viernes, abril 19 2024

BUCEO by José Luís Serrano

Imagen facilitada por el autor

Me gustaría que durase más. Unos segundos, medio minuto… aunque tal vez la gracia resida en lo efímero de su existencia. El batiburrillo de burbujas que te recibe, que haces, cuando caes, te dejas caer de espaldas al mar: te envuelve y suena festivo como el saludo del amigo con quien vas a soplar las velas de la tarta.

Sentado de espaldas al agua en la borda de la semirrígida haces la última comprobación del equipo, puede que ajustes un plomo, una hebilla y te dejas caer: el aire del chaleco te devuelve a la superficie, apenas te deja bajar un metro y ahí  acontece la breve fiesta de burbujas que prologa el silencio del espacio al que acabas de llegar donde no pesas, donde en el horizonte, ahora esférico, se va diluyendo la transparencia del agua hasta alcanzar un azul profundo… y silencio. Sólo el tránsito del aire de la botella a tus pulmones cuando te cruza la boca para trepar, un instante después,  en forma de burbujas hacia su cielo fuera del agua y tú en un mundo donde no has sido invitado bajas, bajas, bajas llenándote los ojos de paisajes, de formas vivas y te quedas quieto con el fondo quizás veinte metros más abajo y el techo de agua doce, quince metros por encima de ti jugando con los rayos de sol y tú te meces al compás del agua aparentemente quieta y el aire que tomas y expeles.

Siendo, como somos, personas que decimos buenas tardes, muchas gracias, cómo está usted…¿No sería mejor que entrásemos en el agua con la misma educación con que lo hacemos en la casa a la que hemos sido invitados? donde no derribamos la puerta sino que aguardamos  a que nos abran y no entramos saltando por encima de los muebles… ¿no sería más amable deslizarnos desde un tobogán con la mínima inclinación posible? o desde una plataforma  al borde mismo desde la que bajar con suavidad … deberíamos tener a gala sumergirnos como los saltadores olímpicos que disponen el cuerpo durante su viaje desde el trampolín para levantar el menor oleaje (y eso les puntúa) de que sean capaces. Nosotros no, allá que vamos con toda el aparatoso equipo que portamos, sin el que por otra parte no podríamos, y entramos al agua de espaldas desde la borda o a paso de gigante, en cualquier caso como elefante en cacharrería, sin el menor respeto al silencio monacal de los habitantes, que huyen despavoridos  de semejante impertinencia. Como el guerrero que llega a un territorio, planta su bandera, lo declara suyo y promulga leyes a las que exige acato y sumisión ignorando o despreciando las que allí hubiera y llama salvajes a sus gentes…

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