Hoy me tira la espalda y estoy saliendo de la bronquitis. Los días feos son de esta manera, nos levantamos cruzados y el viento de fuera, parece que existe pero está en nuestra imaginación. La galería de contenidos de las plataformas tal vez intentan consolarme, pero los animalitos humanos somos correosos si el día se presenta esquivo.
Está claro, que no debo subirme a un avión y fumigar grandes extensiones del medio oeste americano, ni preparar las bombas en una vieja carlinga de la fuerza aérea ucraniana y esquivar al oso ruso para dejarlo fiambre y regresar a casa. Ni tampoco dirigir mi barco por el Amazonas con una carga de azúcar en sacos de arpillera para entregarlo a 30 Km más arriba. No, ni siquiera ser una coqueta prostituta que prepara las diez horas del club (léase clab) pues su macarra de vista de lince tiene que pagar la cuota del coche que le lleva como un quinqui por el centro de Madrid. Ni tan siquiera afeitarme para relucir y entrar al plató de la tele turca para filmar varios capítulos que durarán hasta las tres y después irme de copas para caer en la cama roto.
No, nada de esto debo hacer, tan solo teclear en este portátil y dejar que mi cabeza se jeringue una idea o una ficción. Como la de anoche en un sueño que trabajaba para habilitar un asilo de ancianos y sentía orgullo de estar acabando.
—¿Me oyes? —Dijo la encargada. Si —respondí.
— Aquí le falta un toque de pintura. —señalando con el dedo, mientras mostraba a sus dos trincheras antes de dejar escapar sus dos inmensos senos al descubierto.
Mi sueño se alteró y desperté. ¿Dos tetas y un asilo de ancianos? —pensé. Nada me puso tan lejos de aquella alegoría de masculino. Nada. Decidí levantar el móvil. La red zumbaba por la última reconciliación de la Tamara y su chico. Eran las tres. Deje a un lado todo y me di vuelta. Tal vez el siguiente sueño fuera de algodón y azúcar.
Tal vez.
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Bueno, soñamos que no es poco. Mientras no sean pesadillas…