miércoles, abril 24 2024

¿Por qué tantas mujeres escritoras han tenido que firmar sus obra con seudónimos masculinos?

LOS MIÉRCOLES DE MASTICADORES-FEM

Por Ángeles Fernangómez (Sección: ÁgoraFEM)

Miércoles, 26 de octubre. 2022

NOTA DE LA EDITORA: El pasado lunes, día 24, celebrábamos el Día de las Bibliotecas (en conmemoración de la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo en 19927, un claro atentado contra la historia humana y el resguardo de su cultura, de sus escritos, de sus creencias). Hasta hace muy poco tiempo no era fácil acceder a las obras de las mujeres (sobre todo a las de nuestras antepasadas) ni siquiera en estos lugares de salvaguarda. No se me ocurre momento más oportuno que este para rescatar este artículo que nuestra compañera dedicó en su día a reflexionar sobre lo que ha habido siempre detrás de la utilización de seud´onimos masculinos por parte de algunas mujeres. Por si no tuvisteis oportunidad de leerlo en su momento.

Siento mucho interés en escudriñar en las tretas, astucias y artimañas de que han tenido que valerse las mujeres escritoras para abrirse paso en una sociedad de hombres en la que la mujer era minusvalorada sin otro motivo que el de relegarla a la labor de procrear y criar. A poco que hurguemos en la historia, nos encontramos con mujeres que lo pasaron muy penoso para salir adelante en el ámbito artístico e intelectual, teniendo que desarrollar su astucia (atributo claro de inteligencia) para lograrlo. Todo ello siempre que las condiciones sociales le fueran favorables, porque si bien es cierto que me interesan estas mujeres que fuera como fuera lo lograron, aún me interesan mucho más todas aquellas, infinitamente mayores en número, que se quedaron para siempre en el libro incoloro del anonimato, mujeres a las que no les llegó la educación ni las condiciones para desarrollar su valía, y mujeres que aun pudiendo desarrollarla por proceder de estatus sociales más acomodados, tampoco consiguieron hacerse visibles, y no por falta de mérito sino por falta de interés de quienes manejaban los hilos, siempre en manos del poder acaparado por los hombres.

Centrándonos en los seudónimos masculinos usados por mujeres en la literatura y recorriendo varias épocas, incluida la actual, nos encontramos con mujeres escritoras que tuvieron, humillante y vergonzosamente, que hacerse pasar por hombres para que alguien se dignara leerlas y decir: ”este manuscrito es fantástico, merece la pena publicarlo”.

La lista es enorme, pero podemos citar a algunas como a la española Cecilia Böhl de Faber, que firmaba sus novelas como Fernán Caballero. Su propio padre –como buen hombre de la época-, le decía que escribir no era una labor de mujeres, ya que para eso se necesitaba capacidad intelectual.

¿Seríais capaces de localizar los nombres de estas mujeres que escribieron bajo seudónimo?

En 1850, Mary Anne Evans publicó su primera novela con éxito, bajo el seudónimo de George Eliot por el simple motivo de que no fueran tomados sus textos como “inferiores” al proceder de una mujer. Tal es el oscurantismo al que se ha relegado a la mujer en el mundo intelectual que hoy en día, pocas personas sabrán quién era Mary Anne Evans, pero todo el mundo conoce a George Eliot, siendo como es solo un fantasma que jamás existió.

El caso de las hermanas Brönte, pertenece también a este lastimoso apartado de grandes escritoras abocadas a hacerse pasar por hombres para ser tenidas en cuenta: Charlotte, tuvo que publicar su gran obra Jane Eyre, considerada un clásico de la literatura inglesa, con el seudónimo masculino de Currer Bell y, sus hermanas Emily y Anne, también firmaron como hombres sus famosos libros Cumbres Borrascosas y Agnes Grey.

Sigamos con Caterina Albert, quien hubo de continuar firmando como hombre debido a las enormes críticas que sus temas provocaban proviniendo los escritos de una mente femenina (cesaron las críticas cuando ya no era un nombre de mujer quien las firmaba). Y qué decir de aquellas de las que sus maridos se aprovechaban firmando lo que no era suyo, como es el caso de Sidonie Gabrielle Colette, talentosa escritora francesa, a la que su marido suplantaba para que sus libros pudieran tener éxito. O la neoyorkina Laura Albert que, muy a finales de los 90, publicó su primera y famosa novela Sarah (siguieron 4 novelas más), bajo el seudónimo de J.T. Leroy (Jeremiah Terminator Leroy), convirtiéndose en un icono del movimiento cultural y artístico neoyorkino. Cinco años más tarde se descubrió cuál era la verdadera identidad de la autora. Si no fuera porque el tema no tiene gracia ninguna, habría de haberse puesto un enorme “inocente” en las frentes de tantos a quienes sus obras les parecieron magníficas simplemente porque pensaban que las había escrito un hombre, sin leerlas con el absurdo prejuicio con el que lo hubieran hecho de haber sabido que procedían de una mente femenina.

