
Estaba agotado. Su cuerpo no reconocía las horas que le había dedicado al sueño. El peso de la preocupación volvía sus piernas más lentas cuando se incorporó de la cama. Fue hacia la ventana. Una luz brillante lamió las paredes de la habitación al descorrer las cortinas.
No debería brillar el sol; pensó. Oscuridad y tristeza el mismo tono que empañaba hoy sus pensamientos.
¿Tengo que dejar de pensar en ella, de añorarla? ─se preguntó mientras con gesto maquinal se subía los pantalones del pijama que amenazaban con deslizarse hacia el suelo.
─Maldito botón, ha vuelto a caer ─murmuró entre dientes. Desde que su mujer había muerto estos pequeños detalles de dejadez le mortificaban.
Camino del baño miró de reojo la parte izquierda de la cama. La parte de ella. La almohada lisa, intocada y el embozo de la cama formando un perfecto triángulo abierto, esperando ser ocupado por su propietaria, contrastaba con la derecha, su parte. Revuelta y arrugada con aroma a desconsuelo y a nostalgia.
La claridad hiriente de los halógenos del baño le golpeó con la misma intensidad que la pregunta que se venía haciendo desde hacía dos días;
─¿Fui demasiado duro con mi hijo al recriminarle que había olvidado a su madre y quizá por eso no regresa?
Se precipitó hacia el lavabo con un incontenible sabor amargo que le subía por la tráquea invadiendo su boca. Hizo un cuenco con la mano y absorbió con ansiedad el agua que fue cayendo formando dos regueros por las comisuras de sus labios.
Sentado en el borde de la bañera miró a su alrededor. La colonia que ella utilizaba aún seguía allí, sus frascos de crema, el cepillo de dientes, el ridículo gorrito de baño para la ducha, el albornoz. Sólo faltaba su presencia dulce y confortable.
Hundió la cabeza entre las manos alborotándose el cabello mientras perdía la noción del tiempo. Ignoraba los minutos que habían transcurrido pero con un supremo esfuerzo se obligó a levantarse.
El espejo le devolvió la imagen de un hombre todavía joven y fuerte. Cerró con más fuerza el grifo impidiendo que una gota persistente fluyera.
Orden, eso era lo que necesitaba poner en su cabeza.
Mientras se afeitaba las ideas atravesaban su mente como flechas;
¿Una nueva vida, otros proyectos, olvidarse del pasado?
El sonido de una cerradura al abrirse dejó en suspenso su mano. Se le aceleró la respiración mientras un atisbo de esperanza pugnaba por asomarse a sus ojos.
Los ruidos suaves procedentes de unos pies cubiertos con playeras recorrían el pasillo en dirección a la luz que proyectaba el baño.
Se volvió para recibirle pero antes, con gesto mecánico, introdujo todos los objetos de ella en una bolsa y la guardó.
No hacía falta olvidarse del pasado, pero su hijo tenía razón, ella ya no estaba, pero ellos sí.