EL MONSTRUO
En mi casa hay un monstruo muy grande que sólo sale de su esconderite por las noches, de verdad, no miento ni un poco, lo he visto yo mismo con estos ojitos, pero cuando lo conté no me creían. Ya tengo ocho años, sé muy bien lo que digo.
Hace varios días que escuché ruido por la noche, pero me daba mucho miedo levantarme a ver qué pasaba, así que esperé por si se repetía más veces, y sí, ¡vaya si se repitió!
Todas las noches, todas toditas, cuando mis padres ya están en la cama y se supone que yo tengo que estar dormido, se escucha su lento caminar por el pasillo, muy suave, se ve que para que no nos despertemos, pero como yo quiero vigilarlo, me aguanto todo lo que puedo sin dormirme. Le escucho entrar en la cocina, pero no da ni la luz, debe de ser un monstruo de esos horribles que odia la claridad, porque se mueve a oscuras sin ningún problema.
Después de que esto ocurriese varias noches, me atreví a levantarme para ver si podía enterarme de algo, y aunque soy muy valiente, las piernas me temblaban tanto que casi me caigo.
Me acerqué a la puerta de la cocina pero no me atreví a entrar. Desde el pasillo pude ver la sombra que hacía su enorme cuerpo alumbrado sólo por la luz que entraba por la ventana. Era muy grande, muy fuerte, y debía tener un hambre increíble porque escuché cómo abría la nevera y devoraba nuestra comida. Como estaba tan hambriento lo dejé allí y me fui a la cama por si acaso, aunque ya digo que no tenía miedo ni nada porque soy supervaliente.
La noche siguiente pasó lo mismo y desde mi cama llamé a mi madre para contarle lo que estaba pasando:
– ¡Mamá! Hay un monstruo en la cocina, un monstruo enorme que lleva muchos días comiéndose toda nuestra comida…
Se echó a reír y me dijo que los monstruos no existen, que seguramente lo habría soñado, pero le insistí mucho porque yo sabía bien que la sombra grande que había visto no había sido un sueño, así que mi madre se levantó de la cama, vino a mi cuarto y me llevó de la mano a la cocina para que comprobase que allí no había ningún monstruo, pero cuando ya estábamos muy cerca, escuché el ruido de todas las noches:
– ¡Ahí está, mamá! ¡Es él! ¿Ves cómo era cierto? ¡Es el monstruo! – le dije-¡Es el monstruo!
Y mi madre encendió entonces la luz de la cocina y dijo:
– ¿Otra vez Luis? ¿Otra vez comiendo a escondidas?
Mi padre, con su pijama de rayas, asomó desde detrás de la puerta del frigorífico sin saber qué decir. Los bigotes de chocolate que tenía alrededor de la boca le delataban, y su cara de haber sido pillado también.
– ¡Si es que yo no puedo con esa dieta que me han puesto, mujer, no puedo con ella!
– ¡Aquí tienes a tu monstruo, hijo! –dijo mi madre- Ya puedes estar tranquilo, anda, que se acabaron los ruidos extraños por la noche.
Se acabaron unos días, pero otra vez han vuelto los mismos sonidos de madrugada, solo que ahora ya no me asusto, me levanto de puntillas y con mucho cuidado llego a la cocina.
Los batidos de chocolate a esas horas están riquísimos.
GANADOR DEL PREMIO TERTULIA GOYA DE SANTANDER (2006):
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