jueves, abril 25 2024

COMO UNA TARDE DE OTOÑO by Rosa Marina González Quevedo

Imagen sacada de Pinterest

(A las maestras que tuvimos)

Violeta o gris, no lo sé. Creo que más bien gris. Siempre llevaba gafas oscuras. Por eso, nadie podía saber a ciencia cierta cómo era su mirada. Y vestía de gris. Eso sí, era bella aún.

 Al parecer, la posesión de algún ser oscuro la atormentaba. Que la mujer solía darse baños con colonia y cascarilla de huevo para ahuyentar el mal, eso decían las malas lenguas. Pero aun así, el mal no se alejaba de su ingravidez humana, pues lo llevaba muy dentro de sí… En fin, ya sabes que, en ocasiones, la soledad es peor que el hambre. Nos duele demasiado y nos hace daño. Mucho daño. Y no es que fuera supersticiosa o que se dedicara a prácticas espiritistas o hablara con los difuntos. Es que, simplemente, el mal lo llevaba dentro con la forma del vacío inapelable. Bueno, como todos, sin diferencias. Solo que a ella un misterio la perseguía sin darle tregua… Y su mirada era gris (o tal vez violeta) como la tarde de un otoño anticipado. Pero nadie podía saberlo a ciencia cierta. Decían también que le gustaba beber una copa antes de irse a la cama (a veces más de una, algunos aseguraban). Y que después, se acostaba y se ponía boca arriba, bien derecha, hasta quedarse profundamente dormida para irse andando por algún sendero onírico repleto de posibilidades. Habladurías.

Para nosotros, era el panegírico de la melancolía con libros bajo el brazo y porte de leyenda. Su figura mitológica vibraba por los corredores; su silueta ataba lazos entre un sueño y otro; su voz cantaba cancioncillas infantiles que nos enseñaba con ilusión. Y bebía su copa al borde de la cama… Habladurías.

Hasta que, por fin, una noche marchó. Lo supimos aquella mañana en la que, al llegar al aula, ya no estaba. Ni estuvo al día siguiente, ni al otro, ni al otro. Emigró igual que un cisne, quién sabe si para hibernar en algún lago frío. Nos quedó, en fin, su mirada gris (o violeta) enganchada a la percha de nuestra curiosidad. Nos preguntábamos unos a otros por qué una mujer así hubo de marcharse a escondidas, sin decir adiós. Éramos muy jóvenes y, por aquel entonces, volábamos con la piel abierta sin sospechar que la vida es una bailarina que danza en el ciclo de las estaciones. O una mujer solitaria que, harta de tanto verano, anticipa el otoño.

Todavía nos persigue con sus gafas oscuras y su misteriosa mirada oculta tras los cristales. A veces, la vemos en sueños vestida de gris. Camina solitaria por los parques.

Eso sí, es bella aún. Como una tarde de otoño en un día de primavera.

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