La suerte es loca y a cualquiera le toca
1
Maruja era una señora normal. Ni guapa ni fea, ni alta ni baja, ni gorda ni delgada. Una persona del montón. Con el atractivo que tienen las personas vulgares. Cara de buena persona, ademanes educados y suaves. Tenía los años que aparentaba, cuarenta y tantos.
Se había casado a los veinte años con su primer novio, embarazada. Su marido era mayor que ella y se había quedado viudo unos meses antes de conocerla. Tenía un hijo de su anterior matrimonio de unos seis u ocho años; un muchachote que mientras era pequeño, podía pasar por mono, pero conforme iba creciendo, era como los burros: de pequeños muy monos, pero cuanto mayores, más burros son.
La vida de Maruja era anodina. Vivía en un edificio grande y sombrío, una colmena, un piso minúsculo, con dos dormitorios y un salón que hacía las veces de cuarto de estar y de dormitorio de la niña, un piso con poca luz en una zona obrera de la periferia. Trabaja en casa y el tiempo se lo pasaba en poner el desayuno a su marido, limpiar, recoger, ordenar, limpiar sobre limpio, ir a la compra, preparar la comida, recoger los cacharros. Esperar a que su marido llegase de la fábrica hacia las cinco. Recoger lo manchado. Y así hasta la hora de la cena en que volvía todo a empezar.
Su marido tenía un temperamento algo violento, malhumorado. En casa no decía una palabra que pudiese estar de más, ni de menos. Incluso, a veces no hablaba, se limitaba a dar un gruñido que con un movimiento de cabeza expresaba todo un pensamiento. Trabajaba en una fábrica de electrodomésticos y estaba en casa lo menos posible. Cuando volvía del trabajo, comía deprisa y salía para echar la partida con otros amigos en el bar, y allí le daba la hora de cenar.
2
La vida de Maruja no era tan normal como podría pensarse a primera vista. Dejó de ser normal cuando hace unos quince años su marido volvió del trabajo y se sentó a comer, igual que cualquier otro día, pero no fue lo mismo. Cuando le puso el plato de macarrones delante y se llevó el primer tenedor a la boca, soltó una exclamación. Esto es una bazofia. Lanzó el plato al suelo desparramando todos los macarrones con tomate por la cocina, se levantó y le propinó una bofetada a su mujer que la tiró. ¡No sirves para nada, ni para hacer una mierda de macarrones¡ Y se marchó de casa dando un portazo.
Maruja se quedó atontada en el suelo, llorosa, aterrada. Nunca se hubiese imaginado que su marido la fuese a pegar. La verdad es que los macarrones le habían quedado un poco pegados, no sueltos como le gustaban a él. Pobrecillo, después de todo el día trabajando ella no había estado a la altura. Tal vez le había amonestado el jefe. O había discutido con aquel compañero que se burlaba de él. Cuando volvió a cenar a casa estaba temblando. Lo había dejado todo impecable, perfectamente recogido. No se notaba ni el más mínimo resto de grasa o de tomate. Y le había preparado una tortilla con esa panceta crujiente que tanto le gustaba. Su marido se sentó en la mesa de la cocina como cualquier otro día y no hizo mención del suceso anterior. Bueno, ni de ese suceso ni de nada. Cuando se acostaron ella trató de acercarse un poco y que notase que estaba dispuesta, pero a los pocos segundos notó su respiración acompasada y profunda.
El siguiente altercado fue cierto tiempo después. Era invierno y hacía frío. Su marido llego a cenar y le tenía preparado un plato de sopa humeante. Fue llevarse la cuchara a la boca y soltar un alarido. ¡Hija de puta, esta abrasando. Me cago en tu puta madre, cabrona¡ Mientras le tiraba el plato de sopa por encima, le dio dos bofetadas que la lanzaron y en el suelo, siguió dándole patadas e insultándola. No sirves para nada, zorra ¡ ni para follar ¡ vaya negocio que hice contigo.
Otra vez fue porque al vestirse, noto que a la camisa le faltaba un botón. La que le montó. Otra porque desordenó el armarito del baño donde guardaba sus cosas de aseo y de afeitar. Pero lo peor era la incertidumbre. Nunca sabía si la iba a pegar por algo o no. Recordaba aquella vez que le había estropeado un polo de verano, lo había puesto por descuido en la lavadora con la ropa blanca y había echado lejía. Estuvo aterrada dos días, sin atreverse a decírselo, hasta que pregunto por él y ella contesto como si nada, le cayó un poco de lejía y se echó a perder; lo he tirado. Eres gilipollas. Fue su única respuesta. Y no pasó nada más.
3
Estas situaciones se fueron repitiendo periódicamente. No tenían un patrón fijo; unas veces era por la comida, otras porque su marido se sentía mirado de forma extraña, porque discutía en el trabajo; siempre le tenían envidia, otras porque sí y otras porque no. El caso es que Maruja vivía en continuo estado de alerta. A veces lo peor no eran los golpes, sino la humillación; la forma en que se sentía. O el miedo; ese sentimiento que siempre estaba con ella y con su marido, como un trio, como una Santísima Trinidad atenazante.
Otras veces discutía con el hijo de su marido y eso desencadenaba antes o después la tormenta.
El hijo de su marido era un niño grande, malcriado y caprichoso. Vago como él solo. Conforme pasaban los años y pasaba de la infancia a la adolescencia y a la juventud, se iba transformando en un ser grande, feo e insoportable. No hacía nada, ni estudiaba ni trabajaba. A veces desaparecía varios días, luego volvía y se encerraba en su habitación y solo salía para comer. La relación con Maruja era nula. Como dos extraños. Nunca había podido acercarse a él, ni de pequeño cuando todos los niños necesitan el calor humano. Era como su padre, distante y huraño.
