miércoles, abril 24 2024

Mujer y virginidad (novedad editorial):

EL CONSENTIMIENTO: NO, ES NO; SÍ, ES SÍ, by Ana de Lacalle

Masticadores esta semana presenta una novedad editorial en la que participan los escritores/as:

Coordinación: Esther Tauroni Bernabeu

Autores/as: Ana De Lacalle Fernández- Patricia Crespo Alcalá- Juan José Ávila López- Carmen Sánchez Gijón- Gonzalo Alonso Vázquez- Elena Bautista Martín- Carmina Gordo Herrero- Maruxa Duart Herrero- Amparo Tamarit Valero- Mayelin Martínez Rodríguez- Dela Uvedoble- Gema Blasco Ferrer- Almudena Villalba Organero- Albertina Oria de Rueda- María Eugenia Plaza Martínez- Virginia García Hidalgo- Adelina Gimeno Navarro- Rosa Vázquez del Mercado Hernández- Amparo Pérez Gimeno- Arancha Naranjo Lumbreras- Susana Gisbert Grifo- Visa Promig- Ibán José Velázquez de Castro Castillo- Ángel Luis Fernández Sanz- María Asunción Vicente Valls- Mónica Calderón Fernández- Cristina Gracia Tenas- Eulalia Rubio Pérez- Carmen Martagón Enrique- Carmen Cardona Polo- Nicolás Puente Martínez- Alina Assenova- Paloma Jimena Medina- Mar Busquets-Mataix- Ricardo J. Montés Ferrero- Mercedes Boix Más- Ezequiel Barranco Moreno- Albert Gamundi Sr. yJorge Zarco Rodríguez

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Nos han cedido la Editorial y sus creadores, para publicar, tres de los textos que lo componen, hoy les presentamos en exclusiva:

EL CONSENTIMIENTO: NO, ES NO; SÍ, ES SÍ

Autora: Ana de Lacalle Fernández. Licenciada en Filosofía y escritora. Barcelona

Thérèse tiene once años; un mundo que se le muestra infinito e inabarcable, por conocer y entender. Su día trascurre como el de cualquier niña o púber de su edad, entre las obligaciones y los deseos que se le antojan, implosionando en gritos de rebeldía y libertad como la única posibilidad de transitar sin moldes impuestos hacia el descubrimiento de sí misma.

Junto a esta actitud indómita convive esa ingenuidad y transparencia de una infancia no cercenada, aún, por las costumbres sociales y los imperativos morales. Es como un diamante en bruto que no quiere ser pulido, manchado, deformado. Por eso su actitud es a menudo levantisca, lidiando contra los influjos externos que necesitan domesticarla para socializarla como una mujer de provecho.

Sin embargo, ella se resiste a dejar de ser una infanta danzando hacia la pubertad; acaso intuye que lo más genuino, inocente y puro reside en ese estado en el que se halla. Sus poses son despreocupadas, espontáneas, ajena a los prejuicios sociales que intentan inocularle. Se sienta cómodamente, en un sofá o en cualquier otro lugar que le apetezca, moviendo su cuerpo al ritmo de su batalla interior. Y su gato ¡ay, su gato! Con esos movimientos sinuosos es su amigo de juegos y travesuras con quien se esparce a placer. A veces, su sonrisa parece picarona cuando se arrastra a cuatro patas mimetizando a su minino en todo cuanto hace: comer de un plato en el suelo, asearse a lametazos todas las zonas de su cuerpo a las que arriba. Son momentos de desinhibición reparadora de todo cuanto siente que intenta, por su plasticidad de niña, conformarla con lo establecido. Thérèse es una salvaje natural que no desea ser limitada, corregida y, en este sentido, sometida.

Hallándose un día desparramada y acariciada por la hierba mullida del jardín, se apercibió de la proximidad de un hombre que la observaba sonriente. Ella no entendía ese mensaje sutil que le transmitía ese personaje vestido de forma impoluta que se quedaba tiempo mirándola. Pensó que tal vez era un vecino o un amigo de sus padres. Así que, sin dar muestras de que su presencia la perturbara ella continuó su disfrute desplazándose, rodando por ese gozoso verdor que sostenía su cuerpo, mientras se mostraba amorosa con su gato, de tonalidades suaves gris y crema, fruto de su gen diluido. Era un momento de suma intimidad que no se quebró por esa mirada invisible; o así la percibía ella, ya que pensaba que ese sujeto miraba, pero era negado para ver qué cantidad de vida se estaba deslizando por aquella planicie esmeralda.

