Ya perdí la cuenta de los días y noches de naufragio que he pasado en esta balsa, navegando el mar con la mirada al cielo. Para no caer en completo desaliento, me digo que son seis días y cinco noches de firmamento estrellado, sin memoria. Voy solo, hablando a ratos para reanimar las palabras que parecen ir muriendo al hacerse innecesarias. Callado lo más de la travesía, pero callado sólo por la lengua; en el interior del hombre áspero de barba crecida en el que me he convertido, con la piel quemada por el sol y el reflejo de las aguas atroces, que salpican de sal la marea en mi pelo, en el interior de ese ser cada vez más extraño, miles de conversaciones suceden; algunas conversaciones pertenecen a tiempos distantes entre sí, pero dentro de mi mente, los diálogos se van erigiendo como sistemas de vialidad urbana, cruces elevadizos, y anillos de vías emergentes, extendiendo sus dimensiones al placer silábico de las palabras hasta que nos vence la fatiga.
Las olas chocan contra mi barca perdida, y yo les aprendo ese lenguaje de energía marítima. Aprendo del mar donde naufrago. Con el tiempo, las olas y yo hablamos un solo dialecto, ya sobre la proa, junto a la Gorgona del viento que sopla su sueño polar de mejillas regordetas, ya sobre el timón imaginario, roto y reemplazado por un par de remos, entre los salvavidas de viajeros ahogados que el mar siempre recuerda. Hablamos largas conversaciones el mar y yo.
Cuando hablamos el mar y el yo que olvidó su dialecto, el extravío y la soledad ya no asustan.
B.O.M. imagen de la redYa perdí la cuenta de los días y noches de naufragio que he pasado en esta balsa, navegando el mar con la mirada al cielo. Para no caer en completo desaliento, me digo que son seis días y cinco noches de firmamento estrellado, sin memoria. Voy solo, hablando a ratos para reanimar las palabras que parecen ir muriendo al hacerse innecesarias. Callado lo más de la travesía, pero callado sólo por la lengua; en el interior del hombre áspero de barba crecida en el que me he convertido, con la piel quemada por el sol y el reflejo de las aguas atroces, que salpican de sal la marea en mi pelo, en el interior de ese ser cada vez más extraño, miles de conversaciones suceden; algunas conversaciones pertenecen a tiempos distantes entre sí, pero dentro de mi mente, los diálogos se van erigiendo como sistemas de vialidad urbana, cruces elevadizos, y anillos de vías emergentes, extendiendo sus dimensiones al placer silábico de las palabras hasta que nos vence la fatiga.
Las olas chocan contra mi barca perdida, y yo les aprendo ese lenguaje de energía marítima. Aprendo del mar donde naufrago. Con el tiempo, las olas y yo hablamos un solo dialecto, ya sobre la proa, junto a la Gorgona del viento que sopla su sueño polar de mejillas regordetas, ya sobre el timón imaginario, roto y reemplazado por un par de remos, entre los salvavidas de viajeros ahogados que el mar siempre recuerda. Hablamos largas conversaciones el mar y yo.
Cuando hablamos el mar y el yo que olvidó su dialecto, el extravío y la soledad ya no asustan.
B.O.M. imagen de la red