miércoles, abril 24 2024

EL VÓRTICE by Scarlet Cabrera

«Parece que solo puedes tomar una decisión,
Charles, y parece que ya la han tomado por ti»
Citizen Kane

La luna se colaba por las rejas del ventanal. Ifigenia permanecía como una estatua en el dormitorio.

—Si creyese en Dios, este sería el momento para rezar… —Su voz gemía lastimándole la garganta, demasiados días enmudecida, no había despegado los labios desde la última vez con el doctor, hacía una semana, un mes ¿Dos…?

A través de aquella mascarilla, lo recordaba como un ventrílocuo de cera.

Todo comenzó con la espantosa pesadilla.

Se vio a sí misma completamente desnuda rodeada por inmensos volcanes en erupción.  A su alrededor, ríos de lava corrían unidos a vientos huracanados cuyo torbellino fue creando candentes círculos cada vez más agresivos, ojo del huracán envolviéndola hasta crear un oscuro vórtice núcleo que la hizo centro en su circunferencia.

El tiempo dejó de ser medible, nada podía ser cuantificado. Su piel transmutó a material inorgánico deshaciendo la forma humana metamorfosis deformándola en una tira que se fue alargando infinitamente hasta convertirla en una especie de hebra flexible y muy resistente como si fuese de polietileno.

Posteriormente, un impulso irrefrenable la lanzó dentro del agujero cayendo en un abismo cuyo final fue el horror de sentirse nuevamente humana pero en otro planeta.

Al despertar, respiró profundamente alegrándose al comprobar que había sido un mal sueño, bueno, pensó, eso es lo que puede ocurrir cuando se toma como lectura antes de dormirse a un libro como 1984 ¡Con tantas ganas de terminarlo! Una novela única para una pesadilla distópica. Sonrió.

Se apresuró a prepararse e irse al trabajo. Experimentaba una sensación indefinible, se sentía agotada y ni siquiera había iniciado su rutina. Terminó de arreglarse y se fue camino al metro.

Le llamó la atención que los transeúntes estuviesen con mascarillas y como respuesta, presumió que posiblemente se trataba de un conjunto de pacientes que vendría acompañándose desde el hospital.

El asunto se complicó cuando unos policías la detuvieron y comenzaron a interrogarla.

—¿Dónde está su mascarilla?

—¿Mascarilla? Ah, ya entiendo, yo no formo parte de ese grupo de pacientes. Estoy camino al metro para ir a mi trabajo.

—¿Pacientes? ¿De qué está hablando? La mascarilla es obligatoria y usted no la tiene y además, está alegando desconocimiento. Le tengo que poner una multa.

—¿Multa? No he hecho nada, la verdad, no entiendo de qué está hablando.

—…y además, se está burlando, no lleva mascarilla y no ha respetado la distancia reglamentaria. Son 300 €.

—¡300 €! ¿Cómo se le ocurre? No tengo idea de lo qué habla ¿Distancia reglamentaria? Ustedes no son policías, seguro están disfrazados y esto es una broma de mal gusto que estarán grabando para luego subirla en YouTube. No estoy para juegos, así que quítense del medio y déjenme seguir que voy a llegar tarde.

 —Está detenida, tiene que venir a la Jefatura.

—No pienso ir a ningún lado, quítense del medio —y llena de ira, le metió un empujón al funcionario que tenía al frente quien enfurecido la tiró en el suelo, le puso las esposas amarrándola como a un animal a medida que solicitaba ayuda por radio y para llevársela detenida.

Ifigenia pateaba, gritaba, mordía, escupía, insultaba, se retorcía. La metieron a la fuerza en la unidad mientras las personas que se habían quedado observando el espectáculo le daban la razón a la policía tildándola de salvaje y demente.

Rumbo a la Comisaria, Ifigenia continuaba gritando y pateando desesperada por soltarse para abrir la puerta y huir pero fue imposible. Le levantaron cargos y la encerraron en una celda solitaria y fría.

Recordó las películas y vociferando, recalcó que tenía derecho a una llamada y a un abogado. Nadie respondió, finalmente, extenuada, se sintió desvanecer.

Cuando abrió los ojos, una mujer policía le estaba trayendo un bocadillo y un té. Al verla tirada en el suelo, pidió ayuda. La reclusa estaba más pálida que un papel, con fiebre y completamente aturdida.

No sabe cuánto tiempo pasó solo recordaba que la colocaron en una camilla, le pusieron oxígeno y desde ese instante, absoluta oscuridad.

En algunos instantes, revivía y al percatarse que estaba llena de agujas, gomas y tubos intentaba quitárselos e inmediatamente, venía una enfermera y la inyectaba. El sopor la invadía y otra vez, la densa tiniebla la ataba a la cama del hospital.

Una mañana despegó los párpados. Ya no tenía instrumentos encima pero sabía que seguía hospitalizada. A los pocos minutos, se apersonaron a la habitación cinco doctores y dos enfermeras. Se sentía tan débil.

—Nos alegra mucho ver que ha despertado, felizmente, ha salido del COVID aunque es muy pronto para darle de alta.

—¿Del qué…? —preguntó casi susurrando.

—Ha estado hospitalizada porque tuvo muy enferma por el virus del COVID —puntualizó el doctor.

