

Como escritora que piensa también en ese público lector más joven en el que está el futuro de la literatura, cuando miro hacia atrás, hacia mis inicios, descubro siempre, la presencia de la palabra como elemento vivificador, como el entramado adecuado para permitirme crear y vivir ese universo que me empujó siempre hacia adelante. Algunas de esas palabras eran escritas, otras muchas entonadas por voces familiares que daban seguridad a mi universo de niña. Entre mis recuerdos, la armonía encerrada en canciones y poemas infantiles que despertaban y saciaban a la vez mi impaciente curiosidad. Nanas y canciones tradicionales en una red de evocaciones en la que se mezclan las voces de mi padre y de mi madre. Después, la voz áspera pero cariñosa de mi abuelo Arnulfo llenando de palabras los mejores momentos de mi infancia. y de nuevo la de mi padre, siempre alegre, repitiéndonos una y otra vez, historias y leyendas de su pueblo, anécdotas de su juventud. Desde entonces, palabras escritas y palabras dichas, me han subyugado con su carácter sanador, con su capacidad para provocar sentimientos y emociones, de acercar personas, de trasmitir vida.
En estos últimos años muchas veces he mirado a mi alrededor viendo por doquier niños y niñas de todas las edades enganchados a teléfonos y tabletas de última generación, aparatos en los que se reproducen sobre todo imágenes, quedando las palabras relegadas a un complemento ajeno al propio mundo en el que se vive. Y lo peor de todo es que muchas veces somos las personas adultas quienes se los ponemos delante rompiendo el verdadero proceso de la comunicación, mientras les proporcionamos el nefasto ejemplo de predicar una cosa haciendo justamente la contraria. “Lee”: les decimos. Y, acto seguido, permitimos que se “enganchen” a “los aparatitos” para que durante un rato nos dejen tranquilos, mientras consideramos equivocadamente- que para la juventud las palabras han perdido valor, capacidad de encandilamiento, poder de seducción. Y para complicar aún más la situación, llega el covid19 y la dependencia de la imagen se ha hecho aún mayor, muchas veces por pura necesidad.
Sin embargo, por experiencia propia, yo estoy segura de que la magia de las mismas sigue estando ahí. Y lo seguirá estando mientras el mundo sea mundo y las personas, personas; la magia e incluso la capacidad sanadora de las palabras, sanadora para las enfermedades del alma y de la mente que, inevitablemente, acabarán ayudando, incluso, a sanar el cuerpo. ¿O acaso hay algo más tranquilizador en nuestra infancia que la voz de una madre o de un padre quitándonos los miedos, curándonos las heridas?
Sana, sanita, culito ranita… Aún repiquetea en mi memoria la cantinela que me cantaban cuando lloraba desconsolada después de una caída; la misma letanía que todos hemos repetido mil veces a nuestros hijos o a nuestros alumnos más pequeños. Y aquel cuento que comenzaba diciendo… ¿Quieres que te cuente el cuento del fantasma de los ojos azules…?, con el que mi padre siempre conseguían sacarme de quicio. Incluso esa nana repetida por generaciones que dice: Pajarito que cantas en la laguna…, y que yo misma he cantado años después, personalizándola con nuevos versos.
Recuerdo una infancia y una adolescencia llena de palabras que me llevaron desde la oralidad a la lectura, en una casa donde convivían las novelas de El Coyote, con los libros de viaje y las biografías; una casa donde se le dio rienda suelta a mi interés por la lectura, que creció paralelamente al gusto por escribir; y una escuela donde se me alentaba a ello y se me dejaba ir, en mis lecturas, por delante de las demás.
He practicado poesía y prosa con mejor o peor fortuna y sin más afán que dar rienda suelta a mis emociones, a mis sentimientos, a ese espíritu creador que toda persona lleva dentro aunque muchas no logren encontrar el cauce adecuado para sacarlo de sí… Si tuviera que elegir entre ambas lo tendría muy difícil; tanto a la hora de escribir como a la hora de leer, especialmente si quienes se encuentran al otro lado de esa lectura son niños y niñas de corta edad, porque el juego de las palabras -da lo mismo la fórmula que elijamos para el mismo- atrae sobre los más pequeños indudables beneficios desde el mismo momento en que su presencia física comienza a sentirse en el útero materno. A través de ellas se van estableciendo invisibles lazos afectivos que les harán reaccionar frente a las personas que tienen en su entorno; primero a través de su timbre, de su entonación; después de su intencionalidad y de su significado. Por eso es elemento esencial para trabajarlo tanto en el ámbito familiar como en el escolar.
No es nuevo este poder de las palabras. Desde que el ser humano es tal, toda una tradición basada en la oralidad ha ido desarrollando un repertorio casi infinito de nanas y canciones infantiles con el que se ha acompañado su crecimiento, haciendo que la poesía esté presente en ellos desde la más tierna infancia; instrumentos de la expresión que aportan musicalidad, plasticidad, imaginación y fantasía, a partir de los juegos de palabras y figuras literarias que se utilizan. Intuitivamente, tienen como principal función estrechar lazos afectivos, permitir el descubrimiento del propio yo del infante y del mundo que le rodea. Sus primeros pasos hacia un mundo lleno de emociones y sensaciones que le es necesario ir descubriendo poco a poco. Con los relatos, con los cuentos, se irán abriendo a la realidad y a la complejidad del mundo que les rodea; éstos les ayudarán a conocer infinidad de situaciones, les prepararán para enfrentarse a sus miedos, a resolver conflictos, y también a adquirir los elementos básicos para la comunicación: riqueza de lenguaje, nivel de comprensión, correcto manejo de los vocablos…, facilitándoles el desarrollo de una capacidad que es únicamente humana.
Como seres sociales que las personas somos, necesitamos el uso de la palabra, que es la única capacidad del ser humano capaz de reafirmar lazos invisibles que vienen trazados por otras circunstancias y de mantenerlos a pesar de la distancia. Pero esa palabra necesita de la cercanía física para desarrollarse, una cercanía que va más allá de las pantallas porque se apoya en un lenguaje gestual y afectivo que estas distorsionan u ocultan para alcanzar la plenitud de su potencialidad. La palabra es afecto, es sentimiento, es expresión… es capaz de unir, pero también de alejar para siempre. Por todo ello, y por mucho más, les recomiendo que permitan a sus vástagos acceder a la palabra a través de los libros y, algo muy importante, que la compartan a través leyéndoles en voz alta o narrándoles y recitándoles. Esos momentos facilitan unos lazos de comunicación que difícilmente se romperán nunca y les permitirán compartir con ellos VIDA.
ENLACES A SUS BLOGS PRINCIPALES y redes sociales:
http://entrepalerasyencinas-mercedesgrojo.blogspot.com/
http://www.elgatomaragato.com/
https://conchaespina2018-2019.blogspot.com/
1 Comment
Add yoursGracias por vuestra siempre atenta lectura.