///…

Llegó a Londres a la hora en punto, nadie la esperaba porque a nadie conocía todavía, años atrás su trabajo la obligó a vivir allí seis años en los que tuvo experiencias que la hicieron más precavida, más segura de sí misma y a la vez, ejercer su profesión con más intensidad, pero también con más sigilo en sus actos.

Comparar Barcelona con Londres era casi una aberración era como salir de la luz de un bello amanecer y entrar en un túnel oscuro y húmedo. Llegó a sentir odio por la niebla persistente de fondo lo bueno en una gran ciudad, pero también lo menos bueno y trágico.

Subió al taxi que esperaba en la fila del aeropuerto y dio una dirección, pasó la mano por el cristal para despejarlo de la humedad y contemplar el paisaje, sin mucho éxito. El tráfico a esa hora de la mañana era como entrar en un terreno de animales salvajes, sorteando obstáculos, gesticulaciones amenazadoras en los adelantes o cruces, Lina pensaba que jamás se acostumbraría a estos hechos, pero ya los vivía con intensidad e indiferencia.

  • Señora, estamos llegando.

La voz del taxista en un inglés con acento sudamericano.

  • Doble la esquina y pare en el número 46, gracias

Era una puerta grande con un toldo a rayas y una gran alfombra en la entrada allí se cerraban los paraguas y acogían las huellas de los zapatos húmedos. Ya en el ascensor echó un vistazo al espejo y se vio lamentable, los ojos con sueño, adormilados y la tersura de su piel fría agradeció el calor de la calefacción del edificio. Pulsó el botón de subida, quinto piso.

Un pasillo largo con puertas cerradas y cartelitos metálicos indicando lo que en el interior se llevaba a cabo, “Jefatura de Investigación” A su llamada se abrió la puerta con prontitud.

  • Buenos días, soy Lina Carballo, el inspector Dawson me espera.
  • ¡Oh, sí! Buenos días señorita Carballo, tiene una visita ¿le importa esperar?
  • Sí, claro
  • ¿Le apetece un café o un té?
  • No gracias, lo tomé en el avión.

La secretaria asintió con la cabeza y siguió con su tarea.

El mobiliario al estilo inglés con alfombras cubriendo la totalidad del suelo y la mesita del centro cargada de revistas, lo que la hizo pensar que quien iba allí tenía que esperar. Pero no.

La puerta se abrió y en el quicio un hombre no muy alto pero fornido la invitaba a entrar en un correcto inglés.

  • Buenos días señorita Carballo, disculpe que la haya hecho esperar, pero así es este trabajo. Pase por favor.
  • No se preocupe, no ha sido tan larga la espera. Gracias
  • Tome asiento por favor, es un placer conocerla, me han hablado mucho de usted detective Carballo ¿le importa que la llame Lina?
  • En absoluto señor Dawson, también me han hablado de usted y muy bien, por cierto.
  • Gracias Lina, me halaga.
  • ¿Qué desea que haga o cuál es mi cometido aquí en Londres? En Barcelona no me han dado ninguna pista.
  • Verá, usted conoce muy bien Londres, ha hecho muy buenos trabajos aquí de investigación y es una gran colaboradora.
  • Gracias, ahora me halaga usted.
  • No, no me las de, pero esto que la ha traído aquí no es nada fácil, pero hemos pensado en usted porque ha solucionado algunos casos similares, aunque éste es más complicado y estaremos siempre en contacto con usted y colaborando estrechamente.
  • ¿De qué se trata?
  • Estamos tras la pista de un hombre precisamente español, llamado Martín Mederos. Es propietario de un Club de Juegos y de todo lo que este tipo de actividades que se operan en él, me comprende ¿verdad?
  • Lo tenemos vigilado la policía y los detectives, pero es muy resbaladizo y todo parece estar bien y sin ningún problema.
  • ¿Entonces…?
  • Hace un mes aproximadamente apareció un hombre con un tiro en la cabeza en una callejuela cercana al Club. Hicimos una redada, pero no había señales ni huellas que pudieran darnos alguna pista del crimen.
  • Y necesitan un cebo, ¿no es eso?
  • No ha hecho falta explicarle mucho. Por cierto, Lina -abrió un cajón de su mesa y extrajo un sobre- es un cheque porque necesitará algo de ropa, bueno digamos algo más…ligero…más…
  • ¿Sexi?

Lina se levantó de la silla, hizo un gesto provocador y ambos rieron.

  • Cuídese, es usted una mujer encantadora, y esté en contacto con nosotros en todo momento.
  • Lo haré, gracias.

Desde la puerta saludó con la mano y cruzó dos dedos. Sí, era suerte, y mucha, la que iba a necesitar.

