Sale a la calle a la misma hora que todos los días, pero no se dirige a la oficina, deambula sin rumbo por la la ciudad en la que siempre ha vivido y que ahora le resulta extraña.
El sol ilumina sus pasos y le presta una sombra que le acompaña.La claridad del día, insultante en esos momentos aciagos, no le deja ver con lucidez. Su mente también está opaca de tanto dar vueltas al mismo problema. LLeva meses, días, aparentando una tranquilidad que no sentía, cosido a la esperanza de que él, después de treinta años en la empresa, se salvaría del naufragio. Pero cuando llegó la gran ola le absorbió como a muchos otros. No había sido bendecido con el milagro.
¿Qué iba a decir a Pilar? ¿Cómo pagar el resto de la hipoteca, la universidad del chico?
Su imagen se refleja en la luna de un escaparate. No reconoce al viejo que ve en ella ¿Él tenia tantas canas? A su memoria le llega aquella canción de Gardel…
«Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo clarearon mi sien…que veinte años no es nada…»
Treinta. ¿Treinta años no son nada…? Toda una vida.
Contempla su sombra que el sol alarga sobre el asfalto y piensa en esa otra sombra, en la del ciprés, que también es alargada.
Dirige sus pasos hacía el río. Al llegar se inclina sobre el petril: las aguas discurren tranquilas ajenas a la mirada desesperada que las contempla.
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Contempla su sombra que el sol alarga sobre el asfalto y piensa en esa otra sombra, en la del ciprés, que también es alargada.
Dirige sus pasos hacía el río. Al llegar se inclina sobre el petril: las aguas discurren tranquilas ajenas a la mirada desesperada que las contempla.
Gostei dessa parte
Muchas gracias por tu lectura