
Del suceso que cambió mi infancia han transcurrido cuarenta años. Trabajo día y noche en mi cuarto. El reloj va pareciéndose cada vez más a aquel y, aunque su funcionamiento todavía no es perfecto, mejora día a día.
Recuerdo, como si fuera hoy, la mañana que llegué a la relojería. Llevaba el regalo de mis abuelos, con el cristal roto.
Me recibió un viejo de barba. En su muñeca izquierda brillaba un enorme reloj de colores extraños. Me quedé mirándolo absorto, mientras le entregaba el mío.
Advirtió mi curiosidad y, acercándose a mi oído, me explicó en voz baja, que él mismo lo había construido. Ese reloj mágico tenía el poder de acelerar o retardar el tiempo, obedeciendo a su voluntad.
No entendí completamente sus palabras, todo lo que dijo me resultó confuso y misterioso, y consumiría mis pensamientos a partir de ese día. Durante estos años fabricando mi reloj he comprendido casi todo.
Recuerdo que esa noche en la cena, les dije a mis padres qué ya sabía que iba a ser cuando fuera grande.
+ There are no comments
Add yours