jueves, abril 25 2024

“Garbo” by Francisco J. Martín

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Londres, un día de Mayo de 1943.

Amanecía un nuevo día y la ciudad intentaba retomar su actividad normal después de los bombardeos de la noche anterior. Esta vez había sido un hecho aislado, pero a los londinenses les recordaba los bombardeos sufridos casi a diario entre 1940 y 1941: Ejército, bomberos, servicios médicos, ambulancias; todos afanándose por remover escombros, reconstruir las casas y edificios dañados o destruidos, atender y trasladar a los heridos, y dar sepultura a los numerosos muertos.

Sin embargo, a pesar del tiempo que había pasado, cada vez que volvía a ocurrir la gente iba y venía por las calles hacia sus trabajos aceleradamente, con desasosiego, ansiedad. Parecía que no les iba a dar tiempo a llegar a su destino. Era la angustia que les habían dejado las noches y noches de continuos bombardeos de la aviación alemana.

Mientras esto ocurría, en una casa de la cercana población de Harrow se producía una conversación familiar:

—Esto tiene que acabar, no puedo seguir así — decía Araceli.

—Ya no falta mucho, tenemos que aguantar, ahora no podemos fallar — le respondía Juan.

—Quiero volver a España, quiero ver a mi familia ¡no aguanto más aquí! — exclamaba Araceli.

—Tu sabes igual que yo cómo va esto, ninguno de los dos podemos salir ahora — replicaba Juan.

Araceli y Juan vivían en esa casa con sus dos hijos desde hacía un año. Ambos habían compartido una situación muy especial desde que se conocieran en Burgos en 1938, en plena guerra civil española.

Juan Pujol García era un catalán nacido en 1912 en el seno de una familia moderadamente rica, y en la guerra civil sirvió primero en el bando republicano para pasarse después, desencantado, al bando nacional llegando a ser oficial. Araceli González Carballo era una gallega de familia acomodada que, durante la guerra había servido como enfermera en el hospital de sangre de Lugo. La guerra en España no sólo había trastocado sus vidas, sino que les había generado desprecio hacia el nazismo, pues veían claro que Hitler iba a provocar un desastre en Europa.

En Enero de 1941 en Madrid intentaron contactar con las autoridades británicas varias veces sin suerte. Su decisión oculta de “torpedear” a Hitler junto a la increíble capacidad de inventiva y la perseverancia de Juan convencieron a los alemanes y recibió instrucciones para trabajar en el Reino Unido, bajo el nombre en clave de “Arabel”. Su idea era que una vez que se ganara la confianza alemana, buscaría cómo volverse un agente doble para los ingleses. Pero Juan y Araceli no viajaron al reino Unido sino que se instalaron en a Portugal, desde donde Juan hizo creer al Mando Alemán que había viajado a Gran Bretaña para enviarles información clasificada de los planes más secretos del Alto Mando Aliado.

Desde Portugal comenzó a enviar mensajes que pretendían ser reales, pero que en realidad eran falsos: estaban creados con ayuda de revistas y algunos libros. Era habitual que se inventara informes ficticios sobre movimientos de barcos mercantes, convenciéndolos de que eran datos valiosos, gracias a la información obtenida en una biblioteca, también fingía hacer viajes por el Reino Unido enviando sus partes de gastos con datos bastante ciertos, según los precios de una guía de ferrocarriles. Pero sobre todo, fue donde comenzó a tejer su red de espías también ficticios.

Con el transcurso del tiempo los aliados interceptaron algunos de los mensajes falsos que Arabel pasaba a los alemanes, y en 1942 decidieron reclutarlo para el MI5 bajo el nombre clave de Garbo. De esta forma se convirtió en el doble espía que había pretendido ser desde un principio.

Se trasladaron a la población de Harrow, cerca de Londres, y con ayuda de Tomás (Tommy) Joseph Harris, su oficial británico a cargo que hablaba español, Garbo inventó al menos 27 espías ficticios para engañar a los alemanes, cada uno con una historia personal elaborada. Por ejemplo, en la red había renegados irlandeses, un nacionalista galés, un aviador de la Real Fuerza Aérea (RAF), un sargento estadounidense, y un venezolano que vivía en Escocia. Esta red de espías hizo que los alemanes le pagaran miles de dólares sin saber que les estaba mintiendo todo el tiempo.

