
¿Emoción? Mejor hablar de emociones, pues fueron más de una aquellas que sentí. O tal vez una sola, enorme, poderosa, inmune a la epidemia del febril desasosiego que contagia de mediocridad a aquellos que poco saben sentir. Una gran emoción, sí, al escribir, en silencio, las páginas de esta novela que ha quedado editada bajo el título de Amanda.
Escribiéndola he gozado de grandes momentos; el mejor ha sido el de poder transformarme en mis otros «Yo» para vivir en la piel y en el aurea de cada uno de los personajes… (OJO: iba a decir «de mis personajes», pero habría cometido un error imperdonable por negarles el derecho natural que tienen de ser libres).
¿He vivido junto a ellos? No, he vivido en ellos, en cada una de sus pulsiones y sombras del subconsciente, en cada latido de sus corazones. Ellos me han hablado al oído y confesado sus más íntimos secretos; me han hecho partícipe de sus sentimientos más fuertes, de sus pensamientos más lúcidos y también de aquellos más sombríos. He andado con ellos por intrincados senderos de un bosque gobernado por las meigas y visitado a la bruja de Torbeo; hemos bebido juntos un Martini-Dry en la barra de un lujoso restaurante habanero y tomado un vino en una vieja cantina de la Galicia profunda; hemos navegado en trasatlánticos y pernoctado en casas deshabitadas; hemos tomado té con galletas kosher; hemos bailado en el plató de un estrepitoso escenario; hemos rodado una película en la marquesina del Hotel Saratoga y cantado boleros, acompañados al piano por un excéntrico Bola de Nieve…Y sobre todo, hemos estado a la escucha de los chamanes de luz, esos que hablan de la rueca que siempre gira, esos que saben hilar las finísimas coordenadas del Universo infinito y atemporal para construirle un templo a la trascendencia.
Debéis perdonar mis repetitivas locuciones conjugadas en pretérito perfecto, pero ya sabéis que la Gramática, más que tediosa asignatura escolar, es materia viva. Y es que no encuentro otra forma de expresarlo: lo que HEMOS HECHO los personajes y yo está referido a un pasado vivo en el presente. Ellos, actores que ponen en juego sus cinco sentidos para operar en una trama que anhelo creíble. Yo, escriba, torpe copista que traduce en blanco y negro las acciones de sus actores.
¿Placeres? ¡Todos los que podamos imaginar! He sido su partera; les he visto llorar, reír y tocar con sus tiernas manitas el perfil de mi cara marchita en madrugadas de insomnio. Les he arropado, acurrucado, mecido y cantado canciones de cuna. Y en este ambiente maternal, espero haber sido una buena nodriza y haberles dado el néctar vital suficiente para que puedan continuar andando por los trillos de la vida. Estoy satisfecha, sí. He cumplido mi misión: los he puesto en el camino.
Claro, también como hacedora de puño y pluma en mano me he visto irremediablemente obligada a decidir su suerte: el cuándo, el cómo y el hasta cuándo debían existir en la trama de esta novela. (¡Menuda responsabilidad esta de tomar decisiones ajenas!)… Sin embargo, estoy convencida de que ellos, los personajes de Amanda, están vivos y son felices, pues vosotros, lectores y amigos, les tenéis y tendréis a vuestro cuidado para velar sus mejores sueños.
©Rosa Marina González-Quevedo
