jueves, abril 25 2024

Laura o plomo by Mar Bayona

Laura Hernán no paraba quieta en el gran despacho situado en la segunda planta de su ático. No dejaba de dar vueltas por la gran sala de más de veinte metros cuadrados con enormes ventanales que mostraban una vista panorámica de México D.F. El día soleado parecía que solo contribuía a caldear todavía más el ambiente que se respiraba entre aquellas cuatro paredes.

—Estoy harta de aparecer en todos los periódicos, en todos los noticiarios… Mi foto está en la portada de toda la prensa amarilla de este maldito país. Me señalan con el dedo. Dicen que soy cómplice, que soy narcotraficante igual que mi maridito.

Su larga melena negra caía de forma perfecta sobre la americana clara que conjuntaba a la perfección con una falda entallada del mismo tono y unos zapatos negros de tacón infinito que no dejaban de marcar el paso intenso sobre el parquet. El abogado de la familia, Teodoro Mencía la miraba sentado frente a la gran mesa de cristal que destacaba en el despacho de Laura. Admiraba tanto como temía a esa mujer.

—Pero doña, la detención del Coronel ha sido un fuerte golpe para nosotros. No podemos evitar todas estas vainas. Ahora van a buscar culpables hasta debajo de las piedras —contestó intentando calmarla.

—Pues hay que sacarlo de allí, Teodoro. El Coronel no puede estar en prisión. Hay demasiado en juego.

A pesar de los movimientos nerviosos de Laura, su voz era suave, como siempre. Nunca nadie la había escuchado elevar la voz, ni tan solo cuando su rictus reflejaba la intransigencia que sentía ante alguna de las decisiones que había tomado su marido. Justo como la que entonces lo había llevado a prisión. En ese momento, Laura seguía dando órdenes al abogado. Teodoro sabía que la situación era muy delicada. Cualquier decisión podría comprometer su futuro.

—Busca cómo hacerlo. Me da igual lo que cueste: el dinero o las vidas, ya lo sabes. —Se paró frente a él y apoyando las manos en la mesa, continuó—: El Coronel tiene que salir o todo se irá al carajo, y no voy a permitir que mi familia acabe en lo más hondo de un pozo. Nunca, me oyes, nunca voy a consentir que mis niñas paguen por un error de su padre. Tendrán que sacarme con los pies por delante.

—Doña, es importante que dejemos que pasen unos días sin hacer mucho ruido.

El letrado sabía que se jugaba su propio cuello con cada palabra que decía. Nunca había visto a Laura tan alterada. A Teodoro le caían gotas de sudor por la frente, al calor de la sala se le sumaba el pánico que tenía a aquella mujer.

—Esperemos a ver qué deciden las autoridades americanas respecto a su marido y entonces valoraremos las opciones que tenemos.

—No hay opciones, Teodoro. —Laura volvía a caminar por el despacho—. Te lo digo muy claro: la única opción es sacarlo de allí. Ninguna otra me vale. Así que ya sabes. Y si tienes que disparar, pues matas y ya está. No me vengas con cuentos ni chingadas. Sácalo ya.

Las últimas palabras se las dijo mirándole directamente a los ojos, sin opción a que el abogado apartara la mirada de aquellos profundos ojos marrones de hielo que le atravesaron y que durante tantos años habían marcado el destino de su familia.

Nada ocurría sin que Laura lo autorizara. «Qué equivocada está la gente —se decía Teodoro— al pensar que el Coronel es uno de los principales narcotraficantes del país. Laura es la cabeza pensante, la directora de orquesta, la que organiza y decide lo que se mueve y lo que no». Su sudor iba en aumento. Se secaba las palmas de las manos en el pantalón. Estar en presencia de aquella mujer menuda lo aterraba. Había entendido a la perfección lo que debía hacer: sacar al Coronel de prisión sería, a partir de ahora, su objetivo prioritario. De no logarlo, ya sabía cuál iba a ser su destino…

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