Conforme pasaban los años, Maruja estaba en un sinvivir. Temía que su hija recibiese malos tratos de su padre o de su medio hermano. Y que la pegasen no sería lo peor. A veces se imaginaba que la violaban, que la hacían daño. Y eso le amargaba la vida todavía más. Por eso, cuando su hija le contó que salía con un chico muy formal que se preparaba para guardia civil desde hacía unos meses y que se quería casar con ella en cuanto le diesen destino, le dio un ataque de alegría. Cásate cuanto antes y vete bien lejos. Y así fue. Unos meses más tarde se casaron y se fueron a vivir a un pueblo a las afueras de Valencia. Y allí se habían quedado. Cinco años después tenían dos hijos y la pobre Maruja solo había podido estar con su hija en los últimos días de los embarazos y en los partos.
4
Maruja pasaba casi todo el día sola. Su única distracción era ir a la compra y a veces, en un bar frente al mercado se tomaba un café con leche. Allí había otras vecinas, madres que iban con bebes o niños de corta edad, otras iban o volvían del médico ya que el Centro de Salud estaba cerca. En ese bar había unas máquinas tragaperras, de esas que tienen una música de reclamo cada pocos minutos. Y siempre había alguna señora echando monedas. Pepe, llamaba una al camarero, pon un café y dame cabio. Pipirivipipi cantaba la maquina como reclamo. Esta calentita y seguro que en la próxima me toca decía la señora a Pepe. Efectivamente, tres monedas después se oía el estrepito del premio. Una música diferente a mayor volumen y el ruido de las monedas al caer en la bandeja metálica. Buup Buupp Pipirivipipi tran tran trannnnn. Joder Tomi que suerte tienes. Ya van dos esta semana.
Maruja miraba distraída mientras tomaba su café y asistía a esa fiesta en la distancia. La tal Tomi, una señora de cincuenta y tantos años, con un fuerte olor a tabaco impregnado en la ropa, un poco ordinaria, vestida con una camiseta un poco ceñida para su edad, con pantalones vaqueros y un chaquetón, no cabía en sí de alegría. Si no fuera porque me he gastado el doble del premio estaría más contenta. Chica, no vas a ganar siempre; deja algo para las demás. Maruja asistía a esta función cada vez más intrigada y curiosa. Se fijó que se metían monedas de un euro en una ranura y se daban a unos botones. En la pantalla había tres filas de frutas que según la alineación, tocaba más o menos o no tocaba nada, que era lo más frecuente.
Sin darse cuenta, cuando la maquina se quedo libre, introdujo un euro en la ranura y dio al botón. Aparecieron tres frutas diferentes a la vez que sonaba la maquina con su Pipirivipipi. Cuando se quiso dar cuenta, había terminado con todas las monedas que tenía sueltas y había pedido cambio al pagar el café con leche y siguió jugando hasta que …. Sonó el premio ¡ La suerte de la novata¡ dijo inmediatamente Tomi, joder chica que suerte tienes. El primer día y ya te toca.
Las invitó a otros cafés y se pusieron a charlar, que si vivían por la zona. Que como se había puesto el barrio. Que si cuantos coches había. Lo caro que se había puesto todo. Maruja estaba ávida de conversación, no recordaba haberlo pasado tan bien dese hacía años. Por eso cuando se despidió para preparar la comida a su marido, sabía que al día siguiente volvería.
Y así fue, se convirtió en una asidua del café con leche mañanero, de tertulia con Tomi y con Lupe. Y también una asidua de la maquinita tragaperras. Pero, como por arte de magia, pero de mala magia, cada vez sonaba menos la música del premio. Había semanas que no sonaba nada. Al principio no era preocupante; los primeros meses no se dio cuenta que estaba acabando con las pocas perras que tenía ahorradas en casa. Un día se armó de valor y le pidió algo de dinero extra a su marido. Gruñó un poco pero le dejó un billete de veinte euros en la mesa. Con todo, se hizo una experta en hacer guisos baratos. Con un poco de tocino, verduras y unas legumbres aprendió a hacer maravillas. Otras veces compraba carne de tercera y la guisaba con patatas. Así fue poco a poco escatimando, sin darse cuenta, el dinero de la comida para echarlo en las maquinitas.
5
Maruja no podía recordar el día en que pidió fiado la compra en la tienda. Pasó muchísima vergüenza pero todo quedó en nada cuando el tendero, al que conocía desde que se mudó al barrio, le contesto que no se preocupase, que ella era de confianza. Ese día juró que no volvería a pisar el bar.
Pero no fue así. La verdad es que el sonido de la máquina tragaperras la evadía de su existencia brutal y frustrante. La hacía olvidar que su marido la pegaba, que la hacía sentir una mierda. Que hacía varios años que no la tocaba, que ni siquiera se acercaba a ella.
Pronto comprendió que podía pedir de prestado en otras tiendas o en otros puestos del mercado. Total, ella cocinaba con nada. Con diez euros podía guisar para toda una semana.
Cuando se dio cuenta que debía en todas las tiendas del barrio y que ese día no tenía nada con que preparar la comida de su marido, entró en pánico.
En el bar se encontró con la buena de Tomi, la única amiga que tenía. Se sentaron en un banco próximo para que Tomi pudiese fumar a su gusto y empezó a contarle sus problemas mientras unos lagrimones le corrían por las mejillas. No podía volver a casa sin compra. Prefería morirse. Le contó que se había gastado el dinero que no tenía, que debía en todos los comercios.
