

Si estoy soñando, no me despiertes.
No permitas que se diluya esta realidad anhelada, ni que los años en los que estuvimos lejos nos anclen en sus recuerdos.
No dejemos que nuestro presente de felicidad se manche con la insidia de los envidiosos.
No contemos cómo nos amamos porque los descreídos esconderán su ignorancia tras una maliciosa sonrisa.
Nadie creerá que nuestras almas caminaron juntas desde siempre y, sin ser conscientes de ello, nuestros espíritus ya se amaban.
Y, sin embargo, a través del tiempo, tu sombra iba enlazada a la mía.
Intuía tu presencia en el viento que silbaba su melodía al filtrase entre las hojas de los árboles de aquel camino, tantas veces recorrido.
Vislumbraba tu reflejo en el arroyo, cuando los rayos del sol ponían guiños de luz en el agua.
Adivinaba tu rostro sobre las cumbres mientras la niebla las coronaba de añoranza.
En el silencio de la noche, la luna me traía tu voz, tus palabras… tan lejanas, tan cercanas, tan queridas porque siempre fueron mías.
Así fue, hasta que el destino movió sus hilos y propició el reencuentro.
Nos reconocimos en el instante mismo en el que nuestros ojos se cruzaron y nuestras manos se deslizaron en esa primera caricia.
El alma se nos escapó en un beso.
Y el pasado y el futuro se conjugaron en presente. Un presente continuo que no tiene principio ni fin.
Desde entonces, todos los días son domingo.
Cada momento es motivo de alegría por la única razón de compartirnos.
En nuestro jardín siempre es primavera.
Pero no lo cuentes.
Los ateos del amor afirmarán que es locura, un espejismo, un sueño.
Y si estoy soñando…no me despiertes.
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