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CARTA DEL SUICIDA by José Luís Serrano

Carta del suicida CARTA DEL SUICIDA Sr. Juez: Que tenga Vd. un bien día a pesar de la labor que hoy le ha tocado en suerte. Espero que mi aspecto no sea demasiado desagradable. Dejo mi documentación a la vista, con eso ya sabe Vd. mi nombre y demás datos. Encontrará unos sobres con nombres y direcciones y ya franqueados. No me queda más remedio que pedirle (con todo lo que ello implica) un favor personal: póngalos en un buzón. Ahora bien, no está Vd. -ni nadie que no sea el destinatario- autorizado a leerlos, ni siquiera a abrirlos; no obstante, le explico: son cartas personales para quienes aún me llaman amigo. Era el último dilema que me quedaba por solucionar. Hubiera preferido hablar con cada uno y despedirme con un abrazo, pero eso habría sido ponerles sobre aviso y naturalmente habrían tratado de impedirme llevar a cabo mi decisión. (Lo mismo que, casi seguro, yo hubiera hecho con ellos de haberse llegado a dar la circunstancia. Imagino lo que estará pensando, pero uno también “es” sus contradicciones). Sé que respetarán mis razones aún dentro de la posible discrepancia porque somos amigos y tenemos tanto derecho a no estar de acuerdo entre nosotros como obligación de defendernos ante los demás, por lo que por mucho que Vd. insista, no le van a contar nada de nada, aunque saben, por supuesto que saben. De lo que pueden llamarse mis propiedades, dispongo como más abajo le explico, diga lo que diga la ley y sin negativa posible, aunque estoy seguro de que esta decisión contraviene un par de leyes que no creo justas porque nadie tiene derecho a decirme cómo he de usar mis cosas ni a quién regalárselas sin obligación por su parte de aceptarlas y en este caso, sean de aquel que demuestre algún cariño por ellas. Pero cómo a quién no ha participado en su consecución se le ocurre dictar normas o leyes sobre las cosas de los demás y el destino que ha de dárseles cuando su legítimo dueño ya no esté. Hay una cierta colección de objetos que voy a destinar a quien tengo en mente. Vd. sabrá disculparme, pero entre el momento de redactar esta carta y que Vd. la reciba pasará un cierto tiempo por lo que no es aconsejable que anote aquí nada. Lo encontrará como anexo. Es mi voluntad y quiero que se haga lo que en la relación especifique y sobre quien lo impidiere amparado en argucias legales u ocurrencias de cualquier calaña caigan diez años de pena negra. Créame quien fuere que no le conviene semejante cosa: yo sé de lo que hablo. ¿Qué decir de la parte legar del asunto, aunque ya no esté? Nada. Una vez más: ajo y agua. Y resina. Así pues, proceda Vd. conforme a ley o reglamento o lo que quiera que haya, pero sepa y si le es posible anote que el fondo del asunto, las razones, no le conciernen ni a Vd. en lo personal ni al estamento al que representa ni a la sociedad a la que sirve. Es cosa mía personal e intransferible como ni siquiera pudo ser el hecho de nacer, pero este, justo al otro extremo de la cuerda, sí que lo es y no voy a explicar nada. Allá cada cual con la conjetura, presunción o barrunto que le llegue por mera intuición o por deducción de vaya a saber qué datos conozca o crea conocer. Seguramente se equivocará, pero me da lo mismo. Para su informe o como quiera que se llame lo que haya de redactar no puedo ayudarle. Mejor dicho: no quiero ayudarle porque eso desvelaría los motivos que, bien pensado, siempre son, es, el mismo: la falta de un horizonte apetecible. Ya sé, y espero que vd. también, que es algo subjetivo y que puede que las cosas que aún hoy están a mi alcance a otro le llenasen la vida, pero a mí no. No alcanza. No es no ya bastante sino tan sólo suficiente. El tamaño de las cosas sólo puede medirse con la capacidad de cada cual y lo que puede ser obstáculo insalvable para uno es, para su vecino, un simple trámite sin relevancia alguna. Sí le diré que amo la vida de modo que seguir carece tanto de razón que resulta imposible. El futuro que me esperaría es negro y no se lo deseo a nadie. Por favor, no olvide o más bien tenga presente que no soy, quiero decir no fui, un pesimista. Antes bien siempre pensé que quedaba la mitad del licor en la botella, una vez más suficiente para brindar con un amigo, aunque fuera chupando el corcho. Pero ya no. Ya no. Pensé irme a terminar al lado del hospital y de un modo rápido que permitiera a los servicios de urgencia aprovechar lo que pudiera servir de algo, pero entre el follón que se iba a preparar con el disparo, llamar a la policía y esta finalmente a Vd. el resultado sería el mismo así que me quedo aquí con esta música esperando el silencio. Además, no tengo pistola, no la voy a robar y lo que cuesta no voy a restarlo de la lista de regalos y así tendré otra razón para hacer el camino con una sonrisa mientras renuncio a la vida. La fórmula “me la quito” ni me gusta ni la creo correcta, menos aún lo de “darse muerte” (sea, señor, tan amable de anotarlo) Rendiré cuentas a quien al otro lado me lo reclame si así es y si no, habré llegado a la nada siendo nada. Encontrará mi carnet de donante así que imagino que lo más fácil es que acabe en la mesa de disección de alguna facultad. Será un último favor a alguien que no sabrá que fue sobre un cuerpo que fue mío, como sobre otros muchos, que se estudió su problema. Eso sí, me gustaría –y sonrío imaginándolo- que sobre la broma ritual del DEP que en esos lugares son las siglas de Descanse En Piezas, alguien se tome un café a mi salud, es decir: celebrando lo que de mí pudo ser bueno, mientras mis últimos recortes (ya no diré restos) van camino de donde sea. Tal vez ser abono para plantas no sea mala idea. Me despido con cuatro cosas que acaso le digan algo de mí: Una vez tuve un perro, escribí unos versos, enseñé a un niño a cruzar las calles y una mujer musitó dulzuras abrazada a mí. Con esas cosas me voy. Me voy en paz y en paz queden. ¿Me dejan Vds. en paz? Muchas gracias.

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