Cuando nuestro hijo era pequeño, mi querida esposa y yo le contábamos cuentos a la hora de dormir, como supongo que hacen todos los padres amorosos sobre la faz de la Tierra. Ahora, cuando ya pasa de los 20 años de edad, sigo haciéndolo. No para que se duerma, sino para que no se despierte. Me acerco a su puerta y abro el pestillo, bien engrasado para evitar ruidos inoportunos. A continuación, me introduzco sigilosamente en su oscura y bienoliente habitación para comenzar mi labor diaria en voz muy baja, emitiendo las palabras en un susurro. Se trata de actuar evitando la interrupción de su feliz sueño.
Por supuesto, debe existir otro componente para conseguir ese objetivo: la intención. Esto se consigue realizando el Máster en Mantra aplicado dirigido por el Departamento de Meditación Creativa de la Universidad Complutense de Barcelona. Un equipo multidisciplinar que combina destacados lamas del budismo con otros gurúes procedentes del hinduismo y abundantes horas realizando las prácticas correspondientes consiguen que tus palabras produzcan ciertos efectos en el oyente. El fundamento científico reside en la amplificación de las ondas Delta de manera que la somnolencia se potencie y se alargue en el tiempo indefinidamente.
Una vez dominada la técnica comencé a aplicarla sobre mi hijo. Y funciona. Asombrosamente las funciones vitales quedan ralentizadas sin graves perjuicios para la salud. Cerebro, corazón, hígado… hasta los riñones frenan su velocidad de filtrado por lo que no necesita ir al baño.
Ya sé, ya sé, cualquiera me podría preguntar: si lo mantienes dormido ¿para qué te sirve tener un hijo? Esta cuestión filosófica de base me la planteo a diario: ¿para qué sirve tener hijos? Está claro que para poco bueno: ser feliz tú mismo durante el proceso de crianza. Lo demás son memeces encubiertas: que si dejar tu huella genética en el Universo, que si evitar la desaparición de tu apellido…. Memeces. Porque aquí y ahora habrá que recordar el otro lado de la balanza: la sangría económica incesante que supone mantenerlos, similar o superior a un agujero negro interestelar; las preocupaciones sin tregua por su bienestar, su presente y su futuro, que suelen terminar en cabello blanco, pérdida del mismo, hipertensión sanguínea de por vida y finalmente infarto de miocardio fulminante.
En mi caso, lo mantengo dormido para evitar su transformación en dragón emisor de vapores sulfurosos y crepitantes llamas que todo lo abrasan. Estás más guapo dormidito, nene mío. De momento lo he conseguido, lleva tres años sin despertar. ¿Conseguiré llegar a las dos mil y una noches cual moderno Sherezade? ¿O hasta que se le recoloquen las neuronas, como le ocurrió finalmente al sanguinario sultán Schahriar? Por pedir que no quede.
A partir de aquí transcribo las fabulaciones que escucha mi hijo con el objetivo de que las utilicéis con los vuestros si deseáis tener una etapa de tranquilidad. Recordad que sin un buen mantra no funcionan.
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Como siempre que escribes sublime!!