jueves, abril 25 2024

FRANCESCA by Felicitas Rebaque

Imagen tomada de Pinterest

Felicitas Rebaque

Fragmento de Réquiem por mi mano ausente

París nunca duerme…

y yo esa noche tampoco. Tenía los nervios a flor de piel y en ese estado me era

imposible conciliar el sueño. Abandoné la cama con intención de darme una ducha para relajarme cuando sonaron unos golpes en la puerta. Extrañado, consulté el reloj: eran más de las tres de la mañana. No tenía ninguna intención de abrir. «Alguien se ha equivocado de habitación», pensé. Pero quien llamaba insistía y al final, intrigado y molesto, decidí ver quién era: Francesca esperaba sonriente ante la puerta con una botella de champán y dos copas en las manos. La inesperada visita me dejó inmóvil por unos instantes que ella aprovechó para introducirse en mi habitación y cerrar la puerta tras de sí.

—Disculpa que te invada. No me apetecía beber sola.

La contemplé atónito. Llevaba puesto un albornoz blanco y tenía el pelo mojado.

—¿Qué haces aquí a estas horas?

—Creo que es evidente —respondió, elevando la botella sobre su cabeza—

Invitarte a tomar una copa de champán para brindar por tu futura vida.

—Perdona, Francesca, son mas de las tres de la mañana y esta noche ya hemos bebido y brindado demasiado. Es mejor que vuelvas a tu habitación. Lo dejaremos para otra ocasión.

—¿Otra ocasión? ¿Cuándo? No habrá otra ocasión, ya no. —Su voz adquirió un tinte melodramático al añadir: ¡A saber cuándo nos volveremos a ver! Pueden pasar meses, años o, tal vez, no lo hagamos jamás.

Solté una carcajada por su ficticia vehemencia.

—Sigues siendo igual de exagerada, Francesca. Jamás suena muy fuerte. Lo más probable es que nos encontremos en cualquier ciudad del mundo. Así y todo, no creo que debas estar aquí.

—Quién sabe… —continúo ella haciendo caso omiso de mi advertencia—. Por si eso no sucede, este Veuve de Clicquot está abierto y sería una lástima desperdiciarlo. ¡Anda, por favor!

Viendo que, a pesar de sus argumentos, yo continuaba de pie junto a la puerta en una clara invitación a que se marchara, frunció los labios en un mohín e insistió mimosa:

—Vamos, no seas malo. Solo es una inocente copa de champán. Si te preocupa la rusita, no se va a enterar si no se lo dices. Brindemos por tu nueva etapa y por los viejos tiempos.

Mientras argumentaba, se había acomodado en un silloncito y no parecía que tuviera intención de moverse de allí.

—Está bien —accedí, más que nada por terminar cuanto antes con esa situación—Una copa y te vas.

Francesca cruzó las piernas de forma provocativa dejando al descubierto la mayor parte de sus muslos. En su rostro mostraba la satisfacción de haberse salido con la suya.

—Eres incorregible —afirmé—. No tengo nada que ocultar a Katrina. Si tus intenciones son tan inocentes sobra el comentario.

—Vale, disculpa. Lo decía porque me parece que es bastante celosa. Aunque la entiendo; yo también lo era cuando estábamos juntos.

Obvié la alusión a nuestra antigua relación y contraataqué.

—¿Y a Andrei? ¿Le parece bien que su pareja esté a estas horas en la habitación de otro hombre?

—Andrei no es mi pareja.

Elevé las cejas, incrédulo.

—¿Ah no? Pues os vi muy amartelados, y actúa como si lo fuera.

—Eso es lo que me enerva de él: se cree que soy de su propiedad, como su batuta.

—Nadie pertenece a nadie. Nos debemos a nosotros mismos. Sin embargo, cuando se sale con alguien hay un compromiso implícito.

Me fulminó con la mirada. «¿Dónde estaba el tuyo cuando me dejaste?». No hizo falta que lo verbalizara: el reproche cortó el aire a cuchillo y tensó la atmósfera. Al momento me percaté de que mi comentario sobre su relación con Andrei no había sido muy oportuno. Tomé la botella de champán, volví a llenar las copas y me preparé para recibir el estallido de Francesca. Pero ella dulcificó el rostro, bebió un sorbo y respondió con suavidad.

—Bueno, eso es muy discutible, pero yo no me siento ligada a Andrei. A veces estamos algún tiempo juntos, lo pasamos bien, somos amigos con derecho a roce, es un buen amante…, de eso a ser mi pareja hay mucho trecho —aclaró—. Esta noche ha estado especialmente insoportable. Al parecer esperaba dedicación exclusiva; se ofendió porque, según él, estuve hablando demasiado con los demás.  Yo no soy coto privado de nadie.

—Es que no le hiciste ni caso en toda la velada. Él y yo éramos los dos únicos hombres fuera de tu radio de acción. A mí no me afecta —me apresuré a aclarar—, pero puedo entender su malestar. Lo que sigo sin comprender muy bien es qué haces ahora en mi habitación.

—Pensé que estabas enfadado por lo que dije sobre Katrina en la cena y quería disculparme. Después de lo nuestro, estuve bastante tiempo despechada y confieso que en más de una ocasión no me porté bien. Odié a Katrina. Me ponía mala cada vez que os veía juntos. Esa es la razón por la que cuando coincidíamos en alguna ciudad coqueteaba contigo a propósito, para ponerte en apuros y provocar sus celos. Era mi pequeña venganza. Pero aquello pasó; me di cuenta de que, si no hubiera sido Katrina, habría sido cualquier otra. Los dos éramos demasiado jóvenes. —Francesca se quedó unos momentos pensativa observando el interior de la copa de champán como si en el fondo viera reflejado los buenos momentos vividos. Después la llevó a los labios y apuró la nostalgia. Levantó la mirada y con una sonrisa continúo diciendo—: Pero lo pasamos bien y fue hermoso mientras duró. Siento mucho si por mi culpa has tenido problemas con tu novia, de verdad que lo lamento. Por eso estoy aquí para excusarme y despedirnos como buenos y viejos amigos.

