sábado, diciembre 9 2023

LA FUERZA DEL AMOR by Felix Páramo

Imagen tomada de Pinterest

La mayoría de la gente nos hemos pasado años o media vida a la espera de conocer a alguien que nos colmara totalmente. Entretanto, cruzan a nuestro lado cientos de vidas con las que contactamos, alternamos, bromeamos, viajamos o bailamos. Estas personas también podrían ser algunas con las que nos hemos relacionado durante años y no significaron apenas nada para nosotros. Y, por el contrario, ¿a quién no le ha sucedido que, tras conocer a alguien durante apenas unos días o, incluso unas horas, no haya quedado prendado y con ganas de continuar algún tipo de relación? Más aún, ¿no has experimentado en ocasiones contactos fugaces, instantes que te han impactado casi cortándote la respiración, y han dejado en ti y la otra persona una consciencia mutua, un regocijo compartido, una sintonía inequívoca, una devoción sincera, una leal amistad, por no incluir, en casos excepcionales, un amor hechizante, sincero y único? De verdad, ¿no te ha pasado algo parecido, al menos, una vez en tu vida?

     A mí me sucedió en marzo de 2020.

     La milonga tuvo lugar el día ocho de marzo en la Sala de Pinturas del Colegio Arzobispo Fonseca de Salamanca con motivo del día de la mujer. Ella había llegado de Madrid a visitar a una amiga y, como gran aficionada, quiso aprovechar para bailar unos tangos.

     Lo que ignoraba, era la inesperada e impensable situación en que se encontraría en breve.

     No nos conocíamos. Me acerqué adonde ella estaba invitándola a bailar. De aspecto elegante, indulgente sonrisa y actitud distendida. Facciones dulce y gentilmente iluminadas por el destello de sus límpidos, brillantes y exultantes ojos verdes… o azules, o ambas cosas.

     Era todo belleza, y la hermosura es siempre irradiante. De mi edad, aproximadamente: con la jubilación rondando.

     La pieza acababa de comenzar. Mi mano izquierda, bajo el antebrazo de su derecha, fue dirigiéndose hacia sus dedos a la vez que elevaba su brazo desnudo. El roce de su piel entre mis dedos fue embriagador. Me miró con cierta picardía y condescendencia. Las manos de ambos quedaron finalmente entrelazadas en el abrazo. Nos fuimos sumiendo en la incitante embriaguez de los acordes musicales hasta dejar de vernos, pues el halo de la música nos había ya abducido dentro de la creciente curda donde el corazón galopa lanzando su emoción a los espacios, hasta casi desbocarse, para a continuación, desacelerar el ritmo y recobrar nuestros pechos la distendida respiración del abrazo en armonía.

     Sin hablar, en silencio y al unísono de las exquisitas cadencias musicales, nos sonreímos repetidamente. Me invadía una incontrolable atracción y admiración por una mujer a quien no conocía, pero en quien me estaba sumergiendo irremisiblemente. Leía en el rostro palabras escritas en su corazón.

     Nos miramos durante unos segundos con mayor deleite. Sentí, en ese momento, que el carrusel de mi vida podía compendiarse en lo que duró aquella mirada mutuamente sostenida. El tiempo se detuvo: todo era paz y embeleso ¡Qué exquisita dulzura el comprobar cómo me hacía sentir esta mujer, a la que acababa de ver por primera vez, y de quien ni siquiera conocía el nombre! Apenas se movía, pero conmovía. En nuestras evoluciones por la pista seguimos dejándonos llevar por el evocador y melancólico quejido del bandoneón.

     Durante la tercera pieza de aquella tanda de cuatro tangos, fui testigo de que, el hecho de sentirla contra mi pecho, yo ceñido a su figura y, a veces, pegadas las mejillas, no impedía en nosotros cierta sensación de tener alas y volar, traspasar las paredes y solazarnos emboscados entre los motivos alegóricos de la obra de Saavedra y Fajardo que adornan las paredes de la Sala de Pinturas donde tenía lugar la milonga. Baño de armonía y belleza, exaltación de todos los sentidos y consciencia de plenitud de vida respirada en rítmicos instantes.

     Por momentos, mi vida parecía estar dando un vuelco. Sin duda hay días, en la existencia de cada cual, que no olvidará nunca y seguirá recordándolos siempre. Aquellos minutos de auténtica conmoción supondrían para mí un antes y un después.

     Lejos estábamos ambos de imaginar el virus que aleteaba en el ambiente buscando acomodo en el interior de mi pareja.

     El tango hacía que nuestras almas, fundidas, fueran reales y evanescentes. Exclusivo instante solo nuestro, de ella y mío: éxtasis. Sonaba una melodía para escuchar y bailar, pero, sobre todo, para sentir y desaparecer entre sus acariciantes notas y conmovedor glissando de violín. El tango iba a terminar. Nos figuré en un abrazo fuera de contexto: de encuentro y de despedida a un tiempo.

     Ambos parecíamos haber traspasado los límites de la percepción sensorial. Con el corazón, palpábamos el territorio misterioso donde se abisma el inconsciente: el más allá de dos mentes en una intimidad común e inenarrable. Imperceptiblemente, el duende de la milonga, agazapado, nos había ido atrapando y, muy pronto, tuvo lugar la exclusiva magia del tango sazonando una fusión de emociones impensadas y sentimientos impensables.

