
Te he soñado bajo la encina centenaria de mi infancia, subiendo al cielo en el arcaico columpio que colgaba de sus poderosos brazos enramados, aquel que alimentó mis sueños infantiles, aquel que meció ensoñaciones de inquieta adolescente. Hubiera compartido hoy contigo, bajo la sombra acogedora de sus ramas, las historias encerradas en las nubes que pasaban deslizándose sobre ella, empujadas por los vientos más crepusculares. Pero un día llevaron de mi vida su presencia. Talaron de mi infancia su tronco protector, sus ramas amigas, dejando en mí un hondo vacío tan sólo lleno en mi recuerdo. En su lugar apenas un tocón a ras de suelo, la ausencia del viento perdidos sus silbos con sus hojas, el silencio impuesto al canto de las aves que anidaban entre ellas. No supe más de su follaje, de la vida y los misterios que su arrugada corteza escondía. Y hasta el cielo me pareció entonces más desnudo, más desarrapados los jirones de las nubes, más descarnado el soplo de los vientos... Cuando al paso de los años vino tu infancia a sustituir la mía volví a aquel lugar queriendo ofrecer a tus ojos y a tus juegos la misma encina. Pero de ella ya sólo puedo entregarte mis recuerdos, los cuentos inventados a la sombra de sus hojas, los poemas entretejidos con el arrullo de la brisa entre sus ramas… Aunque aún la siento ahí, siempre grande y misteriosa, mientras buscamos juntas otro árbol, otra encina, que llene tu infancia y tu vida con la felicidad y el sosiego que yo sentí bajo la mía.
4Comments
Add yoursConmovedor, tierno profundo.
A este le va de perlas la canción de Enseñaras a volar.
Pues mira, sí. Gracias, Esther. Un abrazo.
¡Qué precioso poema! ¿Lo has escrito tú? Genial evocación; Preciosa alma.
Es mío, Mª José. Gracias por tus palabras.