
Obra de Otto Dix
Recuerdo la mañana gris y fría en que dejé el pueblo. No me despedí de los vecinos. Cerré la puerta y eché a andar sin mirar lo que dejaba a mis espaldas. Sabía que los buenos sentimientos no alcanzarían jamás mis huellas —en mi comunidad, no existe ni ha existido jamás ese tipo de sutileza—.
Aquellos que me conocían ─fueran amigos o enemigos, fieles o traidores, perdonavidas o sicarios─ me tenían por borracho y jugador. Así, después de pensarlo bien, llegué a la conclusión de que les haría un gran favor a todos con irme lejos. Claro, lo que nadie suponía era que, conmigo, también se iría el alma de aquel sitio de Dios.
¿Mis cartas?… Ah. Mis cartas. Bueno, esas fueron siempre las peores; es decir, las de perder. Y ahora, en mi soledad —en la que no hay ni ases ni reyes— ni siquiera aquí me dejan en paz y siguen acusándome de ladrón. Sin embargo ─para que sepáis la verdad, si es que podéis escucharme─, lo del robo de las flores fue pura cizaña, un invento de aquellos que quisieron encubrir sus propias trampas en la mesa del juego.
Por supuesto, no lo niego: yo jugué, ¡sí que lo hice! Pero limpio. Y si escondí en mi manga el As de trébol, fue con el fin de conservar alimento suficiente para emprender mi largo viaje. Pero de ahí a romper una cerca para robar flores… ¡Eso no lo admito!
Reconstruyamos los hechos; vamos a ver: exactamente ¿a qué hora descubrieron que la verja estaba rota? A las diez ¿no? A las diez. Sí. Como sabemos, hora improbable para robar en los jardines con la gente que pasa por la calle y cotillea. En todo caso, mis detractores deberían ocuparse más en perseguir a los mirones; a fin de cuentas, esos son los que entran y salen por doquier sin pedir permiso. Pero un viejo perdedor como yo… ¡«QUE SE HAGA JUSTICIA AUNQUE SE CAIGA EN CIELO»!
Señoras y señores: juro que morí a las nueve y que, luego, marché para siempre. Pero no soy culpable de que un trébol crezca en la tierra que me cubre, como tampoco de haber dejado mi memoria en el verde tapete de una sala de juegos.
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Excelente Rosa Marina, corto, rápido y con final que deja al lector con ganas de regresar saludos Juan re
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