—¿Qué es eso del COVID…?

Los doctores se miraron entre sí y sin agregar nada, hicieron una seña a las enfermeras abandonando la habitación.

Ifigenia estaba muy confundida. Poco a poco, las imágenes del escándalo con la policía, su encarcelamiento, locura tras locura aparecían en su desgastado pensamiento laberinto que no podía hilar nada coherente.

No sabe cuánto tiempo había transcurrido hasta que llegó otro doctor.

—Buenas tardes. Soy el Doctor Rosebud.

—¿Rosebud? ¿Cómo el Ciudadano Kane?

—¿El Ciudadano qué?

— Kane, la obra maestra de Orson Welles.

—No he leído ese libro.

—Hablo de la película.

—No la he visto.

—Ah ok, no pasa nada —dijo con desgano, pensando que seguro era de esos doctores ensimismados en su trabajo a quienes no les interesa el arte.

—¿Me puede decir su nombre?

—Me llamo Ifigenia Mendoza Jiménez.

—Muy bien… ¿Me podría decir qué recuerda antes de ser hospitalizada.

—Sí. Tuve un gran problema en la calle con la policía porque querían obligarme usar mascarilla como si estuviese enferma. Al principio creí que se trataba de una broma ya que ellos mismos y varios transeúntes también estaban enmascarados pero de pronto, me dijeron que el asunto iba en serio y como me enfurecí, me esposaron y luego me levantaron cargos y me pusieron presa, luego ya no recuerdo mucho.

—…y ¿Qué recuerda antes de ese evento?

—Recuerdo que había dormido mal porque tuve una pesadilla terrible, presumo que motivada porque me dormí leyendo 1984.

—¿1984?

¡Qué doctor más ignorante! Hizo una pausa antes de responder.

—1984, la famosa novela de George Orwell.

—No la he leído, de qué trata.

—De una sociedad dis-tó-pica —agregó muy lentamente con suma ironía considerando que tampoco sabría qué significaba sea palabra.

—Mejor sigamos con el sueño.

Ifigenia explicó detalladamente aquella pesadilla inolvidable.

—¿Ve alguna relación entre su sueño y lo sucedió después?

—La verdad no entiendo su pregunta ¿Qué relación puede haber entre un sueño y el atroz encuentro con policías desequilibrados. Supongo que me habrán levantado los cargos.

—Sí. Aunque procedieron acorde a la ley, levantaron los cargos considerando que su comportamiento era consecuencia del COVID.

—¿Acorde a la ley? ¿Qué ley es esa que permite que acosen al ciudadano y lo torturen, además de qué va eso del COVID, es la segunda vez que me hablan de lo mismo.

—Es el virus por el cual toda la humanidad está usando mascarillas como medida preventiva ¿No recuerda lo qué ha estado sucediendo?

En ese momento, esbozó que podría haber una explicación poco convencional para comprender qué había detrás de lo que estaba pasando y de una, se aventuró a retomar a la pesadilla y su contenido tan particular,  sentir en carne viva el proceso de la transmutación al entrar al vórtice junto a la poderosa sensación de haber arribado a un mundo paralelo muy parecido al originario pero absurdo. Al ver la expresión en los ojos del doctor, se desanimó completamente.

—Supongo que nunca habrá escuchado sobre esos temas, Físicos, Mundos Paralelos, Agujeros de Gusano, otras dimensiones…

—Sinceramente no aunque lo importante aquí no soy yo sino usted. Observo que hay una profunda negativa a aceptar la realidad, disociación del pensamiento típico de una crisis psicótica, eso es comprensible. No se preocupe, la magnitud del virus tiene afectada a la humanidad entera en diferentes niveles porque la pandemia todavía no ha sido controlada. La parte positiva es que estoy dispuesto a ayudarla.

—¿Ayudarme? ¿Usted? ¿El doctor más ignorante que he conocido en toda mi vida? Me pide que no me preocupe, le parece “normal” lo de las mascarillas, legal la agresión de la policía, su apellido es “Rosebud”, tiene como 85 años y no sabe quién es el Ciudadano Kane ¿No le parece, como mínimo, raro? y ahora para completar, resulta que hay un virus invencible en pleno siglo XXI, no obstante, mi explicación del vórtice le parece una negación psicótica —primero la policía y ahora usted, nada de esto puede ser cierto, estoy que segura estoy en otra pesadilla ¡Estoy en 1984!

—¡Tranquilícese! No está en 1984, está en el 2020.

—¿En serio? No me diga —respondió irónicamente pero el doctor lo asumió literalmente.

—Cálmese. No pasa nada si no sabe en qué año estamos, no se preocupe.

—No me da la gana de calmarme, usted está loco, todos están locos  —en ese momento, entraron las enfermeras y la inyectaron. Nuevamente el mareo y aterradora penumbra.

Casi amanecía.

La redondez de la luna iba desapareciendo y las amarras de la camisa de fuerza apenas la dejaban respirar.

«Despiertos o dormidos,
trabajando o comiendo,
en casa o en la calle,
en el baño o en la cama,
no había escape.
Nada era del individuo
a no ser unos cuantos
centímetros cúbicos dentro de su cráneo.»
1984

Scarlet Cabrera

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