viernes, abril 19 2024

Relatos falaces —9 by Félix Molina

Aborrezco con todo mi ser la música celestial de la vuelta a casa, en la noche. El conglomerado de parejas que se besa para despedirse, o bien continúa la constelación del ósculo en la tiniebla, al paso de las vendedoras furtivas del amor. Yo meramente abro mi paraguas y me envuelvo en la oscuridad. A veces el camino se hace inesperadamente largo, sobre todo porque la lluvia del verano parece más pesada y las bocanas de las salas de conciertos o del cine están desiertas. Inevitablemente tengo que recurrir al taxi, siempre desagradable, por lo angosto del espacio, lo incierto del destino y, sobre todo, la necesidad de la conversación.

En esta ocasión recurro a un vehículo de la gama alta —un Mercedes, creo—, simple capricho, fácil de satisfacer en la ciudad. El taxista muestra la cortesía habitual —boa noite, a pesar de la madrugada incipiente—, aunque a los pocos minutos revela un detalle encantador: apenas habla. Los escaparates mojados se ofrecen más inocentes y la mácula de tristeza estival nos hace más jóvenes. Al contrario que en el invierno. Hay otras nubes de gentío en plena despedida, porque ha terminado el último gran espectáculo y los lejanos fuegos artificiales, ya casi una costumbre, se empeñan en encaminar a todo el mundo hacia sus respectivas y oportunas oscuridades.

Yo vuelvo la atención hacia mi habitáculo móvil y descubro otra novedad, un vago y muy grato olor a trufas y champán, acaso leve traza, insustancial, del paso de otro u otros caprichosos por aquí. O de una pareja que abandonó la danza ambulante del beso y provocó el sonrojo del conductor, todavía silencioso aunque expectantes sus ojos en el retrovisor, sin duda irrecuperado de tanta expansión. En la noche todo es posible.

Confieso que el silencio, cuando se comparte entre dos, puede llegar a hacerse, con todo, insoportable. En la mente rastreo temas posibles para una conversación que habrá de durar muy poco. El tiempo meteorológico, siempre oportuno, es sin embargo deleznable. En los deportes no ando muy ducho: puedo fallar en un nombre, un resultado o una fecha y la consecuencia más inmediata sería el ridículo gratuito ante un desconocido. La política es perniciosa y conlleva un inconveniente acaloramiento, que acaso sólo podría zanjarse con el dislate de la propina.

Pienso también en otra posibilidad: el abandono. Abrir la portezuela cercana a mí mientras el taxi circula más lentamente, dejarme caer por una avenida iluminada o un cerro urbano. Liberarme de esta opresión de un modo doloroso, pero eficaz… ¿Y que el conductor piense que quiero irme sin pagar?

Llega de la radio en ese momento una música salvadora (oh, la musique avant toute chouse), y siento como un renacimiento: he aquí un tema, hermoso y subyugador, deliciosamente neutro. Me apresuro a pronunciar mis primeras palabras, no vaya a ser que mi interlocutor se adelante. El fado es una música imposible (O fado e uma musica imposibel). Aguardo unos segundos, el rostro, que parece sensible, se gira, como para el agradecimiento. Sólo es una maniobra. Lo siguiente es un frenazo en seco, la increíble vuelta atrás, una palabra seca: entendido. Y luego… nunca más el regreso, un trayecto inusitado por parajes que no conozco, la voz de una cantante anónima que se torna más desgarrada con la última estrofa.

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    Magazine fin de semana de Masticadores – Barcelona / j re crivello// Escritor y Editor / Fundador de Masticadores

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