domingo, diciembre 3 2023

Lunas de Lantano, —32 by Félix Molina

32. Las techumbres que emigran en oscuras bandadas

¿Cómo se puede mantener una conversación entre fantasmas? Quiero decir: yo ya la he mantenido, por lo que parece, en Lunas de Lantano, y con diversos visitantes del Cerro, entre ellos mi querido Galdós. Pero cómo hablar con el fantasma deseado, con el fantasma con el que justamente se quiere hablar. El liróforo de los ojos mogoles dejó sembrada en mí esa inquietud, y varias veces en el retiro de mi módulo intenté invocarla, a la pobre Inés, al abrazo de las luces oscilantes de una vela antimosquitos (eso es bueno: que Antonio y Antonia no hayan indagado todavía en mi corporeidad), y por aquello de que este tipo de elementos lumínicos oscilantes son compañeros de los espíritus errantes.

Pensé que quizá era todavía pronto para que Inés Menta vagase. Di en pensar incluso en cuando empecé yo mi vagabundez, pero la verdad es que no me acordaba del lugar y del momento exactos. Bueno, del lugar sí. Estaba en un como parquecillo a las puertas de una pastelería famosa de Zaragoza, a donde había ido a parar por querencia y entretenido en pensar que todavía podía paladear los bombones aquellos. Recuerdo que todavía no había aprendido los secretos de la materialización, de modo que solo los niños y los borrachos me veían. ¡Y cómo que me veían! El que estaba a mi lado, apurando la sombra del banco que soportaba sus costillas, me dijo, sin que mediara palabra mía:

–Pero los de la otra, al volver la esquina, son más baratos, dónde va a parar…

Luego me entregué a la afición sencilla de prodigarme en lugares donde yo veía sin ser visto, que arte más noble y más picaresco que este, cual Lazarillo que hurtara a los ciegos del mundo las uvas de la vanidad: tribunales de oposición, tertulias indeseadas, estrenos de dramaturgos amigos (o no) que seguían vivos y escribiendo, redacciones de periódicos, afines o espantables…

Con el tiempo abandoné el jueguecito, más que nada por mi temor a que me vieran mentes y plumas que tenía bien subidas en los correspondientes pedestales. Nunca se sabe todo lo que hay que saber de las adicciones de los otros.

Al respecto de mi comunicación con Inés, también quedaba elucidar sin la chiquilla quería verme, que esa es otra. O si había hecho las maletas espirituales y abandonado este emporio con más prisas de las debidas (oigan, los fantasmas también tienen prisa, doy fe). Y está el caso de que los espíritus que se aproximan al millón de libros de poemas vendidos solo se dejen ver con la pausa necesaria, cual si interpretaran los caprichos de un editor del siglo.

Y, después de todo, ¿qué iba a decirme Inés si teníamos la ocasión de un encontronazo fantasmal? ¿Me iba a dar la patada espiritual, diciéndome que sí, que se había matado, y que yo era un pesado de manual, que dejase ya de arrastrar la gabardina (o su ilusión) por el Cerro? ¿O (espíritu noble) iba a confesarme el crimen de sus condiscípulos (si pueden llamarse así los becados) a la luz de la luna que ahora como que se reía de mí detrás de los ventanales del módulo?

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