
Fotograma modificado de la película LA MULA
El mozo no había salido nunca de la aldea, a lo sumo un par de veces cuando acompañaba a su padre a las ferias cercanas a vender ganado. Allí quedaba extasiado por el bullicio de las compras y ventas, las colas que se formaban delante de las pulpeiras con sus brillantes calderas de cobre, o del ciego que con voz monocorde desgranaba, señalando en grandes y raídos cartelones, las viñetas de las truculentas historias de Pedro Botero o de los crímenes del “lobishome”.
Así transcurría su vida limitada a hablar con sus bestias, acariciar la testuz peluda de su vaca Marela y llevar el rebaño de carneros a los pastos próximos.
Asistía esporádicamente a la escuela, que distaba unos cinco kilómetros, por las estrechas “corredoiras”. Por supuesto que en cuanto las labores primaverales lo requerían abandonaba, como casi todos, la enseñanza para volver a iniciarla en el siguiente otoño. De esta forma, a trompicones, llegó a leer torpemente y garabatear penosamente unas líneas.
Un buen día le llegó una carta. Aquello le sobresaltó.
- ¿Quién puede saber de mí y menos acordarse de escribirme? - Pensó.
Aquello era extraordinario ¡tenía una carta!. La ilusión se moderó un poco cuando el cartero le aclaró:
- ¡Xoán, el ejército te llama!
Bueno de todas formas, al menos temporalmente, se libraría del trabajo agrícola y vería mundo.
Llegó pues el día señalado y vistió sus mejores galas, una camisa blanca abrochada hasta el último botón, un pantalón de pana marrón y una zamarra comprada en una de las ferias. Todo completado con la boina y las zuecas. En una vieja maleta llevaba una muda limpia, unos calcetos de lana, que había tejido su madre, y un poco de dinero.
El coche de línea lo trasladó a la capital y al poco, nervioso y confuso, entraba en el cuartel del Regimiento de Caballería donde había sido citado.
Las siguientes semanas transcurrieron rápidamente en su adaptación a la vida militar con apenas tiempo para pensar. Le gustó el uniforme y las botas con polainas que en su opinión le daban un aire marcial. Le agradaba el rancho que tenía más variedad que la comida de casa.
Al poco tiempo le asignaron una vieja mula que ya había hecho muchas milis. Se sintió privilegiado, poder cuidar de un animal como lo había hecho toda su vida en la aldea y los dos congeniaron muy bien.
Ansiaba dar la noticia a sus padres y un buen día pasó por el cuartel un fotógrafo de la ciudad que hacía su agosto entre los nuevos guripas.
No perdió el tiempo y se hizo retratar con su compañera. Al cabo de una semana en la apartada aldea la familia recibió una carta. En una hoja de cuaderno rayado se leía lo siguiente:
“Queridos padres espero que al recibo de la presente estén bien de salud, yo un regular. Aquí me tratan muy bien y la comida es buena. Me han dado una mula para que la cuide. Es buena y me sigue a todas partes. Les mando foto con ella.
Con cariño de hijo.
Xoán.”
En la fotografía se podía ver al mozo con su mula. En el reverso con la mayor candidez y ternura el siguiente texto:
“Aquí me ven con mi mula. El de la derecha soy yo.”
José Carlos Pena sobre un relato de Dositeo.
1 Comments
También por secuestro legal, conviví yo con esas criaturas híbridas, hostiles y resabiadas. Qué malos recuerdos. La mía se llamaba Tertulia.