La escuchaba suspicaz. No podía creer que fuera tan sincera ni que tuviese esa necesidad de pedir excusas. No, no me fiaba de que sus intenciones fueran tan inocentes a pesar de que su cara había adquirido una expresión angelical. No obstante, di por buenas sus palabras y, a continuación, la invité a volver a su habitación alegando que debería dormir un poco.

Era consciente de que estaba siendo brusco pero me violentaba estar a solas con ella. Mis alarmas internas llevaban tiempo emitiendo señales. Me costaba demasiado dejar de mirar sus torneados muslos que ella había dejado a la vista. La sensación de peligro y mi compromiso con Katrina se mezclaban con la atracción que sentía esa noche por Francesca. En unos segundos hice una comparación de las dos mujeres. Una dulce, rubia, de piel blanca, modales pausados y elegantes: el cisne. Y la otra vehemente, apasionada, un cuerpo incitante de piel morena con movimientos felinos y sensuales: la pantera. Percibí el acoso del depredador y el riesgo me aceleró el pulso. Era apasionante, demasiado, por eso mismo cuanto antes se fuera, mejor.

—¡Eh, no seas grosero! —protestó—. Siéntate un momento. Queda champán y es una pena no terminarlo —Al observar las sábanas revueltas añadió—: Al parecer, tú tampoco tienes sueño.

—La última —accedí de mala gana.

—No estés de pie, por favor, me siento incómoda.

Me senté en el borde de la cama y apuré la copa casi de un trago. Ella bebió despacio, sorbo a sorbo, observándome a través de las burbujas del champán. Sus pícaros ojos reían. Sin dejar de mirarme se estiró en el asiento, descruzó sus piernas lentamente y las volvió a cruzar de nuevo, con un estudiado movimiento, dejando a la vista mucho más de lo que yo hubiera deseado ver. No llevaba ropa interior. Haciendo un esfuerzo aparté la mirada al notar que una oleada de excitación me recorrió la espalda. Intenté oponerme al deseo que me sacudía; el exceso de alcohol hacía su efecto y temía perder el control. Era evidente que Francesca disfrutaba tejiendo una red a mi alrededor, sin embargo, yo luchaba para no caer en ella. Dudaba de poder resistir su acoso si seguía en mi habitación un minuto más. Estaba demasiado cautivadora. Sin su sofisticado maquillaje, al natural, tenía un algo salvaje y provocativo. Sus ojos verdes brillaban felinos y la piel que dejaba al descubierto la abertura del albornoz incitaba a deslizar la mano por su escote hasta alcanzar los pechos que se adivinaban insinuantes.

—Debes irte —afirmé.

—¿Por qué?

—Ya te lo he dicho: es tarde.

—¡Cuánto has cambiado, Lawrence! —se lamentó ella—, antes eras mucho más divertido. Hace años pasábamos las noches jugando y a ti te encantaba. No me puedo creer que lo hayas olvidado.

Percibiendo que volvía a pisar arenas movedizas, me levanté, le quité la copa de la mano y la invité de nuevo a marcharse.

–¡Eh, espera un poco! Al menos deja que termine mi champán. ¿No me tendrás miedo? —me instigó.

Ignoré la provocación aparentando una frialdad que no sentía.

—No, qué tontería. Es muy tarde y deberías dormir. Creo que mañana tienes que coger un avión a primera hora.

Francesca se puso de pie. Respiré aliviado creyendo que por fin se marchaba. Bajé la guardia, y ese fue el motivo por el que su ataque final me pilló desprevenido.  En lugar de dirigirse a la puerta dio unos pasos hacia mí. Sin dejar de mirarme a los ojos, deslizó el albornoz sobre sus hombros dejándolo caer hasta el suelo. Su cuerpo desnudo incrementó la temperatura de la habitación al instante. Después, se acercó aún más y, sonriendo, pidió insinuante: —¡Démonos un gusto, anda! No seas rancio. —Y buscó mis labios, ansiosa. Ladeé la cabeza para evitar el beso. Sabía que si la tocaba ya no podría detenerme. Respiré hondo y apreté los puños tratando de apaciguar el imperioso deseo de abrazar ese cuerpo que se me ofrecía sin recato. Los años le habían hecho aún más deseable de lo que podía recordar. Los pechos turgentes se habían llenado, las caderas marcaban unas curvas incitantes, la piel morena, suave y sedosa incitaba a la caricia.

Consciente del efecto que surtía sobre mí, Francesca permanecía a pocos milímetros de mi cara. Retadora. La atracción era irresistible. Aun así, sujetándola por los hombros, la aparté. Sabía que si cedía lo lamentaría para siempre.

—No, Francesca, esto no está bien. No sé lo que tienes con Andrei, pero Katrina es mi pareja, la amo y no puedo hacerle esto.

El rechazo la enardeció aún más. Me pasó las manos por la cintura y afirmó:

—Sí, a ella la amas, pero a mí me deseas, y esto no va a deshacer vuestro gran amor. Bien poco pido, solo unas horas. Ella te tendrá para siempre. Me lo debes.

¡La deseaba!, era imposible no hacerlo. Los pezones emergían tentadores, la curva de su vientre descendía en un suave declive hasta llegar a un frondoso pubis que resguardaba su sexo. Un sexo palpitante y húmedo que yo conocía muy bien.

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