jueves, abril 25 2024

Al otro lado del cristal

gran-hermano

by Andoni Abenójar Link Blog

—Créeme, es el tipo perfecto —Alec hizo una pausa para inhalar y exhalar el humo del cigarro—, fuimos compañeros de trabajo, pero cuando nuestras funciones fueron transferidas al nuevo Ministerio de la Abundancia, decidió abandonar. Lleva quince años viviendo en el campo con su mujer, Lana. No tienen familia. Son dos románticos que subsisten con lo que recogen de la huerta. Siempre ha tenido una larga barba, como la de Marx, pero sin canas. Seguro que aún la lleva.

—¿Estará a la altura?

—Habrá que comprobar si el paso del tiempo le ha tratado bien, pero siempre tuvo una mirada enigmática y llena de fuerza. Estoy seguro de que va a encajar perfectamente.

—Está bien, pediré a Inteligencia que investiguen a ese tipo. Si todo concuerda le haremos venir.

Stanley se despertó temprano. Salió del cobijo de sábanas y frazadas y se incorporó. Lana seguía dormida. Fue a la cocina y, mientras esperaba a que la cafetera eléctrica hiciese el trabajo, encendió el televisor. Al otro lado del cristal, la presentadora daba paso a un representante del Gobierno que habló de la inminente guerra de la que llevaban tiempo alertando. Explicaba que era fundamental la creación de un sistema fuerte que pudiese proteger a los ciudadanos en los tiempos duros que se avecinaban. Para Stanley aquello no era nuevo. No era la primera guerra, ni sería la última. —Otra excusa para exprimir al pueblo—, pensó —de cualquier forma aquí estaremos bien. Tendremos todo cuanto necesitemos y tan lejos de las ciudades nadie nos molestará si se pone feo—.

Las últimas cosechas no habían sido buenas, sin embargo, dos días atrás un antiguo compañero de trabajo, le llamó para ofrecerle una pequeña tarea en el Ministerio de la Abundancia. La idea de regresar al lugar del que renegó años atrás no era alentadora, pero solo se trataba de proporcionar asesoramiento en sistemas de regadío. Era un trabajo sencillo y muy bien pagado: una semana en la ciudad —de cuya gris influencia huyó tiempo atrás junto a Lana—, y volvería a casa. Con aquel dinero suplirían las carencias y tendrían una despensa llena con la que aguantar durante muchos meses.

Después del desayuno, se dirigió al cuarto de baño y observó en el espejo su reflejo. A pesar de la edad, tanto la poblada barba como el cabello mantenían el brillo azabache.

Cuando llegó al Ministerio, reconoció a Alec en la entrada. Estaba muy cambiado. Había engordado y un elegante traje sustituía a los habituales pantalones de pana y jerséis de lana que solía vestir, pero tenía la misma mirada bovina.

Se estrecharon la mano e hicieron una superflua puesta al día mientras caminaban por un laberinto de pasillos. Se detuvieron ante una puerta.

—Espérame dentro, voy a por unos documentos y en seguida te cuento de qué va el trabajo —Alec se giró y se alejó a rápidas zancadas, casi corriendo.

Stanley entró en aquella larga estancia en la que solo había una silla de madera. Se sentó y esperó. Percibió un extraño olor y comenzó a sentirse muy fatigado. Era incapaz de mantener los ojos abiertos. Todo se volvió confuso.

Vio acercarse a dos hombres con máscara de gas que le llevaron a una habitación contigua. Allí le aplicaron una espuma blanca por toda la cara. No podía moverse y tampoco era capaz de concentrarse para razonar lo que le estaba sucediendo. Lo que veía era extraño y lento, denso como en un sueño. Ni siquiera reaccionó cuando le acercaron una enorme cuchilla de afeitar a la cara. Se quedó dormido. Al despertar vio que estaba en una camilla y junto a él, sentado, un hombre con una gabardina tan oscura como la mirada le observaba. Le acercó un espejo y Stanley no se reconoció en el reflejo. De la barba solo quedaba un bigote y le habían cortado el pelo. Presa del miedo miró al hombre de la gabardina con ojos interrogantes. Abrió la boca para pedir una explicación, pero el hombre de mirada sombría le frenó con un gesto.

—No digas nada. Solo escucha lo que vamos a hacer. Tenemos a tu mujer. Estará a salvo mientras hagas todo lo que se te pida. Si estás de acuerdo asiente.

Stanley hizo un tembloroso gesto de arriba abajo con la cabeza.

—Va a ser muy fácil —continuó el hombre de la gabardina—: te vamos a poner guapo y haremos una sesión de fotos. Después podrás volver con tu mujer al monte. ¿De acuerdo?

Volvió a asentir.

Le pusieron ante un foco, tomaron varias instantáneas y después le encerraron en una celda.

No volvió a ver a Lana. El tiempo pasó lento y los gritos de impotencia, sollozos y protestas iniciales se fueron transformando en resignación. Unos meses después los captores le instalaron una pantalla en la pared de la celda. Comenzó una emisión. La primera imagen que apareció al otro lado del cristal fue su rostro, con gesto pétreo y mirada penetrante, tal como le exigieron posar en la sesión fotográfica. Después dieron una especie de parte de guerra. Las tropas de Eurasia habían emprendido un ataque sobre el territorio de Oceanía y un nuevo dirigente, misterioso e impasible, lideraría la defensa de la libertad. Al finalizar el parte, el rostro de Stanley volvió a ocupar toda la pantalla y superpuesto a la imagen apareció un rótulo:

“LA GUERRA ES PAZ

EL GRAN HERMANO TE VIGILA”

Andoni Abenójar

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