La colecci´´on de Harry Potter, de J.K. Rowling

Un caso contemporáneo y de los más flagrantes, lo tenemos en la autora de la saga de Harry Potter a quien, al ir a publicar la primera novelaHarry Potter y la piedra filosofal, la Editorial le pidió que ocultara su identidad de género ya que estaba convencida de que los adolescentes no comprarían la novela si vieran que estaba escrita por una mujer. Por eso, Joanne Rowling, se vio obligada a camuflarse como  J.K. Rowling. Más tarde, escribió otra novela bajo un seudónimo claramente masculino: Robert Galbraith, tal vez influida por el buen resultado que daba esconder la condición de mujer.

Es repugnante que ya en el siglo XXI sigamos con estigmas tan casposos, aberrantes discriminatorios y carentes de todo sentido de equidad y justicia.  Es evidente que todo ello pasa por una educación en igualdad de género, donde hombres y mujeres seamos diferentes cualitativamente, sí, pero al mismo nivel e iguales en derechos, porque intelectualmente no hay nada que nos haga distintos. Las diferencias que nos caracterizan no están dentro de un sistema escalonado en el que han de ponerse en los peldaños altos las cualidades típicamente masculinas y en los peldaños más bajos las femeninas, sino que forman parte de una estructura de planicie donde no hay niveles superiores ni inferiores sino cualidades que suman, se complementan y cada vez se acercan más. Marcamos a nuestros hijos atribuyéndoles roles masculinos o femeninos que deben de tender a desaparecer, pues sólo nos diferencia la anatomía y, si acaso, la fuerza del cazador, pero ya no es necesario ir a la caza del venado ni vivimos en una sociedad cavernícola. También hay que empujar para que la gestación y el parto, atributos biológicos de la mujer, no se extiendan a la crianza predominante de los hijos y constituyan un freno para el desarrollo intelectual, laboral y social de las mujeres. Madres y padres hemos de asumir los cuidados de los hijos y terminar con la discriminadora costumbre de que quien sacrifique su horario y estatus laboral, e incluso su propio trabajo fuera del hogar, sea la mujer. Aún existe una grandísima desigualdad en este campo que, en muchas ocasiones, es muy difícil de cuantificar porque forma parte de la intimidad del hogar. El propio lenguaje es claramente machista. Difícil es cambiarlo de golpe, pero responsabilidad de todas las personas es fijar la atención en ello y usar un lenguaje más inclusivo y rico en genéricos en lugar de alusiones directas al masculino para representar a todas las personas.

Hay muchas mujeres en el mundo –poquísimas en relación al porcentaje de población que la mujer representa- que lograron abrirse paso en un mundo de hombres pese a tener que saltar muchos obstáculos; quizá fueron valientes, quizá tuvieron ayuda, quizá las condiciones les fueron más favorables, pero son infinitas las que se han quedado en el baúl de lo ignoto habiéndonos perdido -tanto mujeres como hombres- el fruto de sus obras caso de haberles dejado abrirse paso sin dificultades y haciendo uso de su valía intelectual en igualdad, sin humillaciones ni injusticias, en un mundo equilibrado donde el intelecto de las personas no se mida por su género y donde quien analice esos parámetros no sea un séquito de hombres sino de personas en equilibrio.


Ángeles Fernangómez fotografiada por Pilar Escamilla

Ángeles Fernangómez es una poeta y narradora leonesa residente en Madrid.

Cursos de Periodismo, Poesía y Literatura creativa. Creadora y Coordinadora del Grupo de Encuentros poético-artísticos Poética en GredosCofundadora de la Asociación Versos Pintados del Café Gijón (pintores y poetas). Organización y Coordinación de Ciclos como La Literatura Temática.

Publicaciones en revistas: Alkaid, R.Universidad Quintana Roo (México). Visítame Magazine (N.Y.) entre otras. Un buen número de colaboraciones en antologías (poesía y relato), tales como: 50 poetas contemporáneos de Castilla y León, Encuentros en Sambara, El Quijote en el Gijón, En una Ciudad Lineal, Versos Pintados, La mujer en la poesía hispano-marroquí, Filando cuentos de mujer, Amor se escribe sin sangre…

Coautora de Guiones e interpretaciones de Performances literarias: Profanando la letra, diálogos a cuerpo abierto o la de, Sylvia y Anne, oscuras novias conspiradoras.

Publicaciones en solitario (Poesía): Chupitos Poéticos (Poesía breve 2011-Edit.: Los Libros de Umsaloua) y Poemarios Papel Albal (2016) y Ven a mi burdel (2021), Huerga y Fierro Editores.

Finalista premios:  “I Certamen Jirones de Azul”, “Premio María del Villar” o Certamen “Les Filanderes”.

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