Que su marido la pegaba. Que vivía aterrorizada y que los únicos momentos en que estaba tranquila era cuando se encontraban en el bar.
Después de desfogarse, de contarle absolutamente todo a Tomi, sintió una tranquilidad infinita. Era más que su amiga, era su hermana. Seguro que ella también era una sufridora y la entendía perfectamente. Por eso cuando de una forma despreocupada le dijo que no era para tanto, se quedó perpleja. Que podía ganar algo de dinero si quería. Que ella le podría enseñarla a hacerlo. Incluso que ella, que Tomi jugaba todos los días durante varias horas sin ningún problema.
Le contó que iba por las mañanas a las afueras, al final de la línea de metro, hasta una rotonda cerca de un polígono industrial y que se ponía allí y que siempre paraba alguien. Maruja no entendió lo que quería decir. Por eso cuando le pregunto que tenía que ver que se fuese a una rotonda con que le dieran dinero, se quedó de piedra mientras su amiga se partía de risa.
Chica pareces tonta, ¿es que aun no te has caído del guindo? Paran señores en coche y les haces un servicio sexual. Vamos, una mamadita.
Pero que dices. Eso nunca lo he hecho. Yo solo he estado con mi marido, y siempre hemos hecho lo mismo, él se ponía encima y ya. Además, quien se va a fijar en mi?
Mira chica, contesto Tomi. Yo lo que sé es que voy casi todas las mañanas y me paran tres o cuatro coches. Ya tengo algunos fijos. Y tú no estas peor que yo. Tienes menos años y mejor tipo. Además el sexo oral es como no hacer nada. Con un preservativo y un poco de maña no duran ni un minuto. Y como mucho te meten un poco de mano y te tocan las tetas, que vamos, no es para tanto a estas alturas, digo yo.
Maruja no se lo podía creer. Le estaba proponiendo que hiciese de puta en una rotonda, a ella. Que no tenía ninguna experiencia de nada. Que solo había estado con un hombre y que los escarceos descontando el primer año, se podían contar con los dedos de las manos.
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No tuvo conciencia de coger el metro, de bajarse en la última parada y enfilar la avenida hasta el final, hasta la rotonda. Durante todo el trayecto Tomi no paraba de hablar y de darle consejos. De explicarle cómo funcionaba el negocio. Mira chica, no te preocupes. Los coches que pasan por allí es a lo que van. Solemos estar varias durante el día. Por la noche no he venido nunca pero dicen que se pone a tope de jovencitas medio desnudas. Mira, hay una tienda de chinos al lado. Son buena gente. Allí compramos preservativos; además, por una propina nos dejan usar el baño y nos guardan el bolso y el abrigo o las cosas que llevemos. Normalmente las cuatro o cinco que estamos elegimos una zona de la rotonda, aunque a veces, nos ponemos juntas para charlar y así se nos pasa el rato más agradable. Alguna va un poco escandalosa, para llamar más la atención, pero creo que no merece la pena. Yo me levanto la camiseta y enseño los pechos con el sujetador puesto. Si no llevase sujetador, me llegarían las tetas a las rodillas. Decía esto soltando una carcajada. Si te parece cuando me venga un cliente conocido le digo que pases conmigo dentro del coche y así ves lo que hacemos. Que de verdad, no es para tanto. Las de la noche, esas sí que trabajan y les hacen de todo. No sé cómo se puede follar dentro de un coche. A mí me sería imposible.
Y así se pegó todo el viaje, que si la rotonda, que si se metían por un camino y allí era donde lo hacían. Que si cobraban 10 euros.
Pasaron varios coches que iban mirando, buscando a alguna mujer que fuera del agrado del conductor. El primer coche que se detuvo era de un asiduo; un señor mayor, de unos setenta años, calvo y con gafas y cuando Tomi le pregunto si no le importaba que subiese su amiga que era novata, se quedó asombrado. Una puta que viene con una becaria ¡ Como me va a importar, incluso me pone un poco cachondo. Al menos mientras me la chupas, me enseñara las tetas, ¿verdad? Maruja paso al asiento trasero y Tomi se puso en el asiento del copiloto, enfilaron por un camino sin asfaltar que salía de la rotonda. Recorrieron cien metros y llegaron a una especie de explanada, cercada por unos árboles y algo de vegetación que terminaba en una nave o caserón abandonado. Mientras mantenían una charla intranscendente, el cliente se bajó los pantalones, Tomi se quedó con las tetas al aire mientras el otro se las tocaba descaradamente y le decía lo buena que estaba. Tomi le acariciaba el pene para conseguir la erección mientras le decía obscenidades. Menudo pollón que me traes hoy, guapo. Así me gustan a mi. Luego le puso un preservativo y agachó la cabeza para meterse el pene en la boca, y con movimientos de sube y baja de su cabeza que iban acompasados al ritmo de los gemidos del cliente, fue haciendo su trabajo hasta que se corrió. Tomi se volvió a colocar las tetas en el sujetador, el cliente de subió los pantalones, pusieron rumbo otra vez a la rotonda. Que guapa, ¿te ha gustado lo que me ha hecho tu amiga? Por cierto, se te ha olvidado enseñarme las tetas. Pero bueno, con los melones de esta ya tengo suficiente. La semana que viene vendré a por ti.
Toda la operación no duró más de unos minutos y otra vez estaban las dos en su parte de la rotonda.
