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ENTRENADOR DE SEÑORAS by José Luís Serrano

Imagen de Roberto Horas

El  mismo abrió la puerta a aquel elegante matrimonio que venía a hablarle de las calificaciones de su hija. El prestigio del personaje les impedía pedirle explicaciones pero tampoco estaban dispuestos a quedarse sin conocer las razones, ellos que tanto se habían esmerado en la educación de la niña.

Todas las examinandas eran “la niña” independientemente de la edad que tuviesen. Alguna moza vieja hubo.

Si bien no era muy frecuente que alguien acudiera en demanda de alguna aclaración del por qué de determinadas calificaciones, tampoco era algo extraño, así que sabía comportarse adecuadamente con quien, por otra parte, casi nunca perdía la calma. Eran todas personas bien educadas que podían discrepar en lo más profundo pero jamás un improperio, una salida de tono.

Al fin comenzó a hablar en el tono pausado y docto que la circunstancia requería.

“La niña no ha hecho bien ningún ejercicio. Ni los más básicos. Es efectivamente suave en los modos, excesivamente suave. Y excesivamente apasionada en otros momentos. En ambos casos no encuentra el equilibrio. Nada irremediable, por supuesto, con un simple cursillo quedará todo solucionado porque la niña no es rematadamente torpe sino que únicamente le falta un pulido, profundo, pero un pulido. Y siguió ponderando las cualidades de la examinanda, bien como amazona pero mucho mejor como montura y aunque de escasa su imaginación para las ubicaciones lo suple con el entusiasmo con que acepta las proposiciones. Oralmente… bien. Suficiente aunque necesita mejorar.”

Y aquellos padres se fueron agradecidos a que la calificación no había sido definitiva sino que aun había oportunidad de recuperación.

Aquellas gentes, conscientes de las residencias de la felicidad habían decidido entrenar a sus vástagos en cuantas disciplinas hacen más gozosa la existencia. Tomaron la decisión hace muchos años, ya nadie recuerda –aunque en las actas municipales estará sin duda bien documentado- cuándo apareció aquel personaje que puso en marcha todo esto con el rechazo inicial de buena parte de la población, más o menos el mismo porcentaje que aplaudía fervorosamente la iniciativa. Abstención prácticamente no hubo y  hasta los ácratas estuvieron conformes con legislar el asunto y al recalcitrante del de qué habláis que me opongo, un simple paseo hasta el pilón acabó por hacerle entrar en razón, es decir, de convencerle. De vencerle con: el pilón. Incluso de vecinas poblaciones acudieron atraídos por sus enseñanzas y aunque, reglamentariamente no era posible, siempre se encontró el modo de atender las peticiones.

Y aquí andamos generaciones después acudiendo al Entrenador de Señoras para que las instruya en aquello que natura no les haya proveído con suficiente generosidad de modo innato y en el seno hogareño resulta inapropiado.

Todos sabían que de sus calificaciones dependía que sus hijas obtuvieran un buen partido. Los padres de los chicos, aunque se abstenían de decirlo, les gustaba saber que sus vástagos contarían con una grata compañía el resto de sus vidas. Claro que aquellas que obtenían altas puntuaciones en lascivia, si bien eran muy valoradas como amantes, rara vez lo eran como esposas porque esa especial característica presagiaba una intensidad lúbrica con exclusividad en la mayoría de los casos que los varones difícilmente podrían atender lo que sin duda sería causa de problemas en el futuro.

Las niñas se jactaban de sus calificaciones y se burlaban de las más torpes.  ¿qué te puso? Un 9 en lujuria pero me suspendió en seducción. Los chicos presumían de salir con las mejor puntuadas.

A veces recibió visitas de varones que ya emparejados sugiriéndole que adiestrase a sus novias en determinadas prácticas de su personal agrado cosa que hacía si su conciencia profesional estaba de acuerdo.  Su leal saber y entender no permitía banalidades. Había llegado a actuar como perito en juzgados para descartar o poner de manifiesto peculiaridades que acaso hubieran conducido a tragedias, o no tanto, de variopinto pelaje.

El Entrenador de Señoras vivía bien. El municipio le asignaba un generoso salario puntualmente actualizado, así como privilegios menores, exención de tasas de aparcamiento, gratuidad en los transportes municipales… minucias que hacen la vida más agradable. En lo privado, está por llegar la primera vez     que no encuentre mesa de su gusto en un restaurante o localidades preferentes en los estrenos del teatro.

Las señoras le saludan afables y ciertamente cariñosas sin duda rememorando tardes lectivas. Los varones, corteses. Aun sabiendo que sus esposas y amantes han sido instruidas por aquel caballero no les inspira aversión, antes bien al contrario. Incluso la mayoría juzgó acertada la propuesta de organizar seminarios de reciclaje de tanto en tanto.

Hubo algún intento en poblaciones vecinas de instaurar parecido servicio pero no llegó a buen puerto sin duda porque carecen de la particular idiosincrasia de las gentes de aquí. Como tampoco, y eso fue aquí mismo, la proposición de que se ejerciera el mismo apostolado bajo el título de Entrenadora de Señores, pero las candidatas venidas de fuera no supieron adaptarse y las oriundas estaban más por dejarse enseñar, esa vieja táctica que usan para que los chicos crean que la iniciativa les pertenece.

El departamento de estudios sociológicos del municipio decidió probar estadísticamente la bondad de aquellas prácticas. Comenzó el estudio por los libros más antiguos: Un par de siglos.

La primera observación es que el oficio se transmite hereditariamente por línea varonil. Obviamente. No puede ser de otro modo ¿Qué tribunal podría dirimir un concurso oposición? ¿con qué baremo?

Durante el ejercicio de cada Probador se observa que aquellas féminas que han de repetir prácticas responden a un patrón constante aunque este hecho sólo es comprobable desde que se empezó a documentar con ficha y foto. El Probador Don Amando hizo repetir prácticas a muchachas menudas, bajitas y morenas. Orondas fueron las repetidoras en la época de Don Amador.

El estadístico llegó a deducir que eran repetidoras aquellas del personal agrado los Probadores lo que le pareció una irregularidad así como el auge de los seminarios de reciclaje coincidía con aquellos años en que escaseaban, por razones de natalidad, mozas en edad de merecer.

Y así se lo comunicó al regidor quien, tras escuchar pacientemente la argumentación apoyada por gráficos de colorines, le dijo que dejase el informe por ahí y se buscase una novia bien entrenada y que si el caso diera en urgencia, la municipalidad vería de sufragar -no sería la primera vez-  los gastos de un entrenamiento específico. Dictamen que, al coincidir con el de los ediles de la oposición, aceptó comprensivo y con la imagen de resignación que el protocolo aconseja.

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