miércoles, abril 24 2024

El Piano by Roberto Spinelli

Otra vez, como ayer, como la semana pasada, la melodía vuelve. Al principio fue apenas un susurro lejano, pero a partir de ese momento, se repite con insistencia,  más clara y más intensa.

Hoy me encuentra tratando de terminar el maldito balance, con el escritorio convertido en un caos de papeles. Cuando pienso que es el último, que falta nada para la jubilación y terminar con todos estos años anodinos de oficina,  regresa, me invade y entonces ya es imposible concentrarme en el trabajo.

La reconocí de inmediato, a pesar de que habían pasadon más de cincuenta años.. Los primeros acordes del concierto de Grieg me sorprendieron cerrando cuentas. Y junto a ellos, la imagen de Blanca sentada al piano, después de la clase,

—¿Quieren quedarse chicos? — No necesitábamos responderle, era el momento más esperado, esos conciertos se habían convertido en una especie de adicción y ella era feliz obsequiándonos aquellos minutos.

Blanca no era la típica profesora de pueblo.  Según decía mi madre había estudiado en el Colón y no recuerdo por causa de qué asunto familiar volvió de Buenos Aires. Por lo que fuera, tuvimos la suerte de gozar de emociones que ahora regresan, mientras sigo inútilmente tratando de sumar, buscando entre papeles.    

En el rincón de la sala, sentados en el silló, Lucía y yo compartíamos esos instantes de vibración, muy cerca uno del otro, los martes y viernes a la tarde. Junto a la música revivo el olor de su pelo, la forma de sus trenzas renegridas y sus ojos, siempre de par en par, verdes, oscuros. A veces sucedía que Blanca no tenía tiempo después de la clase y nos despedía, siempre sonriente, hasta el martes o hasta el viernes, y nos íbamos con Lucía un poco defraudados, como si nos faltara algo; pero esos días conseguían que esperáramos con más ansiedad la clase siguiente.

Habíamos recalado en ese pueblito de la provincia de Entre Ríos, al igual que en tantos otros, debido al trabajo de mi padre, y como siempre, luego de un año volvimos a mudarnos, esta vez al sur de la provincia de La Pampa. Ese fue el final de mis estudios de piano, de los conciertos personales de Blanca y de la compañía de Lucía.

—Tiene un oído excelente y le apasiona la música, trate de que siga estudiando, señora.

Mamá asintió, —ojalá podamos, en verdad nadie debería morirse sin aprender a tocar el piano. Después salimos de la casona de Blanca y cruzamos el parque en silencio. Sentí el aroma del césped y los eucaliptus por última vez, había que hacer los preparativos para la mudanza.

Cambiamos tantas veces de casa que no había tiempo para extrañar, tenía que habituarme a lo nuevo, otra escuela, otros compañeros, otras costumbres. Varios años después llegamos a la gran ciudad, la facultad, un noviazgo, un matrimonio que naufragó sin hijos, y a partir de ahí una tristeza constante en segundo plano, estos días iguales de inventarios y balances y ahora la inminente jubilación, y no entiendo por qué, por qué ahora, con el recuerdo de Blanca, Lucía, Grieg y el piano.

No descubro la diferencia, hay un par de cuentas que no me cierran y apilo más papeles. De repente dudo de mi intención de encontrarla, me pregunto si tiene algún sentido este esfuerzo.

Es lo mismo, me digo, Blanca me sonríe desde el piano, sabe que está tocando la parte que más me conmueve, acerco la mano a la de Lucía, nos tomamos las manos como en un pacto secreto. Cómo podía imaginar aquel niño que tantos años después todo irrumpiría tan real, tan vívido como si lo estuviera viviendo otra vez.

Me doy por vencido, no va a cambiar nada terminar este balance. La música entra en un espiral interminable de emociones. Y de pronto puedo entender, está todo tan claro, es tan fuerte el llamado. La idea se hace nítida. La observo en paz. Si salgo ahora, llego al pueblo antes de la noche, no debería ser muy diferente, seguro que encuentro la casa de Blanca.  Voy a hacerlo, me repito, mientras ordeno papeles, guardo apurado carpetas y facturas en el escritorio. No puedo evitar una lágrima, ¿cuánto hace que no lloro?, ¿desde que murió mamá?, lloraba de niño con la música, también, ahora que entiendo todo.  Entonces Lucía me aprieta la mano con más fuerza, la música me aturde, nace de todas partes, del piano, de Lucía, de mi. Estoy dentro de una ola gigantesca de sensaciones, sin mi tristeza, al fin donde siempre quise estar.

Tal cual lo recordaba, tres cuadras a la izquierda de la ruta, doblo una a la derecha, en la calle cortada, tiene que ser acá. El parque, los eucaliptus, camino con dificultad en el yuyal, no es el césped que recordaba pero no importa, allá está la casa.

Del revoque blanco no quedan restos, las puertas desaparecieron y en su lugar hay unas aberturas informes por donde la maleza fue ganando terreno.  Aparto plantas y flores silvestres y entro. El antiguo piso de madera está carcomido y lleno de baches, faltan la mayoría de las tablas.

En el techo hay un tremendo agujero por donde se filtran los últimos rayos de luz de este viernes y allá en el fondo de la gran sala, iluminado por el sol que agoniza, como si el tiempo no hubiera pasado, el piano. Brillante, sin rastros de polvo, un duende de otro mundo, rodeado de ruinas. El tiempo nos hace lo mismo a las personas y a las casas, pienso, pero no a los pianos. No puede con los pianos.

Me siento en el taburete, incrédulo miro el revólver en mi mano derecha. Lo dejo sobre el piano y toco, toco el concierto de Grieg. Mis dedos se deslizan por el teclado sin necesidad, el piano me responde aunque ni lo rozo, hace exactamente lo que siento, soy el piano.

Con el último acorde, me pongo de pie y giro hacia mi público, intuía que ella comenzaría a aplaudir, satisfecha, con la misma sonrisa de mis recuerdos.

— Ricardo, te esperaba, siempre supe que lo tuyo era la música, fue hermoso.

— Gracias Blanca, me siento tan bien, al fin me siento bien.

Solo faltaba algo para que todo aquello fuera perfecto.

—Decime, por favor, ¿y Lucía?

Siguió sonriendo, —es cierto,  ustedes eran el uno para el otro— mirá Ricardo, todavía no es su momento, pero podés esperarla aquí, ella también va a venir.

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