
Imagen tomada de Pinterest
Incrédula salto al vacío por la línea más sutil de una serpentina
que es azul o roja o verde y cobra los colores primarios del arcoíris.
Entonces, me pregunto por qué no creo en la caída de los cuerpos si soy uno de ellos.
Me ato a la cuerda del tedio que es la vida y permanezco allí
sentada en el borde del tejado para ver volar algún gorrión.
Hay signos de tormenta. El sol se oculta entre las nubes y anochece.
Tengo la llave de mi casa en la mano. Quiero entrar. Resbala. Cae…
Pero los recuerdos
diciéndome en susurros lo poco que he vivido
amarran mi pierna al borde del tejado para no verme caer.
¡Como si fuera tan fácil andar sobre tejas mojadas!
¡Como si fuera tan fácil desafiar la lluvia!…
Y llueve.
Atrapo la sábana por una de sus puntas coloreadas
y me tiño de azul o rojo o verde, igual que el paisaje de una historia cualquiera.
Entonces, abro la ventana y toco la tormenta de la incredulidad en su apogeo.
Me ato a la memoria que insiste en confesarme todo lo que he sido y así
la tentación de volar como un gorrión es tan grande como la caída.
Hay signos de eclipse. El sol se oculta tras la luna y oscurece.
He perdido el camino de regreso en las sombras de la noche…
Pero los recuerdos
haciéndome creer que mi equilibrio es perfecto
colocan de nuevo la llave en el borde del tejado para verme entrar.
¡Como si fuera tan fácil correr la suerte de los gatos!
¡Como si fuera tan fácil detener el tiempo!…
Y llueve.
© Rosa Marina González-Quevedo
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