…///…

El Club de Juegos era un gran espacio con distintas luces de colores. Los juegos de azar ocupaban la mayoría del lugar y el ruido de las ruletas dando vueltas y más vueltas hasta que un grito de alegría o de rabia de algún jugador rompía tan singular sonido. Las fichas iban y venían y el crupier las iba amontando y animando a los clientes indecisos con esa jerga que sólo ellos conocen, y las gentes envenenadas por el deseo de ganar, aceptaban.

Otras máquinas para jugar en solitario y hasta un ring de boxeo para los que querían medir sus fuerzas que, después de las bebidas, no eran muchas, Lina lo comprobó viendo copas y vasos en la barra del mini bar donde los amantes de los golpes bebían sin medida. Y mujeres jóvenes y no tan jóvenes, pero de buen ver, rondando por todas partes, con vestimentas escandalosamente destapadas, ella había optado por un traje negro con la espalda totalmente al descubierto y unos altos tacones rojos que de vez en cuando le costaba contralar.

Una escalera describiendo eses daba a un piso superior, aún no había subido y esperaba el momento para hacerlo. Sólo vio a una pareja subir, pero no bajar.

  • ¿Nueva aquí? – una voz a su espalda la sobresaltó.
  • Sí, es la primera vez.
  • ¿Y qué le parece?
  • Aún estoy haciendo el recorrido, pero veo que es muy atractivo.
  • Usted también lo es –la voz se hizo más insinuante – Mi nombre es Jules Benson, soy el dueño de todo esto.
  • Mi nombre es Rosetta Pogris – dio un nombre falso.
  • ¿italiana?
  • No, española
  • ¡Oh España, que bella!
  • Tomamos una copa ¿le apetece?

Mientras hablaban lo había estudiado, robusto, cuidada musculatura de gimnasio, frente estrecha y ojos oscuros insondables. La sonrisa parecía haberse helado para siempre en su rostro. Un Al Capone barato.

…///…

Esa noche Lina no podía dormir, demasiadas emociones en los acontecimientos de la noche pasada. Una larga conversación y al final una propuesta “¿quieres trabajar para mí en el Club?”, Su sangre se había helado, pero con una sonrisa inventada tomó un sorbo de batido de fresas y nata haciendo un mohín travieso en sus labios. Había mirado su reloj de pulsera y le tendió la mano en señal de despedida, nunca se había sentido tan mal y en su mente anidó la idea de la renuncia, cosa que jamás habría hecho.

Se levantó perezosamente y en el momento de correr las cortinas se detuvo en seco, dos hombres apoyados en la pared de la acera de enfrente con aparente displicencia.

¿La vigilaban? Sintió un escalofrío por la espalda y dejó la cortina cerrada. El sonido del teléfono móvil la sobresaltó. Miró el número, desconocido, solo el Sr. Dawson sabía dónde estaba ¿por qué ocultar su número si conocía el suyo? Reflexionó unos segundos y marcó un número.

  • ¿Si?
  • ¿Sr. Dawson?
  • Gracias Lina por contestar mi llamada, pero recuerde que sólo yo la llamaré.
  • Lo siento, pero creo que me vigilan, hay dos hombres en la acera de enfrente.
  • Sí, son de los nuestros ¿Cómo le fue en el Club?

Lina hablaba apresuradamente dando detalles.

  • ¿Va a ir esta noche?
  • Sí, dije que aceptaba su invitación, no puedo levantar sospechas.
  • Bien, allí estarán tres detectives más, si se les acercan haciéndole alguna proposición, dígales que no, llevarán un pequeño objeto en la mano para que sepa que son ellos, Fred, Morris y Jean
  • ¿Ocurre algo? –la voz de Lina era angustiada.
  • Sí, ha aparecido otro hombre muerto no muy lejos del lugar del otro y en la mano cerrada tenía una ficha de una ruleta.
  • ¿Qué opina la policía?
  • Están investigando, pero el Inspector Fred en un descuido se apoderó de la ficha, los forenses están estudiando las huellas.
  • Entendido –la voz de Lina era casi un murmullo.
  • Haga vida normal, salga a dar un paseo a pesar de la lluvia, vaya a un restaurante, de compras, lo que quiera, nuestros inspectores la van a seguir por separado, vaya tranquila.
  • Haré lo que me dice, pero llevaré mi pistola en el bolsillo, lo siento, no desconfío de los compañeros, pero me sentiré más protegida.
  • Hágalo, pero recuerde que se juega mucho
  • Lo sé. Adiós.

 

Se quedó mirando un rato el móvil y lo guardó en el maletín de viaje y sacó otro que sólo contenía algunas fotos y temas sin importancia.

 

…///…

 

A las diez de la noche pidió un taxi y dio la dirección del Club, el conductor la miró por el espejo retrovisor y sonrió. Su traje color rojo con su espalda desnuda y los altos tacones del mismo color, un bonito bolso de mano también rojo y el de sus labios.

