
Publicado en La Jornada
El mismo viaje hacia el mismo pueblo. ¿Verdad o recuerdo? El piélago de dunas, que atravesada Arbia, se rompe en un calvario de agujas cenicientas, nada tiene de cierto, solamente su disipación, deja el corazón en manos de ese mar abierto. ¿Verdad o recuerdo? ¿Recuerdo o verdad? Verdad demasiado símil al recuerdo que anula el tiempo pero multiplica su tormento –suena una punzada de remordimiento que hiela la sangre, coagula el mundo. * ¿Reina del pasado o de su olvido? Esperadas en la larga ceremonia, os espero impecablemente. No tuvo clara –me parece– mi presencia entre los huéspedes. Me observaba, además, de tanto en tanto. ¿Me veía, veía el hombre en quien me cuesta a mí reconocerme? Tal vez, pero nada cierto –pienso, ya lejos muchas millas en las curvas del retorno, alargando en eternidad aquel tiempo, aquella duda, perdiéndome en ella. * Es y no es la misma de siempre. Miro el radiante vegetal de aquellos ojos sin tiempo, y “vivido, sí, pero creído, creído hasta el fondo”, me digo, ni sé bien lo que entiendo, la historia entera acaso, el entero acontecimiento. Y ella escribe nuevamente su indemostrable teorema ya escrito en pergamino y en papel, ya escrito minuciosamente, estudiado con pasión, examinado con arte, puesto en duda por expertos, creído inexistente si no fuera por la evidencia de las lágrimas. Y aún más convincente, la sangre. * ¿Qué quieres decirme ahora, aún hacerme conocer? Cerrado en su piel de sombra, mucho, es verdad, debe concluir pero otro debe desgranarse a pleno sol y cocer– en el fuego del deseo o de su extinción, ¿en qué? o es uno solo, una sola brasa… * No está dada, acaso, y sin embargo parece allí, podemos tocarla, a veces una felicidad sin sombras, rectilínea, que no pasa por el dolor de los otros. Pero es lo mismo en el punto de luz y de altitud donde subir es difícil y quedarse es imposible… o yo no soy digno de ello– ¿Quién en el sueño toma mi sitio y canta esta perdida lengua a los pies de un monte dilapidado donde la sola felicidad está en no buscarla? ¿y qué canta?, ¿el augurio, el deseo o una no resignada autosentencia?– como si importara saberlo y no aguzar los sentidos al crepitante despertar en lo vivo de la pelea, en pleno siglo. Traducción de Marco Antonio Campos y Emilio Coco
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