El primer cliente que tuvo Maruja no lo recordaba, no podría describirlo. La verdad es que ni se fijó en él. Como una autómata se subió al coche, llegaron al descampado, se sacó las tetas mientras el otro le metía mano por todas partes, le tocaba los pechos, la entrepierna, le metía la mano por la espalda. Le puso el preservativo tan torpemente que el cliente, le dijo que le hacía daño. Cuidado guapa, que mi polla es delicada. Ya me lo pongo yo y chúpamela con cuidado, que solo tengo una ¡Qué bien, me las has chupado de maravilla! Nunca te he visto por aquí, eres nueva? Tienes unas tetas preciosas. Ya nos veremos.
El primer día Maruja tuvo tres clientes en algo menos de dos horas. Cuando volvían a casa al principio el silencio las acompañó. Maruja se sentía extraña, como si no fuese ella. Como su hubiese cometido un delito. Poco a poco Tomi, entre cigarrillo y cigarrillo, fue facilitando la conversación, como si lo que había pasado en aquel descampado no tuviese importancia, como si hubiesen cumplido el objetivo que las había conducido hasta allí. Oye, pues yo me vuelvo con veinte euros y tú con treinta. Que te parece? Le dijo de una forma clara y directa. Vamos y casi sin hacer nada. Porque tú me dirás, Yo al menos, se la he chupado y me he acostado con tíos que me importaban un pito, y sin cobrar nada. Así oye mira, tenemos para nuestras cosas.
7
Maruja paso por una de las tiendas de comestibles para pagar lo que debía y para hacer algo de compra, y todavía le sobró dinero. Fue directamente a su casa mientras pensaba que nunca jamás volvería a esa rotonda. Bajo ningún concepto volvería a hacer lo que había hecho. Ni Tomi ni el mismo diablo podrían convencerla. Jamás se había sentido tan mal.
Preparó la comida deprisa y corriendo. Un arroz a la cubana que a su marido le encantaba. En cuanto oyó la puerta abrirse y el gruñido de saludo con que se anunciaba, echó el huevo en la sartén. Le puso a su marido el plato en la mesa, todo perfecto. El huevo con sus puntillas, el arroz suelto. El tomate espeso con un poco de orégano, un trozo de pan y su vaso de vino. No esperaba ninguna recompensa, solo que no la recriminase o la pegase por cualquier tontería. Por eso cuando después de probar el huevo, se levantó como una furia hacia ella, la agarró del cuello y la golpeó contra la pared, no lo entendía. Que había hecho mal. No tiene sal ¡ A quien se le ocurre no poner sal en un huevo frito. ¡ mala puta, me has jodido la comida. Y un tremendo bofetón le cruzó la cara. La arrastró cogiéndola por el pelo hasta el cuarto de baño y la metió la cabeza en la taza del váter a la vez que tiraba de la cadena. A ver si te enteras, mala puta, le decía mientras sentía el agua fría que le recorría la cara, el pelo, los hombros. La tenía sujeta de tal manera que no se podía mover. Y así estuvo hasta que la mala bestia de su marido se cansó de humillarla; tirando de la cadena cada vez que se llenaba la cisterna y ella, sintiendo el agua por su cabeza.
Cuando se quedo sola, después de recoger la cocina, se sentó en el sitio de su marido y se puso a llorar. No era un llanto desconsolado como otras veces. Era un llanto aburrido. Un salir las lágrimas por no quedarse dentro de sus ojos. Así estuvo un buen rato hasta que se cansó de llorar. Sin pensar en nada. Cogió su bolso y su abrigo y salió de casa.
Cuando llego al bar allí estaba Tomi y la Lupe. Estaban animadamente tomando un café y jugando a la máquina tragaperras. Hola guapa, donde te has metido que no te hemos visto el pelo. Pepe, pon uno con leche a ver si la animamos, que parece que viene muerta.
Apenas participó de la conversación de sus amigas. Cuando quedó libre la máquina, pidió cambio y estuvo jugando, ganando y perdiendo hasta que se le acabó el dinero. Al salir del bar se despidió de Tomi. Mañana a la misma hora en la boca del metro. La otra, asintió con la cabeza.
8
Ya iba para casi dos años que Maruja iba por las mañanas a la rotonda. Ya tenía clientes fijos. Se había acostumbrado a esa forma de vida. Lo consideraba un trabajo, una obligación. Era otra parte de su rutina, de su quehacer cotidiano. Se comportaba como si tal cosa. Iba en el metro charlando con su amiga e inseparable Tomi. Dejaba sus cosas en la tienda de los chinos a los que saludaba por su nombre. El matrimonio Chen y Liu. Saludaba a las otras mujeres que allí estaban; a veces los días fríos llevaban un termo de café y lo tomaban en vasos de plástico, con alguna galleta o pasta. Comentaban lo flojo que estaba el negocio, o el frio o calor que hacía. Hablaban de sus familias, fantaseaban con el futuro, de platos de cocina.
Tomi era una fumadora empedernida, fumaba continuamente y charlaba sin parar. Siempre tenía alguna historia, anécdota, chiste. Vivía al día y siempre parecía feliz. La economía de Maruja había cambiado por completo. Mantenía el mismo menú espartano al que había acostumbrado a su marido; jugaba a las maquinas todo lo que quería. Además se había aficionado a otros juegos de azar como la Bonoloto o la Primitiva. Ya no tenía esa preocupación por la falta de dinero. No es que ganase mucho, pero tenía para sus pequeños vicios, como ella los llamaba. No le incomodaba hacer lo que hacía. Algo se había transformado en su interior, le parecía extraño que hombres a los que no conocía la eligiesen para un encuentro furtivo. O que le acariciasen mientras le decían lo buena que estaba, incluso la trataban con un cariño fingido que a ella le parecía gracioso. Incluso a veces, le gustaba. Por supuesto su marido nunca se había dirigido a ella de esa manera; ni cuando eran novios, ese corto espacio de tiempo desde que se conocieron hasta que se quedó embarazada; nunca la había tratado como lo hacían sus clientes. Notaba como los excitaba, sentía en el interior de su boca como se corrían a pesar del preservativo. Notaba como se excitaban y la mirada de deseo que les provocaba. En su interior fantaseaba con algún cliente. Se imaginaba cosas. A veces se lo comentaba a su amiga Tomi que le decía sin miramientos, mira hija, déjate de tonterías, aquí solo vienen a que se la chupes, de lo demás, olvídate.
