—Se le acusa de actos preparatorios de asesinato —le dijeron al apresarla.
A Severina la detuvieron en Lucena. Dos policías la esperaban a la salida de la estación para tomarle declaración. Florencio, el marido, se presentó hacía unos días en la comisaría. «Planeaba asesinarme con veneno de ratas disuelto en el café», denunció. El ayudante mecanografiaba las explicaciones que Florencio detallaba al comisario: «Yo estaba arreglando el móvil de mi cuñado cuando escuché sin querer varios mensajes de mi mujer: que quería divorciarse, que no cumplía como marido, que desaparecía días sin avisar. Yo que me mato a trabajar, que a veces uno la noche con el día». Pero aquel policía no dejaba de hacerle preguntas. A él que casi muere envenenado. «¡Vayan a por ella y a por el hermano que le mete esas ideas en la cabeza! ¡Arréstenla!», gritaba descompuesto.
Dicen que han visto a Severina con las manos esposadas a la espalda mientras cavaban en su jardín, y que Florencio, sin contener las lágrimas, asentía al comprobar que eran suyos los gatitos que encontraron en las tumbas.
1 Comments
[…] Con predeterminación y alevosía by Paula Castillo Monreal […]