
Presentamos a Adry Luis, joven escritor que vive en Cuba -los editores
La última vez que Danna Roche recibió un estipendio monetario por su profesión, había sido hace dos años, cuando logró publicar aquel cuaderno de poemas sobre las proezas de unos mártires. Aunque ahora, cansada del ajetreo de una vida usual y precisa, no tenía tiempo para nada. Ni siquiera, para hacer otro de esos versos que, según su público, eran la clave de su ovación… Aquella comodidad latente le abandonó tras la noticia de su padre. Quería verla crecer en un país más próspero, sintiéndose con el derecho de llevársela de su cuna. Por ello, Danna dejó de dormir. Su juventud colapsó. Y la poca creatividad de sus pensamientos, se mantuvo recóndita. En un mes, la escritora joven y frustrada se enfrentaría a la cruda realidad. Lo que rechazaba tras conocer qué, en otro país, menos tiempo tendría para su labor funesta. Entonces se resignó. Siguió la vida de un ciudadano común y corriente. Se dedicó en impartir sus clases de geografía en la escuela secundaria de la zona. Era llegar a la tarde y ponerse a hacer la comida para su madre y su novio. Era dejar que las noches la rindieran al intenso sueño ante el televisor. Sus historias, cenizas. La costumbre sepultó su ímpetu. Y, aun así, encontró prudente tal faceta. Al fin y al cabo, su vida estaba siendo tragada por los horrores de la distancia.
El día de la despedida, Danna no supo cómo no llorar tras ver que el prólogo de su vida se terminaba. Pero eso no le detuvo ante aquel gigante de hierro, y dijo adiós con la grata sonrisa que se usa para esconder el colosal dolor que se lleva bajo la piel.
Al otro lado del mar fue todo lo contrario: globos, flores y abrazos. Un padre transpirando añoranza, y unas manos fuertes que la apretaron.
Días después, Danna comenzó la búsqueda de sentimientos antiguos. Lloró al distinguir los recuerdos. Escribía enormes correos para su inerme familia. Con precisión. Para no hacer de los huecos corazones, esqueletos roídos por la imposibilidad del tacto y el beso.
Y así siguieron los días.
Con un trabajito de profesora en la escuelita para niños cristianos de una de las iglesias cercanas. Tras un salario que no le daba para tener su independencia, pero sí para tomarse sus gustos… Fue acostumbrándose a la nueva vida. A las nuevas calles. A las nuevas personas, casi nulas de pensamientos morales, pero desbordados de artimañas para hacer dinero, que era por lo cierto y, antes que nada, el objetivo que debía de trazarse en aquel magno universo. Las metas no fueron tan frías. Más bien, reflejaron su cálida conciencia olvidada con unas apabullantes ansias de escribir. Danna, noche tras noche encerrada en su cuarto, garabateaba hojas y hojas de ilusiones. Apoyada por su nueva vida, por sus nuevas experiencias y como es lógico, por su estilo poético característico, le dio la luz a la gran obra.
El secreto duró en el anonimato diez meces. Convirtiendo sus ideas en el nuevo negocio que ocupó su tiempo. Transformándola de una joven desalentada de 28 años, a una madura escritora de letra firme. Danna, con su desborde literario a flor de piel y, por el contrario: la cubanía casi perdida entre las ramas de su propio éxito, entregó el manuscrito a una de las editoriales, la cual días después aceptó su trabajo. Tras ello, se metió en un mundo en el cual nunca supuso estar. Una desbordante alegría ruborizó su conciencia. Y entre todo aquel compasivo alboroto vio el adolorido drenaje de su alma al borde de la desolación. Y así se hundieron en el olvido valores. Los recuerdos que una vez fueron felices, eran solo migajas ante aquel mundo que tenía a sus pies. Nada de correos enormes. Ya las promesas se olvidarían. Aquel tacto y beso que necesitaba, se deshizo ante la fuerza de su futuro. Ante el poder que sentía de verse como una prodigio. Y se murió todo.
Años después, cuando su carrera literaria continuaba dando frutos, la mujer, ya de 35 años, con casa y vida propia, comenzó la búsqueda infinita del alma. La casi muerta y la desgarrada fe de la que nunca quiso aferrarse. Su madre voló hacia ella meces después. Y volvieron los recuerdos. Como era lógico. El llanto. Las lágrimas que no había soltado en seis años las desbordó ahora. Regresó el inmenso mar de infortunios y rencores contra sí misma. Retornó todo, pero nunca el amor. Éste, se desvalijó instantáneamente con el éxito. Lo único pasional de su vida era la literatura. Y sin darle mucha importancia a la pérdida, siguió escribiendo y formando ideas que le llenaran el corazón. Qué cómo no, se lo desbordaron de esa escueta felicidad para toda su larga y reconfortante vida.