Había un señor mayor muy educado que la buscaba dos o tres veces al mes, le decía cosas agradables y la acariciaba con un cuidado extremo. Era tan comedido que a veces Maruja sentía vergüenza. Podría ser su padre. Siempre iba muy cuidado y limpio, como si quedase para una cita. Y siempre se dirigía a ella con un tono afable, con palabras suaves. Preguntaba antes de hacer cualquier cosa. ¿Serias tan amable de quitarte el sujetador? Es que tienes unos pechos preciosos, te puedo besar en la mejilla, tienes una piel tan suave. Súbete un poquito la falda cariño deja que te vea. A mi edad contemplar estas maravillas es como un regalo del cielo.
Por eso cuando la invitó a ir a su casa, al otro lado del polígono, que no tardarían más de cinco minutos y que luego la traería de vuelta o la dejaba donde quisiese. Que si no le importaba estar con él una hora. Que solo la quería acariciar. Y demás cosas, Maruja accedió, sabía que había mucho loco suelto, pero este señor era un caballero. Durante el trayecto le contó que era viudo, que su mujer había muerto de cáncer hacía cinco años. Que un día accidentalmente había pasado por la rotonda y se había fijado en ella. Que la veía como a una señora normal, no como a esas otras pobres que se exhibían; y que desde entonces se había sentido atraído hacia ella. Habían estado muchas veces juntos y esa proximidad le había facilitado el llevarla a su casa.
9
El piso era mediano. Extremadamente limpio y ordenado. Todo muy pulcro, impoluto. Se notaba que se habían esmerado para dejarlo todo recogido. La típica casa de personas mayores, con muchos trastos y recuerdos por todas partes. Pero todo meticulosamente puesto en estanterías, mesitas bajas llenas de portafotos, varias láminas y litografías enmarcadas en las paredes. Todo muy pasado de moda pero acorde con el único habitante de la casa.
La invitó a pasar al baño y le mostró el dormitorio. Maruja retiró la colcha y los cojines de la cama y se quitó la ropa, se quedó sentada en el borde de la cama en ropa interior mientras él pasaba también al baño. Cuando salió en calzoncillos, notó que se había puesto colonia y eso le pareció apropiado. Echó la persiana para crear un ambiente más acogedor; amablemente la acomodó tumbándola boca abajo en la cama. Sintió como le ponía algo de crema o aceite sobre la espalda y empezó a acariciarla. Primero muy despacio, por los hombros y la raíz del cuello, bajando por los brazos hasta los codos. Se tomaba su tiempo, poco a poco, muy meticuloso tocaba cada fibra muscular, cada tendón de sus hombros y en cada pasada iba aplicando una presión diferente. Estaba notando una grandísima relajación. Nunca le habían dado un masaje. No se imaginaba lo bueno que era.
Siguió bajando las manos y le desabrochó el sujetador y con suavidad se lo retiró. Siguió masajeando por la mitad de la espalda, los músculos a ambos lados de la columna, las vértebras, haciendo movimientos hacia los costados y laterales del cuerpo; subiendo y bajando de vez en cuando otra vez hasta los hombros y la cintura. Cuando llegó a las nalgas, Maruja elevó imperceptiblemente las caderas para que le pudiese quitar las bragas. No sentía pudor ni vergüenza, esos sentimientos los había dejado en la silla junto a su ropa. Se sentía muy tranquila y sobre todo, muy cómoda; estaba verdaderamente a gusto, es más, no recordaba haber estado tan bien nunca con un hombre. De vez en cuando sentía que le caía por el cuerpo más crema. Notó como le acariciaba los glúteos y la parte de atrás de los muslos hasta las pantorrillas y más allá, hasta los pies. Las plantas de los pies que nunca nadie se las había tocado, entre los dedos.
Suavemente le dio la vuelta y comenzó a masajearla los brazos con movimientos pausados hasta las manos, cada dedo por separado las palmas y el dorso, muy despacio siguió por los pechos, primero muy suavemente, con movimientos circulares que abarcaban todo su volumen, luego de forma muy sutil, los pezones. Notó como se ponían erectos. Con los ojos cerrados ella se veía tumbada en esa cama, no se sentía extraña ni incómoda, al contrario, cada vez estaba más a gusto. En su interior se notaba sonriente.
Notó como las manos se centraban en su vientre y bajaban por los muslos. Le acariciaba el ombligo y poco a poco llego a la raíz de sus muslos, sus ingles y un poco más abajo. Se estremeció cuando llegó a su pubis y le tocó el vello. Con mucho cuidado deslizó una mano entre sus muslos y ella los relajó. Los separo lo justo para que pudiese meter entre ellos la punta de los dedos y se dejó acariciar una zona tan íntima que nadie la había explorado. Noto como como sus dedos se introducían unos milímetros en el interior de su sexo, como tocaban con sumo cuidado los labios de su vagina. Se sentía húmeda. Separó más los muslos para que pudiese profundizar y súbitamente noto como un calambre, una sacudida cuando su dedo llegó a un punto recóndito; una zona nunca tocada. Notó como su piel se estremecía. Se le puso la carne de gallina. El dedo seguía moviéndose rítmicamente en aquel punto en concreto mientras ella no quería que parase, necesitaba seguir teniendo esa sensación cada vez más intensa. Noto como le faltaba la respiración, como tenía que respirar más deprisa cada vez.
