
Yo sólo quería unas tarjetas agradables al tacto, elegantes y todas esas cosas. El de la imprenta me enseñó unas letras en bajorrelieve que me gustaron. Para lo de la ubicación de la oficina yo tenía claro que lo mejor era poner un plano al dorso pero quedaba tan soso, y se nos ocurrió que a lo mejor poniendo el planito también en bajorrelieve pues…. Y sí, mejor quedaba, pero algo ocurrió. No sé qué pero algo.
Cuando me trajeron las cajas con las tarjetas no se notaba nada pero a la mañana siguiente... «no sé ni cómo explicarlo», como cuando dejas una galleta flotando en la leche... engorda….Algo así. Ocho o diez aun estaban en la caja y las otras desperdigadas por sus alrededores.
Así, de momento, una curiosidad más. Daríamos tarjetas gordas. Quién sabe, puede que un nuevo estilo.
El primer problema serio me tocó a mí aunque no lo entendí hasta mucho después: De las que me guardé en el bolsillo, una de ellas a media tarde estaba empapada, las demás no, o sólo se habían mojado por mero contacto pero aquella rebosaba agua. La miramos por todas partes y lo único que se nos ocurrió es que la guardé ya mojada y con esa explicación nos conformamos. La dejé sobre la mesa y parece que se fue secando.
Dos días después, las tarjetas habían engordado más y a los cuatro días eran del espesor de un periódico, algunas llegaron a alcanzar el de la guía de teléfonos. Cuando vi lo que estaba ocurriendo llamé al impresor pero no supo qué decirme. Yo dejé de repartir tarjetas, las guardé bien cerradas en un cajón y ni una más. No me atreví a tirarlas a la basura porque a saber dónde podían ir a parar y destruirlas tampoco porque aquellas cosas que estaban ocurriendo, en algunas, si mirabas bien, veías como pequeñas sombras que se desplazaban por ellas, pero no errantes sino yendo decididas de una a otra parte. Otras olían mal… Y vinieron a pedirme tarjetas gentes que nunca habían pasado por la oficina, pero se había corrido la voz de que algo ocurría con ellas y clientes de muchos años que no las necesitaban para nada vinieron a pedirme, alguno casi enfadado por no haberle llamado y diciendo que para una vez que las tarjetas… ¿que cómo a él, cliente de tanto tiempo, no…? Y yo no sabía qué decir…
La tarjeta que había dejado a secar seguía manando agua de modo que ya había hecho un charco respetable al pie de la mesa. Con ella empezamos a aclarar el misterio: El agua salía de la fuente que estaba dibujada (¿dibujada?) en medio de la placita. Claro, en mis tarjetas pusimos una placita con fuente porque es lo que hay al empezar la calle. Sólo que la fuente de mi tarjeta es tan real como la de verdad y alguien ha roto el grifo, no cierra… he puesto la tarjeta en la bañera y ahí no causa problema pero… lo del mal olor son bolsas de basura. Lo descubrimos poniendo una de las tarjetas en un microscopio: están habitadas. Por alguna razón esa pequeña copia parcial del barrio, tiene habitantes a su escala y claro, bajan la basura, pero como la calle no está trazada del todo el camión no viene a recogerla.
Lo lógico sería que en todas las tarjetas ocurriera lo mismo pero no es así. Cada una tiene sus particularidades. La fuente solo está rota (que sepamos) en una. Huelen mal unas cuantas. En dos o tres debe ser siempre domingo porque se oyen las campanas de la iglesia todo el rato y hemos encontrado otra donde alguien hace sonar una bocina insistentemente porque la fila no avanza… ocho o diez coches más adelante se acaba su mundo.
Nadie me ha explicado de dónde pueden haber salido estas …¿personas?... Algunos dicen que de mis sueños.
Por ver si ocurría algo, colocamos cuatro tarjetas de forma que prolongasen sus calles de una a otra y la cuarta con la primera de modo que se cerrase el círculo. la mañana siguiente pudimos comprobar que habían engordado, tenían ya un calibre importante y lo peor es que en una de ellas, el almacén de materiales de construcción estaba abierto y estaban levantando casas nuevas. Tenía de todo: cemento, ladrillos, andamios… En la tercera tarjeta estaba abierta la ferretería.
Seguimos observando durante unos días: al cuarto, el territorio casi se había duplicado y también era algo más alto. Quince días después ocupaba más que un periódico abierto, y ya no hacía falta microscopio, con una buena lupa se veía el trajín de aquellas personitas afanándose en construir ¡encima de mi mesa!
Alguien me llamó para contarme que su tarjeta estaba floreciendo. Me excusé como pude y pedí que me la devolviera pero no quiso. «bajo ningún concepto», —dijo- «Es más ¿me da otra?» . Busqué entre las que me quedaban y sí, una florecía. La coloqué en una esquina de la mesa junto a las demás. Poco después había muchas zonas con grandes pintas verdes que vistas con la lupa, eran macetas, jardineras, donde pequeños tomates, pimientos… Dos días más tarde había una huerta con invernadero y todo y en cada nuevo pedazo que ocupaban había árboles que mirándolos bien se veía que eran frutales.
Un día vi que todos los habitantes estaban juntos en el centro y había como un rumrum de voces, presté atención: estaban en lo que parecía una manifestación «Hace falta que llueva… hace falta que llueva», repetían una y otra vez. Algunos marcaban el ritmo con palmadas. ¿Qué podía hacer yo? Les hice lluvia con una regadera y oí como un «¡Bien!»
Sé que por ahí hay otros con el mismo problema que yo. Algunos me han llamado para recriminarme lo de las tarjetas otros para agradecérmelo.
Nadie me da una explicación. Ahora ya solo viene un funcionario del gobierno cada mes a preguntar cómo va todo y hace un informe o eso creo. Me da igual. Yo tengo que ocuparme de los habitantes de mi mesa y eso hago. No me lleva mucho, una hora diaria o así. Depende de si piden lluvia o que les abra la ventana porque al parecer les gusta un buen viento de tanto en tanto. Les he puesto unas montañas de las que usan los niños en sus trenes y también les hice un lago al que cambio el agua de vez en cuando, creo que les gustan. Ahora están muy ocupados porque algunos han tenido la ocurrencia de hacer un rótulo de Ayuntamiento y han convocado elecciones. Hay uno que dice ser concejal de vías y obras y quiere hacer un aparcamiento subterráneo. Si se pone a cavar me estropea la mesa. Ahora estoy pensado si esos a los que algunos rezan, ese al que Julio llama el pajarito mandón no habrán tenido el mismo problema. ¿A ellos también se les inflaron las tarjetas? ¿Ellos también tienen que hacer lluvias con la regadera?