
Entre el tedio del canto de palomas pasaba siempre por las tardes ocultando las manos tratando de pisar su propia sombra en su afán no lo alcanzó jamás la lluvia conocía el vacío del sol a su hora de pasar era la hora de gestar el tiempo redimido. Cuando vino el crujir de dientes y el redoble lejano de campanas allá en su otra vida inalcanzable, no volvió a pasar hasta el día del milagro. Se vistió de un niño con varabas incendiadas y ahora salía descalzo y sonriente más veloz que el tiempo y que la sombra hasta hacerse transparente