Notó como le pasaba la lengua por los pezones y seguía bajando hasta su ombligo, muy despacio, a la vez que le seguía acariciando con el dedo en aquel lugar tan desconocido. No tuvo conciencia de cuando dejo de acariciarle con el dedo y empezó con la lengua. En realidad en esos momentos no tenía conciencia de nada, solo quería seguir, estaba deseando llegar a un final incierto pero que el camino fuese eterno. Notaba un calor en su pubis, un calor que le subía por el pecho hasta la garganta, un calor agotador que la hacía jadear y suspirar. Notaba las papilas de su lengua en su interior, como le chupaba y succionaba en esa zona. Notaba un placer extremo que no tenía fin.
En un momento súbito la sensación llegó a lo máximo. Perdió la conciencia de lo que ocurría a su alrededor, de pronto unas oleadas de calor, de una sensación extraña y placentera comenzaron a subir de su vagina hasta el cuello. Nunca había sentido una cosa así, ni remotamente parecida. Noto unas contracciones en su interior, unos espasmos que le recorrían todo el cuerpo. No supo cuánto tiempo duró. La dejó en un estado de postración, de adormecimiento, de dejadez. Una relajación total y absoluta, difícil de asimilar.
Todavía no se había repuesto cuando sintió el peso de él sobre ella y noto como la penetraba con su pene duro, en erección. Lo notó intensamente justo cuando acababa de tener esa tremenda convulsión. Se sintió poseída. Unos movimientos delicados hacían que su pene penetrase suavemente e invadiese todo su interior, poco a poco esos mismos movimientos fueron ganado en intensidad y fuerza a la vez que el ritmo se acompasaba progresivamente más deprisa, Ella enroscó sus piernas alrededor de su cintura mientras con sus brazos le sujetaba para que no se apartase, no quería que parase; se sentía plena; como nunca. No quería separarse de él; cada vez le abrazaba y le atenazaba con sus piernas más fuerte. Al rato, comenzó a sentir de nuevo esa anterior sensación de marea, de olas que subían desde su interior hasta su pecho. Otra vez la piel se le puso de gallina y sintió un gran calor en la cara. Las mejillas le ardían. Entre suspiros y jadeos, dejó escapar gemidos de placer mientras su cuerpo se contraía y se relajaba simultáneamente, con una alternancia espasmódica.
Sintió que había terminado. Esas oleadas habían finalizado. Su amante se recostó suspirando a su lado. Los dos cuerpos sudorosos se relajaron.
Tras unos minutos de silencio Maruja se levantó de la cama, cogió su ropa y paso al baño para arreglarse. Estaba contenta. Mientras se peinaba, y se abrochaba la blusa, se dio cuenta que estaba tarareando una cancioncilla. Se sonrió en el espejo. El baño estaba limpísimo, impecable. Todo reluciente. Pasó de largo por el pasillo y vio como el señor se estaba levantando. Se acercó a la cocina para beber un vaso de agua. Tenía la boca seca. Abrió el frigorífico y escudriñó qué había. En un plato había unos muslos de pollo y en el cajón de las verduras unas zanahorias un poco pasadas, un pimiento y una cebolla. Lo sacó todo. Te voy a hacer la comida, le dijo en voz alta para que le oyese desde la habitación. Te voy a preparar un pollo especial; y mientras troceaba el pimiento y la cebolla, seguía canturreando. Buscó en los armarios alguna especia y encontró un poco de pimienta. Rehogó todo en un cazo y lo puso a fuego lento. ¿Dónde quieres comer? O mejor, ¿dónde quieres que te ponga la mesa? En la cocina. En quince minutos un agradable olor se expandió por la casa.
Cuando se iba, le dio un beso en la frente. Ya nos veremos, dijo a modo de despedida.
Salió hacia el metro como en una nube. Seguía canturreando en voz baja.
De camino compró carne para plancha, la pondría con patatas fritas. No tenía ganas de hacer nada. Cuando llegó a casa se desnudó y se metió en la ducha. El agua caliente recorriendo su cuerpo la transporto a aquella habitación de unas horas antes. Mientras se enjabonaba comenzó a recorrer las mismas partes de su cuerpo que la habían hecho vibrar, los pechos, los pezones, bajó por su tripa hasta su sexo y comenzó a explorárselo como lo habían hecho antes esas manos diestras y cariñosas. Enseguida se notó las mismas sensaciones que la habían gustado tanto.
Tuvo que vestirse deprisa y preparar la comida corriendo porque no se había dado cuenta de cómo pasaba el tiempo. Justo cuando terminó de freír las patatas y el filete estaba en su punto, oyó el gruñido de la fiera de su marido que acababa de llegar.
10
Durante los siguientes días no salió de casa, solo para hacer la compra y tomarse un café rápido en el bar. No vio a Tomi y tampoco tenía muchas ganas. Sabía que se metería con ella y se burlaría por haberse ido con ese señor. Como se lo pasaría a su costa ¡ Se lo contaría a las compañeras de la rotonda¡ Se pasaba el día mirándose en el espejo del cuarto de baño o del armario del dormitorio, se peinaba de una forma, se recogía el pelo de otra, se probaba sus vestidos y miraba como podía arreglarlos para no verse tan dejada. Pero sobre todo, se acariciaba. Estaba todo el día excitada, y se acariciaba. Se acariciaba en el baño, se acariciaba en la cama, mientras recogía la casa, mientras fregaba los cacharros. Hubo un momento que pensó que estaba enferma. Pero sobre todo, se sentía contenta.