     Seguíamos abrazados, aunque ya por poco tiempo. La melodía, el ritmo y la armonía de la música que sonaba había desaparecido dando paso a la existencia de dos personas bailando en la fugacidad de una única nota musical, y el palpitar de un solo corazón. Sonaba el último compás del tango. Lo terminamos perfectamente acompasados los tres: la música, ella y yo, en lo más alto de la curva que interiormente dibujaba nuestra emoción. Habíamos finalizado con una respiración profunda en la última nota. Fuimos espirando con una desaceleración controlada y al unísono, a medida que nos separábamos lo justo para poder mirarnos, tanto con complacencia, como complacidos. Sonreímos y, sin razón aparente, al deshacer el abrazo, deposité un delicado beso en su mejilla, obteniendo como respuesta otro posado de sus labios sobre la mía.

–Todavía no nos hemos presentado –le dije bromeando.

–Pues es verdad… y tengo la extraña y agradable sensación de que nos conociéramos desde hace tiempo. Es como si llevara bailando contigo toda mi vida.

–¿Por qué dices eso?

–¿Por qué digo qué?

–Lo de conocernos hace tiempo y… es increíble lo que manifiestas, pero debo admitir que yo he sentido lo mismo.

–Bueno, me llamo Adela.

–Yo soy Daniel.

En ese preciso instante fui consciente de que, en la vida, no importan tanto las cosas que nos suceden, cuanto la reacción que tenemos ante las mismas. Frente a Adela, cobré consciencia de la exclusiva existencia de nuestras vidas. Nada ni nadie más parecía existir. El antes y el después, pasara lo que pasara, sería solo este instante de afectos y amor sin límites ni final: eternidad. Momento que se me antojaba como el vademécum de una explosión amorosa entre dos personas que, sin haberse visto apenas, parecían reconocerse desde la eternidad, sintiendo estar llamadas a permanecer juntas y a trascender lo puramente sensorial. Estos dos ríos que corrían por mi mente se encontraron y, sus aguas, mezclándose, se remansaron en un único y sosegado arroyo: el fluir de dos almas, la suya y la mía. Abrazo de cuerpo y alma, amor. Esa había sido nuestra conclusión en los breves minutos que compartimos después.

     Adela me dio su tarjeta. Quedamos en vernos tres días después. No fue posible. A mediodía del día siguiente notó que no se encontraba bien. Volvió a Madrid: ¡Covid!, fue el pronóstico final tras varios análisis médicos.

     Todo se precipitó. Luchó contra el virus sacando fuerzas de donde ni sus allegados podían entender.

     Estuvo manteniendo una lucha incierta y desesperada durante varias semanas en la UCI, lo cual creó en parientes y conocidos una enorme angustia ante la duda de si Adela podría o no con el virus, si se iría o saldría adelante… Nadie podía acercarse a verla. Adela permaneció aislada recibiendo tan solo visitas virtuales vía móvil. Todo ello fue una inyección de ánimo para continuar, pero, principalmente, decidió poner de su parte lo imposible porque quería, por encima de todo, tener la ocasión de volvernos a ver y poder bailar una tandita más de tango, o las que mutuamente deseáramos. Ella, también, había sentido muy dentro el significado de la palabra amor.

     En los minutos pasados con Adela comprendí lo que era el cielo. Ahora vislumbraba lo que podía haber sido el infierno.

     Estoy seguro de que Adela se atrincheró en algún rinconcito de cualquiera de los paraísos existentes tras las pinturas donde tuvo lugar la milonga del, a la vez, feliz y aciago mes de marzo. Estoy seguro de que, desde allí, pudo llenar su mente y corazón del suficiente amor como para combatir la terrible enfermedad que la mantuvo cautiva durante meses. Desde la distancia, su dolor era, de alguna manera, también el mío.

     Cuando recordaba nuestra increíble milonga veía a Adela siendo sueño y ensoñación con nombre de mujer. No quería pensar que estaba en un hospital, sino formando parte de las pinturas citadas, y me la imaginaba soñadora y enamorada, pastoreando al alba campos sembrados de notas musicales, voces y tangos; y al anochecer, yo a su lado, escuchando las mismas melodías que adornaban sus sueños. ¡Cómo deseaba que fueran también los míos! En mi fantasía, Adela era centinela y guardián de lindos ocasos y limpios amaneceres. Aurora y puesta de sol, a la vez que, vigilia y sueño en inalienable sintonía. Sí: ella había sido una inefable y amorosa aparición. El amor, seguramente, consiguió salvarla en su indescriptible lucha.

     En la próxima conversación telefónica con Adela imaginaría que éramos dos personas que, lejos de morir, acababan de despertar de un largo y tenebroso sueño, para renacer a una futura, nueva e impensable existencia.

Adela, ¿cuándo nos vemos?, sabes que desde aquella milonga no he dejado de pensar en ti, de quererte cada día más… –le diría.

–Cuento las horas. Nos seguiremos amando. Te echo de menos ¡Gracias, Daniel! –me respondería ella.

¡Qué juntos cabalgaron durante aquellas nefastas semanas amor y muerte! Sonreí. Mientras, de la película “Tango feroz”, cruzaban por mi mente la letra y melodía de su tema principal: “Pero el amor es más fuerte… el amor es más fuerte…”

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