En esta época y para no desenmascararse, mezclaba los mensajes falsos con otros que eran reales pero que llegaban algo tarde al Mando Alemán por alguna causa “involuntaria”, aunque deliberadamente elegida (por ejemplo, retrasos en el servicio de correos). Este trabajo de desinformación de Garbo era parte de la denominada Operación Fortitude, dirigida por la Sección de Control de Londres, en la que participaron americanos e ingleses, y que tenía como objetivo engañar a Hitler sobre las intenciones reales de los aliados de desembarcar en Normandía, convenciéndoles de que se realizaría en la zona del Pas de Calais. Esta operación se convirtió en la más grande operación de desinformación llevada a cabo durante la gran guerra, donde no solo se trataba de utilizar mensajes falsos, llegando a crear un ejército fantasma de 150.000 hombres en el sureste de Inglaterra que supuestamente estaba preparado para invadir en un punto muy alejado de los planes verídicos, sino que también se llegaron a fabricar señuelos ficticios que fueran visibles por los aviones de reconocimiento alemanes, como por ejemplo llenar el sureste de Inglaterra de tanques, vehículos y artillería falsos, pintados con las insignias del 3er ejército que era comandado por el temido General Patton, o colocar buques de guerra y cargueros fabricados de madera y de goma en los puertos de la región de Dover.

Tras la conversación con su esposa, Juan telefoneó a Tommy:

—Tommy, debes venir a casa inmediatamente, se trata de Araceli, ya te explicaré — dijo Juan

El oficial Tomás Harris se presentó a la media hora en su casa y, tras saludar a Araceli, entró junto a Juan en el cuarto que éste hacía servir de despacho.

—Estoy muy preocupado Tommy, Araceli quiere viajar a España, está harta de este encierro de lujo y amenaza incluso con ir a la embajada de España y contarlo todo, y eso nos descubriría ante los alemanes — le comentó Juan.

—Entiendo que cuando me has llamado es que la ves decidida a hacerlo. En vista de la gravedad de las consecuencias no tengo más remedio que hablar con ella y explicarle lo que nos podría ocurrir si lo hace — propuso Tommy.

No les dio tiempo a continuar la conversación ya que Araceli entró de súbito en el cuarto gritando y llorando,

—¡¡No quiero vivir ni cinco minutos más con mi esposo! ¡Aunque me maten, me voy a la embajada!

Estaba desesperada, no podía seguir viviendo allí, retirada de los suyos y encerrada en esa casa con sus hijos. Ambos hombres intentaron calmarla, Tommy tenía experiencia en manejar situaciones complicadas y, aunque no consiguió que aceptara cambiar sus intenciones de viajar, al menos sí que logró que se tomara unos días para meditarlo.

Al día siguiente, Tommy volvió a la casa cuando Juan no estaba y comunicó a Araceli que su marido había sido despedido y encarcelado por intentar defenderla (era una trama montada a sugerencia de Juan para intentar impedir que su esposa siguiera adelante). Minutos más tarde llegaron unos agentes del MI5 que llevaron a Araceli al centro de detención donde Juan estaba preso, y al final llegaron a un “acuerdo” por el que ella desistía de su idea de viajar y mucho menos de contarle nada a nadie, y a cambio dejaban en libertad a su esposo para que siguiera con su actividad.

—Por esta vez la hemos podido convencer, esperemos que mantenga la calma, de momento hemos salvado nuestra operación de espionaje, y quizás a Europa — comentaron Juan y Tommy.

Garbo continuó con su actividad enviando, junto con sus agentes ficticios, cientos de mensajes enfocados a indicar a los alemanes que la invasión principal no sería en Normandía, sino mucho más al norte, en Pas de Calais. Llegaron a enviar más de 500 mensajes entre enero de 1944 y el desembarco. Los nazis dieron crédito a estas informaciones hasta tal punto que dejaron buena parte de sus tropas cerca de Calais, incluso semanas después de que los aliados hubieran desembarcado en Normandía.

La estrategia de Arabel con el Mando Alemán fue tan efectiva que permitió que no fuera descubierto, e incluso después del desembarco lo condecoraran con Cruz de Hierro. De forma sorprendente, unos meses después el Reino Unido le impuso la Orden del Imperio Británico.

Notas

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