Hacía una semana que apenas salía de casa, lo justo para comprar, tomar un café, a veces echaba alguna moneda en la máquina tragaperras pero ya no era de forma compulsiva. Seguía jugando a las loterías y consultaba el resultado en el mismo mostrador.
Teresa, decía siempre a la lotera, mira si me ha tocado algo y dame una apuesta para los botes.
Esa mañana, siguiendo el ritual le contesto Teresa, Oye, aquí hay premio. Tienes que ir al banco a cobrarlo ¡por lo menos te han tocado más de dos mil o tres mil euros ¡
Que alegría, no se lo podía creer. Que suerte.
Fue al banco donde depositaba sus ahorrillos para cobrar el premio. Entregó el boleto y el empleado lo pasó por el escáner. Levantó la vista con cara de incrédulo. Lo volvió a pasar y le dijo con voz entrecortada, señora, quiere sentarse un momento mientras busco al director.
El director, un chico joven vestido con traje y corbata, muy ceremonial se acercó a ella corriendo. Doña María, pase a mi despacho por favor y tome asiento. ¿Quiere un café, un refresco, un caramelo?
Señora, le han tocado casi dos millones de euros. Un millón ochocientos noventa y siete mil para ser exactos. Espero que mientras hace usted los trámites oportunos, nos permita ayudarla para hacer las mejores inversiones. El premio se lo ingresamos en la cartilla y dentro una semana lo tendrá disponible. Si mientras tanto necesita algo de dinero para un gasto extra o un capricho, no dude en contar con nuestro banco, le facilitaremos un crédito especial en unas condiciones muy ventajosas.
Salió de la sucursal bancaria como flotando en una nube. Era millonaria, nunca tendría que preocuparse por nada. Lo primero que hizo fue ir al bar a buscar a su amiga Tomi para contárselo, para celebrarlo con ella, con su única amiga, con su hermana. Cuando llegó le dijeron que hacía días que no iba por allí, cosa rara ya que era una asidua diaria. Un poco extrañada fue a buscarla a su casa y por el camino se encontró con la Lupe, que tampoco sabía nada de ella. Cuando llegó a la casa de Tomi, un edificio destartalado, sucio y viejo. Habitaba en un bajo miserable, donde compartía piso con un señor cojo o paralítico, que iba en silla de ruedas. Allí tampoco supieron dónde estaba. Lo que era cierto es que llevaba varios días sir ir por allí y sin avisar.
Lo primero que hizo Maruja al levantarse al día siguiente, una vez que su marido se marchó de casa, fue ir hasta la rotonda, a ver si estaba por allí o alguna de sus compañeras sabía algo de Tomi.
Cuando llegó se encontró con las asiduas. Nada más verla se acercaron a ella; y todas hablaron a la vez. Que donde había estado, Que qué susto tan grande. La pobre Tomi venga a toser, sin aire, sin respiración; caída en el suelo. La ambulancia. Después que se calmaron todas, Maruja entendió que Tomi llevaba varios días con mucha tos, por lo del tabaco, y que hace cinco días le dio un acceso muy fuerte y perdió el conocimiento. No lo recuperó hasta que llegaron los de la ambulancia. La llevaron al Hospital Clínico y desde entonces no habían sabido de ella.
Que susto, cuando llego al hospital no atinaba con el nombre de Tomi, si, Timotea Expósito García, que había ingresado por urgencias hacía unos cinco días. No, no era familiar, pero era su única amiga. La indicaron una planta, un pasillo, una zona de habitaciones. Jesús ¡ nunca había dado tantas vueltas¡ Por fin llegó a un mostrador donde dos o tres enfermeras rellenaban papeles o albaranes y otras preparaban unas bandejas con pastillas. Cuando preguntó por su amiga, enseguida dejaron lo que estaban haciendo. Una se acercó a ella y le cogió de la mano, mientras otra salía disparada a un despacho contiguo; salió enseguida con dos personas, uno se identificó como el médico que la estaba tratando y la otra como la trabajadora social. Pasaron a un despacho minúsculo, lleno de papeles y ordenadores, y allí le dieron la noticia. Su amiga se estaba muriendo. Al principio pensaron que era neumonía pero al no responder a los antibióticos le hicieron un scanner y apareció el diagnostico. Tenía cáncer de pulmón en un estadio muy avanzado. No habían podido avisar a nadie ya que pasaba casi todo el tiempo adormilada y cuando se despertaba, no sabía de nadie a quien avisar. Le acompañaron hasta la habitación, estaba ella sola, rodeada de pantallas y aparatos llenos de luces ... Un montón de cables colgaban de la cama, otros aparejos, como goteros, sondas, una mascarilla de oxígeno y demás cosas hacían casi irreconocible la figura de Tomi. Se abrazó a ella llorando, la cogió la única mano que tenía libre del aparataje sanitario mientras le acariciaba la mejilla y le susurraba su nombre. Tomi, Tomi, cariño como estas, y yo sin saber nada. No recordó cuanto tiempo estuvo hasta que su amiga abrió los ojos y con un hilo de voz le pidió un cigarrillo. Pero estas tonta, mira como estas por fumar. Sonrió levemente. Tomi, precisamente te estaba buscando. Hoy es un día especial. Me ha tocado la lotería y cuando salgas de aquí nos vamos las dos de viaje, bien lejos. A disfrutar de la vida. A hacer lo que nos dé la gana. Soy rica y quiero compartirlo contigo. Nos vamos a pegar la gran vida. No te engañes, le contestó Tomi haciendo un esfuerzo para pronunciar cada sílaba. No te engañes. Me estoy muriendo. Nadie me ha dicho nada pero lo noto. De esta no salgo. Olvídate de todo. No digas nada a nadie. Coge el dinero y márchate bien lejos. Al cabrón de tu marido que le den.