La sala estaba aún despejada, era temprano. Miró disimuladamente a su alrededor y no vio a Jules Benson. Respiró algo aliviada. Sentada en una mesita en un lugar discreto paseó su mirada a la largo y a lo ancho. Sus ojos se cruzaron con los de un hombre de mediana edad que jugueteaba entre sus dedos con una piedra roja, hizo un esbozo de sonrisa ¿cuál de los tres sería? Al otro extremo y con la barbilla apoyada en la mano, un hombre joven y bien parecido pasaba una piedra color turquesa de dedo en dedo con agilidad, justamente en una mesa casi pegada a la suya, otro hombre con vaqueros y chaqueta azul metía y sacaba una piedra blanca en su vaso vacío ¡Estaban los tres! ¿y ahora qué? Tocó su bolsito y notó la forma del arma.

  • ¡Rosetta, has venido, gracias!
  • Le dije que vendría señor Benson
  • Por favor, llámame Jules, creo que vamos a ser buenos amigos.

Lina no dijo nada, una sonrisa helada desdibujó sus labios carnosos.

  • ¿Te gusta la ruleta Rosetta?
  • No he jugado nunca.
  • Pues vas a aprender y te doy la primera lección – y soltó una pequeña carcajada – verás, yo te indico una persona que gana siempre, te colocas detrás de él y aplaudes sus éxitos. Cuando tenga una gran cantidad de dinero, bueno son fichas, te hago una señal y le dices al oído si te quiere acompañar, fíjate en las demás chicas que están tras dos o tres jugadores a ver quién tiene más suerte, entonces le propones que te invite a una copa porque le has dado suerte y cuando estén en el mini bar, le dices que necesitas ir a la toilette y ya no te preocupes de nada más. ¿Qué te parece?
  • Espero saber hacerlo. Nada más.
  • Después sube las escaleras y me esperas allí, va a ser hermoso.

Lina se estremeció, pero se mantuvo lo más serena que pudo.

  • Ahora te dejo porque tengo que preparar algunas cosas. Le cogió una mano y se la besó.

Lina sintió como si una víbora la hubiese picado.

En una servilleta escribió “atentos a cuando yo suba la escalera”

Saltó del taburete y la dejó sobre la mesa del detective de la piedra azul, éste a su vez y con calma, con un cigarrillo colgando de los labios, la dejó en la mesa de la piedra roja, al momento iría a parar a la mesa de la piedra blanca. Lina volvió al taburete y pidió una piña colada.

Estar detrás de un desconocido y poner su mano en el hombro le repugnó, eso sí era un juego sucio y había entendido para lo que era y puso las dos manos.

No había pasado más de una hora cuando las fichas ganadoras se amontonaban delante de aquel hombre que enloquecía y sudaba de alegría cuando el crupier cantaba sus fichas y decía “el juego ha terminado señoras y señores”.

Aquel hombre fue directamente a cambiar sus fichas por una gran cantidad de dinero. Se tomó una copa y ella rechazó su invitación. Creía conocer su destino.

Subió las escaleras con rapidez y los tres inspectores se levantaron de las mesas y también subieron los escalones de dos en dos. Varias puertas cerradas bajo una luz débil e insinuante, olor a incienso. Lina apoyó su espalda en la baranda y los detectives entraron en una de las habitaciones a oscuras.

De pronto y algo agitado llegó Benson.

  • ¡Lo has hecho muy bien pequeña, pero ahora tú y yo vamos a disfrutar de la noche!

Lina tembló al notar su mano sobre la suya y apretó con más fuerza el bolsito que transportaba el frio del arma.

La luz al ser encendida la deslumbró y dejó a la vista una habitación decorada al estilo chino, cojines, lujosas estrellas, lámparas y una cama con una colcha dorada que arrastraba por el suelo.

A lo lejos y cada vez más cerca se podían oír las sirenas de ambulancias y coches de la policía. Lina supo que el hombre ganador estaba tirado en la calle con un tiro en la cabeza.

  • Desnúdate Rosetta. ordenó.
  • ¡No, jamás lo haré ni me poseerás, asesino!
  • Estás loca zorra –la segunda bofetada no le llegó, tres hombres entraron en la habitación, cada uno de ellos con una pistola en la mano y Lina tenía la suya.

Fred hizo una llamada telefónica.” El pájaro ya está en la jaula”

Martín Mederos, alias Jules Benson, fue condenado a cadena perpetua. Desde la cárcel no podría amenazarla.

Por la ventanilla del avión la lluvia caía intensamente. Todo había terminado, cerró los ojos y un rayo de sol la despertó. La voz de la azafata en ese momento decía “bienvenidos al aeropuerto del Prat”.

 

 

By Conchi Ruiz Mínguez

 

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