Transcurridos varios días, en los que aquel individuo permanecía allí como si no tuviese cometido alguno en la vida, Thérèse mantenía su presencia y actividad expansiva ignorando a ese voyeur. Pero un día se fue aproximando silente y mínimo, como si pretendiese no ser percibido por esa púber que había cautivado toda su capacidad de sinapsis neuronal. Cuando se hallaba ante ella profirió un conato verbal:

-Hola

La niña dirigió sus ojos hacia él sin contestar, aguardando el resto de la oración gramatical que otorgara un sentido a ese balbuceado saludo.

-¿Cómo te llamas?

-Thérèse.

-¿Eres amigo de mis padres?

Titubeante, el sujeto consideró que lo más apropiado era seguir el guion que ella marcase.-Sí

¿Qué haces allí siempre mirándome? —le interrogó la púber ansiando

entender su actitud y esa sonrisa perenne que parecía ya petrificada en el rostro de ese amigo de sus padres

—-Bueno, me gusta cómo te mueves, tus posturas. Sobre todo, cuando arqueas las piernas elevando la cadera hacia las alturas, es una pose bella estéticamente.

Sin comprender del todo esa respuesta, Thérèse se mostró algo enojada, y con la candidez de quien no ha degustado la hiel de las miradas tendenciosas, le espetó:

-Me incomoda tu presencia, aunque haya fingido que no. Estás inmiscuyéndote en mi intimidad personal. Es mi momento de relajación y esparcimiento, y no creo haberte invitado.

-Disculpa —respondió el sujeto con una impostada afectación—. Puedo ayudarte a disfrutar más de este oasis, mucho más que si estuvieses sola.

-¿Sí? ¿Cómo?

Desprendiéndose súbitamente de ese retraimiento falseado, acercó su mano venosa y curtida hacia la vulva de Thérèse iniciando un masaje entre sus labios. La niña se apartó rauda, atolondrada y desconcertada y le reprochó:

-¿Qué haces?

-Déjame y verás

Pero la ingenuidad no implica, por desconocimiento de lo que sucede realmente, que alguien permita que otro desconocido y transgresor de los límites personales se regodee a sus anchas acariciando un cuerpo que no es el suyo, ni ha demandado conformidad para aproximarse a la persona corpórea, sea cual sea su edad. Así que, Thérèse notando que el individuo volvía a acercarse para hurgar con sus dedos cada vez más en sus genitales, le propinó una patada donde pudo y le dijo:

-¡Vete! No me gusta lo que haces, ni me has pedido permiso para tocar un solo poro de mi piel

-¡Llevas días insinuándote con esos movimientos eróticos! Sabes que te miraba y tú seguías. Me has estado provocando.

Mas, seguramente, Balthus estaba en lo cierto cuando afirmaba que lo perverso está en quien mira, no en esas niñas que se contornean espontáneas descubriendo las posibilidades de su cuerpo flexible y restando tiempo en poses nada ortodoxas para la moral y las costumbres. Así es que Thérèse, asustada por la reacción agresiva y exigente de ese desconocido, palpó el suelo de yerba próxima y se armó con una esquirla. Tras repetir su negativa a continuar con ese manoseo, que la niña desconocía a qué caminos llevaba, y percibir que la acción del sujeto se intensificaba extendiéndose a otras zonas del cuerpo, le clavó con rabia y absoluta resolución el arma azarosa con la que había dado, y ante la expresión de pasmo y dolor del invasor de su cuerpo mientras se apercibía de cómo brotaba la sangre de la perversión de sus entrañas, Thérèse se incorporó y huyó al interior de la casa demandando auxilio y protección. Desencajada, temblorosa y con dificultad para vocalizar algo comprensible descargó un balbuceo de palabras deshilachadas que su madre fue hábil enlazando, y tras propinarle una bofetada que resonó como un eco infinito le recriminó:

-¿Cuántas veces te he dicho que no puedes despatarrarte y enseñar las bragas como si nada? ¡Te lo has buscado!

Y tras vapulear y culpar a su hija de lo acontecido fue a auxiliar al pobre macho excitado por esa púber indómita. Thérèse no entendía nada, nada en absoluto. Ni qué significaba el término erótico, ni qué es lo que provocabaa ese maldito desconocido si ella estaba jugando plácidamente en el jardín de su casa. Empezó a sentir rabia, una ira intensa porque ella dijo no; él se creyó con el derecho de enseñarle no sabe qué; ella reiteró su no, pero el individuo hizo caso omiso, por lo que tuvo que utilizar un lenguaje más contundente para que entendiera que NO es NO.

Nota:

«Thérèse soñando» de Balthus. 1938

2Comments

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  1. 2
    esthertauroni

    Un relato que sensibiliza, maravillosamente, sobre la violencia que sufren las mujeres desde la infancia y abre la mirada a reflexionar sobre los múltiples constructos y mitos en torno a la virginidad femenina. Enhorabuena Ana De Lacalle!!

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