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JIRONES ENTRE LAS ZARZAS by Mercedes G. Rojo

Imagen tomada de Pinterest
 
Bajaba corriendo como nunca lo había hecho. Perdió un zapato, su vestido dejó jirones por las zarzas. Pero ahora eso no importaba.

Cual moderna Cenicienta, Almudena escapaba de la escena alejándose de aquel insolente “príncipe azul” que quería atraparla para siempre en una sedosa telaraña de halagos, promesas y regalos. Llevaba tiempo revoloteando a su alrededor, colmándola de atenciones, regalando sus oídos con lisonjas. Y ella… Ella se dejaba querer, se había dejado obsequiar sin darse cuenta de la suave pero firme red que iba tejiendo a su alrededor, disfrazada de flores, de versos a la luz de la luna, de pequeños regalos, de sonrisas, besos y caricias… De dulces empalagos…

No lo vio venir. O sí. Porque, ¿quién no sucumbe alguna vez a un exceso de atenciones repetidas?

No lo vio venir. Aunque, en realidad,  tal vez no quiso verlo. Hasta que aquel día, próxima la hora de la media noche,  cogió su mano para ponerle en el dedo aquel anillo de diamantes.

Entonces, como el hechizo presto a romperse con la última campanada de las doce, con el temor del momento en el que en las carrozas se convierten en calabazas y los vestidos más lujosos en harapos, cruzó por su mente la imagen de aquel anillo transformándose en cadena, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda y un sudor frío se le subió a la frente. Huyeron de ella las palabras y, bruscamente suelta del dulce y firme abrazo de sus manos, corrió bosque adelante, perdido para siempre el embrujo de aquellas horas, de aquellos días llenos de lisonjas y embelesos.

En la carrera perdió un zapato que no era de cristal. Y  dejó en las zarzas jirones de un vestido que no era de lujo ni de fiesta. También jirones de la piel que le iba quedando al descubierto.  No huía de la posibilidad de una desenmascarada  identidad de Cenicienta, más bien escapaba de una palpable realidad que se le presentó de pronto llena de engaños y ataduras no deseadas.  Jugando con el presente, se le venía encima un futuro incierto y arriesgado. Y sintió miedo, un miedo irrefrenable y hondo. Hasta que tal temor la hizo huir sin ver los obstáculos de su carrera. O  sin importarle.  Su anhelo únicamente puesto en alejarse de aquella situación  que por momentos le hacía crecer la angustia en la garganta, ahogando en ella el grito liberador con que romper el miedo.

Desarbolados  los mágicos momentos como el mástil de un barco atrapado en la tormenta, nadie corrió tras ella recogiendo su zapato. Nadie siguió el rastro de los jirones que dejó en las zarzas su vestido. Y en lo más profundo del bosque quedaron flotando  restos intangibles de amores entendidos de forma diferente.
 
NOTA: Relato incluido en el libro de la autora Pecado de omisión (Huerga y Fierro editores/Poesía)

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