
Blog de Rosa Link
Eran las seis de la mañana cuando entró en el portal. Hacía mucho tiempo que no llegaba a esas horas a casa. Y menos a casa de sus padres.
Cuando iba a llamar al ascensor se dio cuenta de que alguien estaba bajando en él. Cuando se abrieron las puertas apareció el vecino del quinto, que salía cada día a esa hora para ir a trabajar. Le dio los buenos días, sonriente y luego dirigió una mirada extraña hacia el bolso que colgaba desganado sobre su hombro. Ella bajó la vista y entonces vio horrorizada que una de las piernas de sus pantis asomaba sin decoro, con la puntera color carne apuntando al suelo.
Entró rápidamente en el ascensor, ruborizada, deseando que la tierra se la tragase en aquel mismo momento. Acababa de tener sexo salvaje en el interior de un coche y a la hora de vestirse le había dado pereza ponerse los pantis y los había guardado en el bolso. Era fácil desvestirse dentro de un vehículo, pero vestirse requería cierto esfuerzo que a esas horas no merecía la pena. No esperaba cruzarse con nadie.
La culpa era de la crisis. Hacía ya unos meses que había perdido su trabajo y no conseguía otro, y el mes pasado su pareja también había perdido el suyo. Así que, al borde del desahucio, habían regresado cada uno a casa de sus respectivos padres. No era una situación idílica, con treinta años, pero de momento era lo que había. Y el sexo pasional había vuelto a ser en el interior de su viejo coche. Era lo único que les quedaba de intimidad y de pertenencias. Como cuando tenían veinte años.
Ahora sólo deseaba que llegase el verano. Para conseguir un trabajo, aunque precario. Y para dejar de usar pantis…
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