Cuatro días más duró Tomi. Los dos últimos la sedaron.
11
Maruja había alquilado un pisito en la playa, muy cerca del pueblo donde vivía su hija. Había llegado con lo puesto hacía un mes y se había instalado. Fue una sorpresa para su hija y su marido. Les llamó desde Valencia. Que estaba en la estación, que le dieran bien las señas para coger un taxi. Que no se molestasen en ir a buscarla. Ese día comieron todos juntos, con los niños y les invitó a una paella en un restaurante típico en la misma playa. Les contó casi todo, salvo lo de la lotería y por supuesto, la rotonda, que estaba harta de las palizas de su marido y que había hecho unos ahorrillos y que quería disfrutar de la vida. No venía causar problemas y se iba a instalar junto al mar, en un pueblo próximo al suyo para estar cada uno en su casa.
Se había propuesto hacer lo que verdaderamente le gustaba. Iba a tomar clases de pintura. Invitaría a comer a su hija, su marido y los niños los domingos. Estaría dispuesta si su hija la necesitaba. Pasearía por la playa y tomaría el sol. Y lo demás ya iría saliendo.
En la festividad del Día del Pilar, Patrona de la Guardia Civil había conocido a un sargento del mismo cuartel que su yerno. Un hombre guapo, agradable y ducado, mayor que ella que había perdido a su mujer de cáncer cinco años antes y habían empezado a hablar. Primero se hacía el encontradizo, luego fue un poco más directo, le llevo una cesta de fruta con la excusa de que pasaba por allí y era día de mercado. Qué guapa estas y que piso tan agradable. Cuanta luz y justo enfrente de la playa. Conozco un restaurante aquí cerca que ponen las mejores sepias de la zona. Te invito, si me lo permites, por supuesto.
EPILOGO
Maruja sentada en el despacho del abogado sopesó las posibilidades que tenía. Legalmente el dinero de la lotería era la mitad de su marido. Si le pedía el divorcio o separación sería capaz de no concedérselo si se enteraba del premio, y era cuestión de tiempo que se enterase. Por eso había acudido a ese abogado. Un hombre que tenía fama de mafioso, sin escrúpulos. Así que cuando le dijo que esta conversación no ha tenido lugar y que jamás le había puesto en contacto con aquellos búlgaros que por cincuenta mil euros daban un susto al mismo diablo. Y que solo llevaría su separación si no acudía a los tribunales. Entendió que tenía que actuar con contundencia. La ley de la jungla. Ojo por ojo.
Sonó el timbre de la puerta y cuando la abrió vio a dos hombretones. Uno iba en chándal y el otro con pantalón vaquero y cazadora, con las mangas remangadas que dejaban ver unos tatuajes carcelarios. Directamente le preguntaron si era el marido de Maruja, aunque por la forma en que se dirigieron a él, seguramente ya lo sabían. Cuando asintió con un gruñido y dijo, donde esta esa puta, no le dio tiempo a reaccionar, un puñetazo en la boca del estómago le dejó sin aliento. Le sentaron delante de la mesa de la cocina, le pidieron el carnet de identidad para verificar la firma. Y le pusieron un montón de papeles delante, sobre la mesa. Los firmo sin rechistar mientras uno revolvía por la nevera en busca de cerveza; acabaron con los cinco botellines que tenía y abrieron un paquete de patatas fritas. Con todo descaro se las comieron delante de él mientras tiraban las migas de las patatas y las botellas vacías por el suelo. La casa estaba hecha una pocilga y apenas se notó. Una vez que estuvo todo firmado y los documentos debidamente guardados en una carpeta, el de la cazadora se le acercó y le pegó un tremendo puñetazo en la cara, mientras le decía que se olvidase de sus caras, que nunca les había visto y que no les conocía de nada. El del chándal le recogió a empujones del suelo, de un manotazo apartó lo que había encima de la mesa, boca abajo, le puso encima y una mano como una garra le sujeto la cabeza contra el tablero, con la otra le dio un golpe sobre la espalda para que dejase de moverse, y una vez que lo tuvo reducido noto como le bajaba los pantalones y le abría las piernas a patadas. Se resistió, pataleo, lloro, imploro que no le hiciese eso. Su compañero de la cazadora se partía de risa y le decía algo en un idioma desconocido. No hubo manera. Le arrancó el calzoncillo y noto aterrorizado como le escupía en el ano y como le metía el pene dentro, como le violaba, sintió un dolor espantoso, como si una trituradora loca se le hubiese metido dentro, notaba el desgarro de su piel, oía las risas de esos hombres. En un momento que se puso a gritar, la mano que le sujetaba la cabeza de desplazo hacia el cuello y le atenazo de manera que no podía hablar, gritar, ni respirar. Cuando se marcharon tenía el culo dolorido, todo el cuerpo magullado, estaba llorando de rabia, de ridículo, de miedo. Lo que le habían hecho a él, que era tan hombre, tan macho.
¡Que no tengamos que volver¡
FIN
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