
Traducción a cargo de Quirico Molina
Trastornos de la infancia – La historia de Bruno.
En general, solemos pensar que la infancia es un período más bien sereno y despreocupado; una etapa de la vida compuesta de cosas sencillas, caracterizada por la ausencia de pensamientos, problemas o dificultades.
La idea sobre niños «vivos», ligeros y sin preocupaciones, se estrella con fuerza contra Bruno (nombre ficticio), uno de tantos niños observados.
El niño triste.
Bruno llega a la consulta acompañado de su madre; el niño tiene 9 años. Su madre es una treintayochoañera de movimientos mecánicos y rígidos, pero rápida y confusa en su elocuencia, manifiesta el deseo de querer comprender: « ¿por qué mi hijo nunca ha sido un niño alegre? ».
En el relato de la historia de Bruno, su madre (un río tan crecido que corre el riesgo de ahogarse, varias veces, con su propia saliva) dice no tener recuerdos de su hijo sonriente:
—No recuerdo haber visto reír nunca a Bruno —Doctora—. Además, siempre está enfermo: dolor de cabeza, dolor de barriga, cansancio… Durante los primeros dos años que asistió a la escuela, Bruno no era feliz pero tampoco estaba excesivamente triste… Luego, de repente, comenzó a sentirse siempre mal. Si no va a la escuela y se queda en casa, se siente culpable porque no sabe lo que están haciendo en el aula y tiene que llamar a alguien para obtener una mínima información sobre lo que se ha hecho en clase. Si va al colegio, una hora después llega la llamada a casa y debo ir a recogerlo porque ha vomitado y se encuentra mal.
Si su padre o yo tardamos un poco más de la cuenta ¡qué sé yo! porque fuimos a hacer la compra (y él se queda con su abuela) tiene crisis de llanto y pregunta continuamente dónde estamos porque tiene miedo de que literalmente ¡estemos muertos! Cuando se queda en casa Bruno no hace nada ¡N A D A! «Estoy cansado» dice, y permanece inmóvil sentado en una silla mirando al vacío; cómo mucho llora.
Estoy aquí porque además de no comer, no dormir y llorar, Bruno dijo por primera vez, el otro día, que quería «morir».
Bruno es un niño muy tierno; pequeño, delgadito y con bellísimos rasgos angelicales. El color de su cabello es similar al de la miel cuando observas el frasco poniéndolo a la luz del sol y en ese líquido viscoso emergen mil burbujas y colores diferentes de la misma tonalidad básica; los ojos son grandes, inmensos y marrones. El cuerpo es pequeño (mucho más que el de otro niño de la misma edad) y está vestido con un mono rojo y azul.
Lo que me impresiona de Bruno son esos ojos tan inmensos que parecen estar vacíos. Recuerdo cuando durante una lección de Psicología Dinámica, la profesora (analista infantil), explicó sobre el sentimiento de impotencia, futilidad y desorientación que producen los ojos fijos y vacuos de los niños.
De modo que… aquel día me encontré con la posibilidad de que una mirada inexpresiva pudiese generar destrucción.
Bruno no juega, apenas responde a tus preguntas. Es un niño fantasma, parece estar apoyado en su esbelto cuerpo, del cual no muestra ningún interés. El aspecto angelical confiere mayor énfasis a esta imagen de un niño y de una infancia vacía.
Alrededor del 2% de los niños sufren de trastorno depresivo mayor. De manera similar a lo que sucede en los trastornos de ansiedad, los niños pequeños no poseen algunas de las habilidades cognitivas (como el sentido real del futuro) que contribuyen a causar depresión clínica. Sin embargo, sucede que en períodos particulares de la vida (o incluso en el caso de fuertes predisposiciones biológicas), incluso niños muy pequeños pueden experimentar trastornos del estado de ánimo o una tendencia persistente a la tristeza. La depresión en el niño puede desencadenarse por eventos negativos (especialmente pérdidas importantes) o cambios (por ejemplo, de escuela o de casa), rechazos (reales o percibidos como tales) o abusos (reales o imaginarios).
Los síntomas pueden ser síntomas físicos comunes (dolor de cabeza, barriga) irritabilidad o desinterés por los juegos y juguetes.
A menudo, durante muchas sesiones, Bruno no encontrará interesantes las marionetas, se mantendrá alejado de los colores… No contará historias (difícilmente responderá a las preguntas). Con frecuencia, muchos martes, Bruno estuvo ausente, mostrando inicialmente malestar, para después llegar a un equilibrio en el cual «tú no me preguntas nada más y yo no lloro».
El trato duró bastante tiempo.
Un día entra Bruno abriendo la puerta (siempre era su madre quien abría la puerta y lo hacía sentarse en la silla). De repente sentí una pequeña presencia de movimiento en el aire.
El niño triste e impenetrable había hecho algo; por un momento había habitado su delgado cuerpecito.
Ese día Bruno me hace una pregunta personal: respondo, y todo vuelve al silencio. Comienza a mostrar un aparente interés en la marioneta con forma de lobo: aprovecho la ocasión de su interés y agrado por la marioneta y comienzo a otorgarle voz y gestos al personaje.
El pequeño movimiento del aire se convierte de repente en una chispa que rasga la realidad. Una pequeña estancia húmeda se convierte en un bosque mágico encantado con un montón de riachuelos, árboles y manzanas parlantes. Bruno sigue siendo un niño «triste», me deja hacer gran parte del trabajo de «creación», pero comienza paso a paso (un poco como Pulgarcito siguiendo el rastro de las piedrecitas), a emprender un camino, que él mismo diseña, a su propio ritmo.
En los largos meses que vino a la consulta, Bruno nunca sonrió.
Un poco antes de completar su recorrido, el niño me miró a los ojos: Un día, Bruno tomó en su mano un lápiz de color, su primer lápiz de color, y era del color más alegre imaginable.
El amarillo.
—¡Cómo tu falda! —dijo, mostrando una mirada muy tímida y una apariencia de sonrisita mezclada con vergüenza.
Esa sigue siendo, incluso hoy en día, una de las miradas más hermosas que me hayan dirigido nunca.
«Lo que mal empieza, bien acaba».
Doctora Giusy Di Maio
Blog personal: https://ilpensierononlineare.com/
1 Comment
Add yoursmuy buenos!!