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MARIQUITA by Anabel García

  ¿Te acuerdas de las muñecas recortables que teníamos de pequeñas, Maite?
Los vestidos, los pantalones de papel también. Los recortábamos, excepto por unas pestañas que doblábamos por detrás de la mariquita y así le íbamos cambiando de atuendo. Lo mismo con los complementos desde sombreros, zapatos, bolsos, guantes...
Todos previamente liberados por las tijeras. Cuantas tardes pasamos entretenidas, jugando con ellas, incluso pintando o diseñando nuevas prendas de dos dimensiones.
No las podíamos mover mucho porque enseguida se les caía la ropa a no ser que se la pegáramos con cola o con celo, pero nos divertíamos igual.
Todavía tengo algunas guardadas en una caja de zapatos...Déjame ver... Anda hasta tienen su nombre por detrás, no me acordaba. De nuestras mejores amigas de entonces...Marisa Carreño, Karina López, Sofía Gutiérrez...
Qué gracioso hasta tengo una con tu nombre y tiene sus rizos rubios dibujados y una sonrisa grande y estática. Maite Pizarro. Tantas tardes, tantas...Como aquella en que tiraste tu mariquita con mi nombre y dijiste que eso eran juegos de niñas tontas.
O el día que me empujaste, en el trayecto final de la carrera de obstáculos del colegio. Cuando contaste mentiras sobre mí y durante meses tuve que esconderme en la ducha del gimnasio del instituto. Hasta cuando te tiraste a Gonzalo, en la carrera, a pesar de saber que estaba enamorada de él.
Joder si sólo hubieras sido un poco más buena conmigo...O te hubieras distanciado sin más.
Paso mi dedo por encima de mis mariquitas, de sus vestidos recortados y apilados como fragmentos de un periódico teñido cuyas palabras ya se han borrado y sólo permanece el color. Entonces te cojo, la muñeca que tiene tu nombre, y con unas tijeras corto uno de tus rizos amarillos, con un punzón te atravieso un pie y con un bolígrafo añado Maite Pizarro, Hija de puta.
Me estremezco...Creo que tú también y mucho. Es más, estoy segura de que ahora te estremeces de dolor en tu cama y no sabes de donde viene ni cuándo va a desaparecer esa punzada que sube desde el pie. Estás gimiendo, llamas a Gonzalo, pero no es capaz de entender lo que dices. Sé muy bien de lo que hablo, los balbuceos son cosa del mundo de la tristeza.
Te acuesto dentro de la caja, te tapo con un trozo de tela para que no cojas frío y dejo a tu lado las tijeras. Imagino el miedo inconsciente que te acompañará en las horas siguientes, pero te acabarás acostumbrando. Acaricio los rizos que quedan de tu mariquita y te deseo las buenas noches.
Hasta mañana Maite.
 

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